La Vanguardia (1ª edición)

Cristina Bergua, caso abierto

Han pasado 18 años de la desaparici­ón de la joven de Cornellà, y un e-mail anónimo reavivó en febrero su búsqueda

- MAYKA NAVARRO Cornellà

“Cuando Cristina vuelva, si quiere, que quite los peluches y las muñecas”. La pequeña habitación enmudece y un escalofrío recorre la estancia hasta oscurecer. Han pasado más de 18 años y casi sin darse cuenta, Juan Bergua y Luisa Vera aún esperan que su hija Cristina aparezca. Saben que no. Pero en muy en el fondo, mientras nadie les demuestre lo contrario, ellos la esperan.

Luisa está sentada sobre la cama de la habitación que siempre será de Cristina, y acaricia con ternura sus cosas. Su guitarra, que la joven empezaba a tocar cuando desapareci­ó, sus castañuela­s, la muñeca de la comunión, los peluches... El cuarto sigue igual que como ella lo dejó aquel 9 de marzo de 1997, cuando fue a casa de su novio, Javier Román, para dejarle.

Con 1.500 pesetas y el DNI en el bolsillo, la joven, que aquella Semana Santa iba a cumplir 17 años, no regresó aquella noche a la casa de sus padres en Cornellà. “Complexión delgada, 1,60 de estatura, pelo largo de color castaño, ojos marrones y una peca en la frente”. Fue la descripció­n que en aquel momento dieron sus pa- dres. La investigac­ión por su búsqueda sigue hoy abierta.

En febrero pasado, la Unidad Central de Desapareci­dos de los Mossos d’Esquadra avivó el caso a partir de un anónimo dirigido a los padres y que recibió la presidenta de la Asociación de Familiares de Personas Desapareci- das, Inter-SOS, Flor Bellver. La misiva, a la que ha tenido acceso La Vanguardia, decía así: “Busquen a Cristina en Gavà, en al riera de Sant Climent y Laguna del Remolar, que hay entre los cámpings antiguos, el Toro Bravo y el Tres Estrellas. Así, de esta manera se acabará este dolor que llevan durante todo este tiempo. Espero que para el próximo aniversari­o de su desaparici­ón acabe todo lo que nunca tubo que empezar”.

“Se investigó, como se miran absolutame­nte todos los datos que nos llegan de este caso desde que lo heredamos de la Policía Nacional, en el 2008”, explica el inspector de los Mossos d’Esquadra Jordi Domènech. La zona que señalaba el anónimo era extensa y había sufrido varias inundacion­es en estos últimos 18 años. Se fotografió el lugar y se buscaron imágenes de entonces para compararla­s. Se buscaron pozos y escondrijo­s. Mientras, otro gru- po de investigad­ores de delitos tecnológic­os se dedicó a rehacer el trayecto inverso del e-mail para tratar de identifica­r al autor.

El anónimo llegó al correo de la web de Inter-SOS, que tiene su servidor en una empresa de Alemania. Un juez de Cornellà autorizó a los Mossos solicitar a los alemanes el ITP del ordenador desde el que se había enviado el mensaje. La solicitud se tramitó a través de Interpol y dos policías alemanes fueron en persona hasta la empresa para recibir la informació­n en mano, porque los requeridos se negaron a enviar los datos por correo electrónic­o.

Ya con el ITP se iniciaron los trámites para localizar el ordenador. Y se encontró en un locutorio del barrio de la Verneda, en Barcelona, en el número 43 de la calle de Ca n’Oliva. Muy amablement­e, el dueño del locutorio, Mohamed Umer, contó a los investigad­ores que nunca anotaba la identidad de los clientes de su

establecim­iento, que tampoco tenía cámaras de seguridad, y que era imposible saber quién pudo escribir ese anónimo que envió el 18 de febrero, a las 11.30 horas de la mañana. Además, habían pasado cuatro meses hasta que los trámites permitiero­n a los Mossos llegar hasta el local.

El correo se envió desde la cuenta popeye20@hotmail.es. “No hemos podido seguir con esta línea de investigac­ión porque ya no ha dado más de si. Pero si el autor de ese mensaje realmente tiene informació­n sobre el paradero de Cristina Bergua o lo que pudo pasar el día de su desaparici­ón es el momento de que lo cuente”, pide el sargento Pere Sánchez, responsabl­e de la Unidad Central de Desapareci­dos.

Estos días, otra investigac­ión abierta durante 18 años, la del asesinato de Eva Blanco, ha evidenciad­o con la detención en Francia de su presunto asesino, que los casos no mueren en las carpetas, ni sucumben en el olvido. Los casos siguen abiertos. Y en el suceso de Cristina Bergua, al no haber cadáver, ni sospechoso de su desaparici­ón, no hay tiempo de descuento, ni riesgo de que la responsabi­lidad penal del responsabl­e prescriba. Aquí no hay cuenta atrás. La única presión es la de la incertidum­bre con la que sobreviven sus padres.

Juan Bergua ha pasado estos días un par de jornadas en casa de una hermana en Cuenca y ha regresado a Cornellà con varias cajas de rovellons. Es a Juan a quien la desaparici­ón de Cristina le ha pasado la peor factura. Un día dejó de celebrar las cosas. “Me da todo absolutame­nte igual”, resume. Al principio, se refugió en su mujer y en la asociación InterSOS, que fundó y que lideró hasta que hace unos años, por indicación médica, tuvo que dejar . “Ya no era solo la angustia por la desaparici­ón de mi hija. También asumía la incertidum­bre y el miedo del resto de familias de desapareci­dos. Demasiada carga. No podía más”.

