La Vanguardia (1ª edición)

El AVE de las 21.15

- ARTURO SAN AGUSTÍN

El escritor César Antonio Molina, gallego de ademanes pausados, cejas aguerridas y cabeza poderosa, tenía que abandonar el Palau Macaya a las 20 h si quería llegar a tiempo para tomar el AVE con el que debía regresar a Madrid. Y a punto estuvo de no lograrlo. Mejor dicho, en un determinad­o momento decidió olvidarse del AVE y pernoctar en Barcelona. Sus anfitrione­s, pese a entender que le sobraban las razones para querer quedarse y así poder responder de forma adecuada al conseller de Cultura en funciones, Ferran Mascarell, le convencier­on finalmente para que a la hora prevista abandonara el acto que nos ocupa. Un acto organizado para celebrar el primer año de la revista F, editada por Foment del Treball y dirigida por el escritor Valentí Puig.

El culpable, pues, de este episodio ferroviari­o, cultural y, desde luego, oportunist­a fue Mascarell, que parece haber perdido sus prudentes o astutas maneras de monseñor vaticano o de antiguo comunista, versión intelectua­l. Lo único que debía hacer Mascarell en el acto que aquí nos ocupa era cerrarlo, pero, muy consciente de que Molina podía perder su tren, aprovechó que ya no había tiempo para la réplica y nos largó su particular jeremiada. Hasta para ser florero en funciones hay que saber ser profesiona­l.

O sea, que en el acto pensado para celebrar el primer año de existencia de la revista F, creada para favorecer el diálogo cultural y las ideas, todo comenzó y prosiguió según lo previsto, hasta que le tocó el turno a Mascarell, con quien, además de compartir más de un menú, he hablado de una canción de An- tonio Machín que le gustaba mucho a su padre. Me refiero a Angelitos negros.

Valentí Puig, mallorquín de mirada aguda y cabreada, y a quien la barba le concede un cierto parecido al cárabo, fue breve. Sabía que los únicos protagonis­tas del acto, uno de esos diálogos entre Barcelona y Madrid o al revés, eran los escritores César Antonio Molina y Antoni Puigverd. El primero, exministro de Cultura y exdirector del Instituto Cervantes, dijo que el poder político español no sólo ha maltratado culturalme­nte a Catalunya sino a toda España. Porque aquí, según Molina, la derecha desprecia la cultura y la izquierda la utiliza.

El segundo, el escritor gerundense, dijo que, ante el posible choque entre cierta España y cierta Catalunya, se necesitaba­n intelectua­les con vocación de airbag. Molina, pensando en el futuro, también dijo que no es fácil romper los vínculos familiares y amistosos, algo que no soluciona ningún pasaporte. Y concluyó diciendo que en política lo difícil no es saber entrar sino saber salir.

Mascarell, que no se atrevió a pronunciar la palabra “independen­cia” y siempre muy consciente de que Molina estaba a punto de perder el AVE, le dijo que no se preocupara, que los lazos familiares no se romperían. Y para demostrarl­o nos contó que parte de su familia vi- ve en Francia y que, pese a eso, se siguen queriendo mucho. Emocionant­e. Mientras Mascarell seguía recordando a sus tíos y primos franceses, yo veía que Molina entraba en ebullición intelectua­l y le adivinaba un cabreo muy justificad­o, pero, claro, el hombre estaba a punto de perder el AVE. Molina estaba a punto de perder el tren y Mascarell, consciente de ello, seguía hurgando de forma oportunist­a. Hurgaba tanto, que al cabreo de Molina se le unió el de Miquel Roca, también presente en el acto. Lo que quiero decir es que así como el cabreo de Molina se detectaba en la electricid­ad estática de sus cabellos, el de Roca, menos intelectua­l, se hacía visible en el movimiento de su zapato izquierdo, que era, creo, un Sebago. También el zapato izquierdo con hebilla de Joaquim Gay de Montellà, presidente del Foment, se puso en movimiento.

La prueba de que Mascarell no improvisó en el acto que nos ocupa es que recordó dos veces a Roca cierto artículo que publicó en 1984 en La Vanguardia. En el mismo, Roca decía que con la democracia se acabarían los problemas entre España y Catalunya.

Que un antiguo comunista como Mascarell le recuerde a alguien que no acertó en un diagnóstic­o es algo más que sarcástico. Escuchando a Mascarell, que siempre dispara con el silenciado­r puesto, es fácil entender que algunos ya sólo están o aparentan estar por la voladura de todos los puentes del diálogo. Afortunada­mente, Valentí Puig nos recordó que frente a dogmas y fatalismos, el diálogo es siempre posible. “Al final, alguien ha de rehacer los puentes del diálogo y apostar por la convivenci­a y no por la desavenenc­ia predestina­da”.

ferran mascarell

Dispara con el silenciado­r y así es fácil entender que algunos están por la voladura de todos los puentes del diálogo

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JORDI PLAY Acto de celebració­n del primer aniversari­o de la revista F, el lunes pasado
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