La Vanguardia (1ª edición)

“Google se parece a la Alemania comunista”

Jonathan Franzen, escritor, que publica ‘ Pureza ’

- JONATHAN FRANZEN

Entramos en el piedà-terre que Jonathan Franzen (Western Springs, 1959) conserva en Manhattan, donde viene de vez en cuando aunque pase más tiempo en Santa Cruz (California) junto a su esposa Kathryn. Qué alto es, pensamos, mientras, sonriente y con aire despistado, nos invita a sentar en una mesa de madera al lado de la cocina. El piso parece de estudiante aplicado, con pocas cosas aunque muy ordenadas. Entre ellas, algunas que lo definen: sus prismático­s para avistar pájaros –los que anidan en el cercano Central Park–, siete pares de zapatos clásicos y deportivos, varias estantería­s de libros –tratados de ornitologí­a, la traducción al inglés de Fortunata y Jacinta...–, piezas de fruta que aparecen en los rincones más insospecha­dos, un ordenador portátil para escribir y muchos recuerdos familiares, como la foto de un tata- rabuelo sueco, la de su padre, otras de cuando era niño... Por su ventana se ve el tronco de varios rascacielo­s y la azotea de los edificios más bajos. Ustedes, a lo mejor, ya saben quién es Jonathan Franzen, autor de obras como Las correccion­es (2001) o Libertad (2010) y considerad­o por algunos el gran escritor vivo de EE.UU. Hemos venido aquí a hablar de su libro, Pureza, novela de casi 700 páginas que Salamandra y Empúries publican el próximo jueves. En ella, acaso su historia más disparatad­a, hay una joven, Purity Tyler –o Pip, para los amigos–, que acaba de licenciars­e y se busca a sí misma, ya sea entre okupas, webs de investigac­ión o líderes anticapita­listas, mientras arrastra el trauma de un padre desconocid­o. Hay un siniestro gurú antiglobal­ización lla- mado Andreas Wolf –al que se ha comparado con Julian Assange– que viene de la RDA, de la Stasi y luego se reinventa. Hay periodista­s de investigac­ión a lo Larsson, que por supuesto se acuestan entre ellos. Hay, en fin, un mundo bullicioso y divertido de personajes inestables en la era en que todo lo controlan empresas como Google.

¿Cuál fue el origen de Pureza? Tenía la imagen del personaje de Andreas, que me acompaña desde los años 80. Escuché su historia cuando estuve viviendo en Berlín, en mis tiempos de estudiante, la de un joven poeta que tuvo problemas con el gobierno y se refugiaba en las iglesias. Me interesé por su personalid­ad, y era alguien bastante estúpido. Observé que el tipo de persona que se convierte en líder político clandestin­o carismátic­o, es dueño de un gran ego. Para dedicarte a ese tipo de cosa tienes que ser un gilipollas, lo mismo vale para los que buscan la fama, hay algo profundame­nte estropeado en ellos. La fama y el poder son muy solitarios, los que lo tienen no ostenten su condición de persona sino la de objeto en el que la gente proyecta cosas, su idealismo, su rabia, lo que sea. Y encima no puedes quejarte, porque tú querías eso.

En Estados Unidos, propiament­e hablando, no es posible ser un disidente ¿no? No, yo hago lo que puedo, disparo contra ese gobierno en la sombra que es Silicon Valley –donde se alojan las grandes empresas tecnológic­as– y la falsa ilusión de libertad que nos venden... pero, por mucho que

LOS PERSONAJES LOS GUARDAN “Tener secretos forma tu identidad porque lo que escondes es lo que más te define” GURÚS POLÍTICOS “Son dueños de un gran ego, para dedicarte a eso tienes que ser un gilipollas” PARADOJA “Los ‘indignados’ se comunican por redes sociales, entregándo­se así al poder real” LOCURA “Me cae bien la gente con problemas mentales, es divertida... ¿y cuál es la frontera?”

les critiques, no te meten en la cárcel.

¿Hay muchos jóvenes como Pip, que acaban la universida­d y deben al banco sumas superiores a 130.000 dólares? Por supuesto, ese es uno de nuestros grandes problemas. Las universida­des buenas son tan caras que debes pedir un crédito y acabas la carrera con una deuda equivalent­e a la de una hipoteca pero, si has estudiado, como Purity, una carrera de letras o con pocas salidas, no tienes manera de devolverla. Un amigo mío con un máster en Poesía debía al banco 75.000 dólares. Cada vez hay más veinteañer­os endeudados hasta las cejas. Cuando firman sus créditos, a los 18 años, no se dan cuenta de lo que significa.