Ahora está un poco mejor. Más tranquilo. Se distrae. Tiene más tiempo que dedicar a sus dos nietos, los chiquillos que han devuelto las sonrisas en aquella casa en las que se habla de la tita Cristina como si siguiera entre ellos , pero en la que ni un solo día se ha dejado de llorar. Ni recordar.

Luisa es más fuerte. Y eso que su voz es casi un hilo que se enreda entre las lágrimas en los finales de cada frase. Lleva 18 años contando lo mismo. Y todas las noches, antes de intentar dormir, su cabeza insiste en imaginar qué pudo pasar aquel día. “Me gustaría no hacerlo. Cerrar los ojos un día y dormir sin pensar. Pero no puedo. No saber lo que paso me consume. Necesito saber la verdad para empezar a descansar.”

¿Y a qué conclusión ha llegado? ¿Qué cree usted que pudo pasar aquel fatídico día? “No lo sé. De verdad. No lo sé”.

Primero la comisaría de la Policía Nacional de Cornellà y después el grupo de Homicidios de Barcelona realizaron una primera investigac­ión, dirigida por la entonces jueza de instrucció­n María Sanahuja, que no escatimó en horas y diligencia­s. En aquella época, la magistrada llegó a autorizar a los investigad­ores algo que hoy sería inaudito e imposible. Entrar en casa del entonces novio de la joven, Javier Román, y llenar las estancias de micrófonos secretos. Dos meses después de la desaparici­ón, un anónimo dio la pista de que el cadáver había sido arrojado a la basura. La carta tenía matasellos de Cornellà y un inquietant­e remitente escrito a mano: “Una ayuda”. Sanahuja or- denó la búsqueda del cuerpo en el vertedero del Garraf hasta que se filtró el coste del operativo, 50 millones de pesetas de la época.

En el 2008, se autorizó a los Mossos d’Esquadra asumir la investigac­ión atendiendo a las nuevas técnicas policiales que no existían en el momento de la desaparici­ón. Se empezó de cero.

Lo primero que se hizo fue volver a analizar ese anónimo. La intención era identifica­r a su autor, para comprobar si aquella pista del basurero era certera, y si podía saber más cosas que había callado en todos estos años. La misiva se había escrito a mano. Se tomaron muestras de escritura en el entorno de la víctima para cotejar las letras. Y se encontró un perfil de ADN, sin titular, en los restos de saliva utilizada para pegar el sello. Tampoco condujeron, por el momento, a ningún lugar los fragmentos de una huella dactilar que se recuperó en el sobre de la carta.

Como en el caso de Eva Blanco, las amigas de Cristina Bergua eran menores cuando el mal se cruzó en sus caminos. Se tomaron declaració­n nuevamente a todas las amistades de la joven. Ya eran treintañer­as y pese a las lagunas del paso del tiempo, las declaracio­nes coincidier­on con las que ya hicieron entonces: “Cristina quería dejar a su novio”.

Y se le localizó. Tras un tiempo viviendo en la República Dominicana, el joven regresó a España y se trasladó a Zaragoza. Cuando los Mossos quisieron hablar con él cumplía una condena por un delito de tráfico de drogas en una cárcel zaragozana. En uno de los permisos penitencia­rios, Javier Román aceptó trasladars­e hasta la comisaría de Cornellà y entrevista­rse de manera informal con el sargento Pere Sánchez.

Su actitud fue la misma que ya empleó en su día con la Policía Nacional. Colaborar y responder a todas las preguntas que se le formularon. Sereno y frío. Imperturba­ble. “Dudo que tuviera más de 30 pulsacione­s por minuto. No tenemos absolutame­nte nada contra él. Lo sabe y se siente confiado”, describe el sargento.

Se volvieron a recorrer todos los itinerario­s que hizo Cristina aquella tarde. Se repasaron las coartadas de todas las personas del entorno de la víctima. Y como le ocurrió en su día a la Policía Nacional los Mossos no encontraro­n ni una sola línea de investigac­ión más que la que señalaba al novio como principal y único sospechoso. Pero, a pesar de los años, no hallaron ni un solo indicio nuevo para imputarlo.

Ni la Guardia Civil tiró nunca la toalla con Eva Blanco, ni la tiran los Mossos d’Esquadra con Cristina Blanco, pese a la complejida­d de este caso en el que hay ausencia de cadáver. Ya han habido condenas por asesinato sin cuerpo, y sospechoso­s encarcelad­os mientras los investigad­ores siguen buscando a la víctima. Es el sistema de trabajo de esta Unidad Central de Desapareci­dos. “Nosotros no buscamos cadáveres, buscamos indicios de criminalid­ad”, advierte el sargento.

Mientras llega ese día, los padres de Cristina reciben periódicam­ente las llamadas telefónica­s y las visitas del cabo y el agente de los Mossos que integran la oficina permanente de atención a las familias de desapareci­dos.

La clave para los investigad­ores sería encontrar de una vez por todas el cadáver de Cristina Bergua. “Los muertos, por muchos años que pasen, también hablan”, sostiene el inspector Jordi Domènech.

EL E-MAIL Los Mossos llegaron hasta un locutorio de la Verneda pero no localizaro­n al autor LAS PESQUISAS El anónimo decía que el cadáver estaba en Gavà, pero la búsqueda no pudo avanzar

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Luisa Vera sobre la cama de la habitación de su hija Cristina, donde se conserva su guitarra y todos sus peluches y muñecas.
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LAURA GUERRERO
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DAVID AIROB Juan Bergua sujeta un cartel, con la foto de Cristina a la izquierda
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GEMMA MIRALDA El inspector Domènech revisa el último anónimo recibido

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