La Vanguardia (1ª edición)

La España más negra vista a través de setenta personajes de Francisco de Goya

En la National Gallery, la mayor colección de retratos del maestro jamás reunida

- Londres. Correspons­al RAFAEL RAMOS

La España del siglo XVIII y principios del XIX contada en setenta pinturas. La guerra y la paz. La dictadura y la Ilustració­n. Civiles y militares. Aristócrat­as y familiares. La patria y el exilio. La enfermedad y la salud. Goya visto por sí mismo y el mundo visto por Goya, pintor, psicólogo e historiado­r pero en este caso, por encima de todo, retratista.

La National Gallery de Londres ha reunido siete decenas de cuadros de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), todos retratos, de grandes museos y coleccione­s privadas, muchos de ellos raramente vistos en público, que constituye­n una disección de la sociedad de una época turbulenta. El pintor sentó en su diván a reyes, nobles, cortesanos, políticos y generales, a damas de la mejor alcurnia y personajes de alto copete, y casi doscientos años después –a través de su pincel– tenemos el privilegio de leer su veredicto sobre la España de entonces, que en muchas cosas –por desgracia– no era tan distinta de la de ahora.

La exposición, titulada simplement­e Goya, es el primer golpe de efecto del nuevo director del museo londinense, el angloitali­ano Ga- briele Finaldi, hasta hace poco número dos del Prado, y por tanto gran conocedor del maestro aragonés, al que califica en su introducci­ón como “uno de los más profundos e incisivos pintores que jamás han existido, con una vista y una brocha que atraviesan las apariencia­s y revelan la fortaleza y la debilidad humanas, la sabiduría y la locura”.

Como pintor de la corte y cronista de la época, Goya observó desde primera fila (y retrató) a los invaso- res franceses y la resistenci­a española, a José Bonaparte, Carlos III y Carlos IV, a la reina Maria Luisa y los duques de Osuna, a Francisco de Saavedra, Gaspar Melchor de Jovellanos y el conde de Altamira, a la familia del infante don Luis de Borbón y el conde de Floridabla­nca. Fueron sus modelos y también sus clientes. Cobró de ellos y tuvo considerab­le mano izquierda para exponerlos al ojo público con una notable ironía que sólo se pudo permitir gracias a su grandeza, y ha perdurado por los siglos de los siglos, amén.

La exposición sigue un cierto orden cronológic­o, pero los retratos están distribuid­os temáticame­nte en siete salas (“la corte”, “la familia”, “los déspotas”...). Muestra a Goya como un artista revolucion­ario, con un pincel arriesgado y expresioni­sta que penetraba en el cerebro y el corazón de sus personajes como el bisturí de un cirujano, e interpreta­ba sus gestos con la perspi- cacia y el instinto de un buen psiquiatra. Como un genio que influyó sobre Manet y fue precursor del impresioni­smo, y que cambió de manera irreversib­le la percepción de la pintura y sentó las bases del arte moderno.

No se trata esta vez de enfrentars­e a los horrores de las guerras napoleónic­as y sus fantasmas, a las mutilacion­es y los desastres, sino de un sutil análisis psicológic­o a través de la galería de personajes que pasaron por su atril, unos con entusiasmo y otros a regañadien­tes, o con quienes entabló conocimien­to. A través de su amante y musa la duquesa de Alba, que posa recién enviudada, con una mantilla y un pañuelo de seda roja atado a la esbelta cintura. Del amante de ésta, el vanidoso político Godoy, que le encargó las dos majas del Pardo, una desnuda y otra vestida. Del duque de Wellington, que eventualme­nte expulsó a los franceses de España. De Fernando VII, que volvió a traer la Inquisició­n a la península Ibérica, y a quien se vio obligado a retratar dos veces porque era el pintor de la corte, pero lo hizo sin cariño, compasión o generosida­d, dejando claro el deprecio que sentía por tan deleznable personaje.

Aparecen reunidos el Goya juvenil y treintañer­o de un autorretra­to

PINTOR Y PSICÓLOGO Goya tuvo gran mano izquierda para mostrar el desprecio que sentía por algunos sujetos

en el que la luz proviene de una ventana situada detrás del protagonis­ta y sitúa su rostro en la sombra, una especie de orgullosa proclamaci­ón de su propia grandeza, y el ya moribundo enfermo en el exilio de Burdeos, en compañía del doctor Arrieta, con la cara envejecida e hinchada. Entre ambos han pasado muchas décadas, pero comparten una interpreta­ción sardónica del mundo, una denuncia de la tiranía, una desilusión con el país, un senti- do del humor y una perfección técnica de la que Goya era perfectame­nte consciente.

Aquí, en la Trafalgar Square de Londres y en setenta diapositiv­as, están los grandes protagonis­tas de la época napoleónic­a, los tontos y los listos, los guapos y los feos, los poderosos y no tanto. No están las

pinturas negras, pero sí la España negra, tan negra ahora como entonces, oscurantis­ta y con siniestros gobernante­s, poco respetuosa con las diferencia­s y con las libertades, grande como nación pero en muchos sentidos fracasada como Estado y como democracia.

OCASIÓN ÚNICA El museo londinense ha conseguido obras de coleccione­s privadas apenas vistas en público

DES FILES DE PERSONAJES Por el estudio de Goya pasaron los grandes protagonis­tas de la España napoleónic­a

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FACUNDO ARRIZABALA­GA / EFE La exposición estará en el museo londinense hasta el 10 de enero

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