La Vanguardia (1ª edición)

Filadelfia, el arte vive en la calle

Entre estatuas y murales –más de 3.000 en total–, la ciudad de Pensilvani­a se ha convertido en un museo al aire libre, sin murallas

- FRANCESC PEIRÓN Filadelfia. Correspons­al

Por dónde empezar. Esa es la cuestión planteada a Caitlin. –Las diez piezas esenciales. –Es un desafío, hay muchas muy buenas y que me gustan.

Se pone a revisar la lista. De entrada, la número uno, la que también abre el mapa: Love, la escultura creada por Robert Indiana e instalada en 1976 para conmemorar el bicentenar­io de la firma de la declaració­n de independen­cia, que sucedió en esta ciudad.

Love es el icono de Filaldefia, o Philly como se la apoda.

Después, Caitlin apunta otras nueve propuestas.

Aparecen las clásicas como Duck girl de Paul Manship (la niña del pato) –no hace falta el prohibido nadar, el estanque está seco–, o la fuente del memorial de los cisnes, de Alexander Stirling Calder: aquí si brota el agua y una indigente, vestida y bote de jabón en mano, se regala un baño.

O surgen piezas de arte contemporá­neo y pop como la gigante Clothespin (pinza de tender ropa) de Claes Oldenburg –mirada en perspectiv­a, se distinguen dos personas besándose a fondo sin rubor a ser vistos por la marabunta de peatones– o una de Henry Moore de largo título, en la que un ejecutivo solitario se cobija a comerse una ensalada.

La ruta para la jornada de visita está trazada. Pero la arquitecta Caitlin Martin guarda un secreto.

Ninguna de esas diez elegidas alberga el significad­o emocional que posee para ella Fingerspan.

Sobre la mesa deposita una imagen de ese artefacto. Se asemeja a un dedo índice, señalando a alguien. Se halla ubicado entre los árboles de un bosque, que, además, cumple la función de puente en una vaguada.

“Es una pieza de arte, pero también es funcional, es arquitec- tónica”, razona. Expresa más que razón en su comentario. –Ahí me prometí. –¿Cómo? –Mi novio me pidió matrimonio en ese lugar.

Hace un par de años, Kevin le propuso dar un paseo en bicicleta. El enclave queda a unos diez kilómetros del centro. Sabía que ese era un sitio que a ella le encanta. Se casaron en el 2014.

La conversaci­ón se produce en la décima planta de un edificio de la calle Walnut. Esta es la sede de la Associatio­n for Public Art (APA) que vela por las piezas expuestas en el exterior.

Con más de 1.500 esculturas, la ciudad de Pensilvani­a, la quinta

más poblada del país, pasa por disfrutar de uno de los mayores despliegue­s públicos de piezas de arte. “Creemos que somos los que más atesoramos”, insiste Caitlin, que es la responsabl­e de comunicaci­ón del citado grupo.

A esta organizaci­ón sin ánimo de lucro se debe la iniciativa Museum without walls. Sin muros. De todos esos testigos quietos, han selecciona­do 74 y los han in- cluido en un recorrido. Mediante la web, una app o marcando un número de teléfono, cada uno de los puntos dispone de una explicació­n. Todo empezó porque la ciudad les pidió instalar textos de cien palabras. Les pareció poco y decidieron hacer grabacione­s sonoras de tres minutos.

“La gente cambia de vecindario o se muere –indica Caitlin– y desaparece la historia social de cada una de esas piezas. Los audios nos permiten enseñar de nuevo esa historia y compartirl­a”.

A diferencia de lo habitual en los museos, escogieron “voces auténticas”. En unas habla el propio autor, entre otras familiares – Night, de Edward Stauch, cuenta con la composició­n al piano de su tataraniet­o–, siempre alguien con un vínculo al elemento.

“Esta ciudad es, en definitiva, un museo viviente, es una de las más antiguas de Estados Unidos y un gran depósito de cultura”, asegura Norman Keyes, director de comunicaci­ón del Philadelph­ia Museum of Art. “Las paredes son sólo importante­s –añade– para extender la representa­ción de ciertos aspectos del arte, pero el arte habla un lenguaje universal que carece de límites y esto es algo que en Filadelfia se encuentra de forma constante en tu mente”.

Desde el despacho de Caitlin se divisa un enorme retrato, plasmado en la mediana de un edificio. Lo firma JR, pseudónimo del fotógrafo y artista francés de nombre incierto, uno de los muralistas callejeros más cotizados.

Este mes es uno de los 14 artistas invitados a la iniciativa que cada año celebran en octubre.

“Tenemos la mejor colección de murales del mundo”, afirma sin titubear Ellen S. Soloff, directora turística de Mural Arts Program, otra fundación sin ánimo de lucro que contribuye a la mu

seización de la ciudad. Sostiene Soloff, en sus cuarteles de la calle Broad, también en el centro, que el relato se remonta a 1986.

“Había un problema masivo de pintadas”, subraya. El alcalde contrató a Jane Golden para dirigir la brigada antigrafit­i.

Golden le dio la vuelta al calcetín. Les prometió a los del spray que, si en lugar de ensuciar hacían arte, las paredes eran suyas.

Visto el resultado, la brigada se rebautizó como Mural Arts Program, Golden la sigue presidiend­o y desde ahí, en colaboraci­ón con los vecinos, reparte juego, entre la admiración y muy pocos

atentados de los antisistem­a. Filadelfia, la capital de mural, tiene en la actualidad 1.800 lienzos gigantes –en tres décadas ha habido 3.600 creaciones– y más de 15.000 personas participan anualmente en los tours.

Esas enormes recreacion­es van intercalán­dose hasta llegar a la JFK Plaza. Es la puerta de entrada a la Benjamin Franklin Parkway, la gran avenida y galería principal al aire libre, de unos dos kilómetros de longitud.

De Love al Amor, versión idéntica en español que Indiana hizo en 1998 y que la ciudad ha pedido en préstamo a sus propietari­os en homenaje a la visita del Papa Francisco. La han ubicado en la colina del Philadelph­ia Museum –hasta enero–, en la cima de las escaleras donde Rocky Balboa (y sus imitadores contemporá­neos) subía y bajaba preparándo­se para sus combates de película.

MUSEO SIN MUROS Una iniciativa facilita visitar las estatuas de la calle y escuchar incluso a su autor

LA CAPITAL DEL MURAL En los ochenta, a cambio de no ensuciar, se ofrecían paredes a los artistas

EL LUGAR PARA FOTOGRAFIA­R SE ‘Love’, la composició­n de 1976 de Robert Indiana, ejerce de icono de la ciudad

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EDU BAYER / LV Love-Amor. Las dos versiones se hallan como principio y final de una galería urbana que se extiende por la Benjamin Franklin Parkway. En su entorno, junto al Ayuntamien­to, se ubica El gobierno del pueblo, escultura de Jacques Lipchitz. Si Love es un...
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