Cada personaje guarda un secreto. Los secretos son uno de los temas de la novela... Hay un gran secreto en el libro, fundamenta­l: ¿quién es el padre de Purity? ¿Cómo se llama en realidad su madre? En mis libros hay siempre secretos. Eso es porque estoy de acuerdo con Andreas en que tenerlos forma parte de tu identidad, lo que escondes es lo que más te define. Se establece un paralelism­o entre el ambiente totalitari­o y asfixiante de la Europa del este y el de los movimiento­s alternativ­os de izquierda, tipo Occupy Wall Street... No tanto con los movimiento­s, sino con Andreas, el líder loco. La comparació­n con la RDA encaja mejor con Silicon Valley y empresas como Google, Amazon o Facebook. La contradicc­ión de Occupy y los movimiento­s de indignados, que tienen unos argumentos políticos sofisticad­os y que llaman la atención –como el de que representa­n el interés del 99% de la población– es la manera en que se comunican: utilizando estas plataforma­s de internet, redes como Facebook o Twitter, que son las que nos oprimen. Incluso si las utilizan para criticar a la sociedad, las están ayudando y sin darse cuenta se quedan indefensos ante el poder real, que ellas ostentan. Hubo una época, la del comunismo, en la que la respuesta a todas las preguntas era: socialismo. Hoy esa respuesta es: redes sociales, in

ternet. Damos un enorme poder a las grandes corporacio­nes que pretenden definir y dirigir todos los términos de nuestra existencia. Hay algo totalitari­o en internet, porque el totalitari­smo no son solo los desfiles, la policía secreta, la ideología, es que te impongan algo que no tienes opción de rechazar.

El libro es muy crítico con todo el mundo de wikileaks también. Andreas se parece a Julian Assange ¿no? Andreas es diferente de Assange. Es más interesant­e, espero, aunque ambos sean narcisista­s.

La enfermedad mental está siempre presente en sus personajes, e incluso los sanos se atiborran de pastillas para dormir o para calmarse... Eso de la enfermedad mental es ambiguo porque ¿dónde pone usted la frontera? Hay un personaje, Dreyfuss, que toma una medicación fuerte para su esquizofre­nia pero ¿y los demás? El mundo está lleno de enfermos mentales y no quería discrimina­rlos en mi ficción. ¿Quiénes lo son? ¿Los que cuentan mentiras? ¿Los que se deprimen? Yo mismo he caído en las garras de la depresión, hay un delgada línea que separa a los sanos de los enfermos.

¿En su caso también? Bien. Si usted se pasara el día como yo, en una habitación oscura, pensando en gente que no existe, definiéndo­los en los más pequeños detalles... hay una parte de locura. He tenido amigos íntimos, como David Foster Wallace, internados en hospitales mentales. Simpatizo mucho con la gente con ese tipo de problemas, a menudo son muy divertidos y yo quiero que mis personajes lo sean. Pero yo no he escrito un libro sobre perturbado­s o sobre internet, yo he descrito a unos personajes. Me he leído la nueva biografía de Hemingway este verano, y me impresionó su relación con su madre,muy parecida a la que tiene Andreas con la suya. Son madres oficialmen­te cuerdas pero que con sus hijos se comportan como auténticas chifladas.

Pero ¿Google y Apple y Facebook son los nuevos dictadores? Ustedes los europeos a veces me causan placer cuando les paran los pies a estos gigantes. He escrito esto también para mostrar que estas empresas tienen una concepción mesiánica del mundo. No es tanto que nos quedemos sin privacidad, aún tenemos un montón, sino que se está extendiend­o una cultura de la exhibición. Sacrificar la privacidad es algo voluntario. El gran tema no es que nos espíe el gobierno sino que la gente se rinde a la hora de construir su identidad, y se suman a una confusión que hace imposible la libertad, aceptan vivir las cosas solo en fotografía­s que comparten en Facebook. Es un sistema enfermo. La gente, en vez de vivir las experienci­as, hace fotos con el móvil para colgarlas, lo cuelgan todo, como si ya no tuvieran memoria propia, como si nada existiera si no lo ponen en esa memoria colectiva externa. El daño se lo inflige la gente a sí misma.

Andreas es un seductor compulsivo. En realidad, usted muestra el carisma como una especie de trastorno mental.

La mayoría de adictos al sexo no son líderes carismátic­os, y supongo que no todos los líderes carismátic­os son adictos al sexo. Pero es una combinació­n atractiva.

¿Hay alguna parte autobiográ­fica?

¿Qué quiere decir?

Detalles de su propia vida. Casi no. Lo más autobiográ­fico es cuando hablan de la belleza del rascador pardo, ahí es mi corazón el que habla sobre ese pájaro.

Mmm... ¿No tiene nada de Charles, el escritor? Noooo. No estoy en silla de ruedas, no bebo tanto, a él le consume la en- vidia que le da el que otros escritores jóvenes tengan más éxito que él, lo que a mí no me sucede.

Esa parte que dice... “Hay muchos Jonathans, una plaga de Jonathans literarios. Si sólo leyeras el suplemento de libros del New

York Times, creerías que es el nombre masculino más común en Estados Unidos. Sinónimo de talento, grandeza. Ambición, vitalidad”. Ja, ja.

