EL CRAC DEL 2008
Parece tan cercano pero ya han pasado siete años. Mientras la nobleza del papel couché se enamoraba caprichosamente, el Titanic de la economía se hundía. Nuestras celebrities cambiaban la orquesta del transatlántico por las palmas a ritmo de sevillanas, pero al fin y al cabo, como aquellos nobles de primera clase del barco, también permanecían ajenas a los acontecimientos mientras la proa del navío hacía aguas. Porque en septiembre del 2008, la caída de Lehman Brothers, una de las columnas sobre las que se sostenía el omnipotente capitalismo financiero, provocó el derrumbe inmediato de todo el armazón construido en torno a esa calle engañosamente estrecha que es Wall Street, como si se hubieran visto agitadas las columnas de sus edificios por un Sansón hipotecado. La imagen de los empleados saliendo de la sede de Lehman con sus modestas cajas de cartón, en las que trasladaban sus exiguos enseres profesionales, todavía sigue hoy muy presente para las víctimas de la crisis.
En España ya estábamos entonces en pleno estallido de la burbuja. En el mes de julio, la inmobiliaria Martinsa Fadesa había instado la mayor suspensión de pagos que se recuerda, con 5.100 millones de euros de deuda. Un iceberg demasiado grande, que se fundió en plena canícula. Su promotor, Fernando Martín Álvarez, era otro titán venido a menos: recordémoslo como ocupante del famoso y lucrativo palco del Bernabeu durante una breve presidencia del Real Madrid en el 2006.
Pero siempre nos quedará el fútbol, el que se juega en el césped, no el de los goles de despacho. Ese año la selección española inauguró un sorprendente círculo virtuoso al alzarse con la victoria en la Eurocopa frente a la todopoderosa Alemania por 1-0 (tanto de Torres a pase de Xavi). Luis Aragonés había tenido la clarividencia de sustituir en el vestuario la desfasada “furia española” por el mucho más atractivo “estilo” blaugrana, y el equipo de los bajitos presentó a una nueva España capaz de comerse el mundo, comenzando por Alemania, algo que años después nos consolaría de nuestras cesiones económicas a los dictados de Berlín. Por cierto: el portero germano que encajó el decisivo gol se llamaba Jens Gerhard… Lehmann. ¿Era una premonición?