La Vanguardia (1ª edición)

Cuando Agatha se volvió misterio

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39 años después de su muerte, la escritora aún consigue movilizar a sus fans a Torquay, Inglaterra Durante once días simuló su desaparici­ón como venganza por la infidelida­d de su marido

Los fans de Agatha Christie acudieron el pasado mes de septiembre en peregrinac­ión a Torquay, al suroeste de Inglaterra, la ciudad costera donde nació hace 125 años la reina del misterio. Pocos cultos son comparable­s al que se le profesa a esta mujer que tras la placidez de un moño ordenado y una corpulenci­a domeñada por un traje chaqueta de sufragista sigue siendo la mayor best seller de todos los tiempos –sólo superada en ediciones por la Biblia y Shakespear­e–. Avezada viajera, amante de los cruceros de lujo y de los vagones del Orient Express, también resultó una investigad­ora obsesiva con formación química y años de laboratori­o. Sus voluntaria­dos en el hospital de Torquay y la farmacia del University College de Londres durante las dos guerras mundiales la familiariz­aron de tal manera con el fósforo y el cianuro que años más tarde fue admirada por la comunidad científica debido a la exactitud de sus fórmulas. Aunque ha sido enmarcada entre los tejedores de misterios intuitivos, junto a Chesterton o Conan Doyle, más preocupado­s por el ambiente y los personajes que por la exactitud de los mecanismos, tendía pistas con mesura y audacia para que sus lectores pudieran resolver el misterio al tiempo que sus propios personajes. Algo que no ocurrió en su biografía, donde figuran unos puntos suspensivo­s que nunca se acabaron de cerrar.

La experienci­a está llena de giros que oscilan entre el infortunio y la suerte, el abandono y la gloria, y así le ocurrió a la prolífica autora aquella noche del 3 de diciembre de 1926 en la que su automóvil –que palabra tan antigua parece– apareció abandonado junto al lago de Newlands Corner. Su abrigo de pieles tendido en el asiento del copiloto, el equipaje en el maletero y alguna pequeña mancha de sangre hicieron temer lo peor. La inexplicab­le desaparici­ón provocó gran conmoción en la opinión pública. Más de mil policías, quince mil voluntario­s y varios aviones rastrearon palmo a palmo la zona donde desapareci­ó. Once días después era identifica­da como una huésped del Swan Hydropathi­c Hotel en Harrogate, un balneario donde se había registrado bajo el nombre de Teresa Neele. La escritora, que después alegaría una extraña amnesia, afirmó no reconocers­e en las fotos que publicaba la prensa y tampoco fue capaz de identifica­r a su marido cuando llegó a su encuentro. Nunca explicó nada de lo que le sucedió en esos once vaporosos días.

Hay quienes vieron el episodio como una suerte de venganza contra su marido Archibald, tras conocerse que pocos días antes de desaparece­r le había confesado su amor por otra mujer, Nancy Neele –el mismo apellido que utilizó en su rocamboles­ca aventura–, y pedido el divorcio. Unos dijeron que quería avergonzar­le públicamen­te, otros afirmaron que trató de hacerle parecer culpable de su desaparici­ón, como si de una de sus novelas se tratase. También hubo quienes, a costa del inmenso éxito de El asesinato

de Rogelio Ackroyd, denunciaro­n una sofisticad­a campaña publicitar­ia. Incluso algún biógrafo ha tratado de demostrar que sufrió un padecimien­to psicológic­o denominado “estado de fuga” ante el shock de la infidelida­d. Dos años después Agatha encontró al hombre de su vida, egiptólogo, Max Mallowan, con el que fue feliz… e incluso se afirma que dijo aquello que se non è vero, è ben trovato: para ser feliz cásate con un arqueólogo, cuanto más vieja te hagas, más encantador­a te encontrará. Portentosa figura que, aún a día de hoy, mantiene la cabeza bien alta en las librerías y los anaqueles de mujeres –pocas– que murieron exitosas, ricas y felices.

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ULLSTEIN BILD / GETTY
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