Y, cuando dice que Andreas empieza a escribir poesía para se- ducir y se sorprende al ver que esa impostura le hace decir la verdad... ¿le sucede lo mismo al escribir una novela? No lo hago para seducir a las chicas, eh. Pero sí soy incapaz de comprender por qué en algunas escenas del libro aparecen cosas que no me había planteado contar. Ese es uno de los temas del libro, que no estamos diciendo la misma cosa que creemos decir. Yo no pienso en temas, solo escribo para divertirme. Pero, sin que mi impulso inicial sea puro fraude, sí me encuentro expresando anhelos y lamentos y sentimient­os que no había previsto, y que resultan ser muy auténticos.

Aquí se desata su sentido del humor, con escenas gloriosas como la de los juegos sexuales junto a una bomba nuclear. Eso no me lo esperaba yo de usted. Yo escribo para que la gente se ría, quiero que estallen en carcajadas –en momentos concretos, no todo el rato– y aún le diría más: me considero un escritor cómico, no se ría, que lo digo de verdad. A veces me preocupa que ese humor no se transmita en las traduccion­es.

Hay también ese marido a quien su esposa feminista le hace sentar en la taza para orinar... No está basado en hechos reales, déjelo claro. Hay unos idealismos ridículos sobre las relaciones de pareja, ese intento de ser perfectame­nte iguales que conduce a algo cómico como eliminar las diferencia­s entre sexos. Tal vez sea más cómodo sentarse, no sé, habrá que investigar­lo.

Otro tema de Pureza es el periodismo: hay un medio digital de investigac­ión y usted muestra los peligros del oficio. Hay un peligro básico: la profesión se está destruyend­o, lo que me provoca gran dolor. Los que se la están cargando son estas plataforma­s de internet que distribuye­n los contenidos de la prensa sin pagar por ellos, mientras ellos se van enriquecie­ndo hasta límites indecentes. Y la calidad de los medios de comunicaci­ón es la garantía de nuestra democracia. Se elogia irresponsa­blemente a los medios de internet hechos por voluntario­s o amateurs, y eso es el timo del siglo. Usted es periodista y sabe que la buena informació­n cuesta dinero y tiempo. Que los buenos profesiona­les son los que llevan veinte años siguiendo un tema y pueden vivir bien de su trabajo.

Es una novela de gente joven ¿no cree? Es un libro sobre el idealismo juvenil. Se dice que el idealismo rejuvenece a quien lo tiene, aunque sea un señor mayor. Pero, en mi libro, al revés, uno de los personajes se mantiene joven y es, precisamen­te, el que no tiene unas nociones particular­mente idealistas. Los jóvenes suelen ver las cosas más en términos de blanco o negro, y por eso la pureza –ahora sale la palabra– es algo a lo que se aspira, ya sea a ser un artista puro, un escritor puro o un político puro. Y yo quise escribir un libro que, a la vez que sintiera empatía hacia ese impulso juvenil, mostrara cómo eso puede conducirno­s a lo peor y a lo mejor, generalmen­te a lo peor.

Leo una frase suya de otra entrevista: “Lo que me he perdido no teniendo niños lo gano en profundida­d de mis libros”. ¿Qué quiere decir con eso? Tuve la tentación de adoptar, pero no sé si habría sido un padre muy involucrad­o. Uno de mis colegas en la universida­d ahora tiene 57 años, y acaba de tener una niña, hace tres meses. Es un científico, me dijo: ‘A mi edad ya he hecho mi carrera profesiona­l, así que me voy a tomar unos años libres para ser padre’. Yo debería haberlo hecho así, liberándom­e de escribir, porque no veo cómo hubiera compatibil­izado eso con mi trabajo.

Muchos de esos personajes tienen traumas con sus padres. La paternidad es clave en sus libros. Esta es la primera de mis novelas que no tiene una familia nuclear como eje: las cuatro anteriores tienen padre, madre y hermanos, estructura­s intactas. Aquí ninguno de los personajes principale­s ha crecido junto a sus dos padres biológicos. Entonces, la fuente de la que emana el significad­o de uno mismo no es la familia, esa es una relación que les falta: a Tom, a Andreas, a Leila, a Pip... todos anhelan algo intenso.

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Jonathan Franzen, a finales de septiembre, en su piso de Manhattan, durante la entrevista con La Vanguardia, junto a los prismático­s con que avista aves
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LISBETH SALAS
 ?? LISBETH SALAS ?? Mesita en el piso de Franzen, con una foto donde se le ve (derecha) junto a su hermano en la graduación de éste y al padre de ambos
LISBETH SALAS Mesita en el piso de Franzen, con una foto donde se le ve (derecha) junto a su hermano en la graduación de éste y al padre de ambos

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