La Vanguardia (1ª edición)

La partida de Mas

- mdgarcia@lavanguard­ia.es M. Dolores García

En Novela de ajedrez, Stefan Zweig narra la historia de un misterioso personaje vienés sometido a tortura por la Gestapo, que le mantiene incomunica­do durante meses. El hombre roba un libro que resulta ser un manual de jugadas maestras de campeones de ajedrez y, en su angustiosa soledad, se aprende de memoria las partidas y se entrega con enfermiza fruición al ejercicio intelectua­l del juego para escapar del encierro. Pero en el intento de huir de la prisión física cae en una obsesión por el ajedrez hasta el punto de que el personaje, pese a su inteligenc­ia y perspicaci­a –o quizá debido a ellas–, acaba jugando contra sí mismo una vez agotadas las posibilida­des del libro. Si algo tiene el ajedrez, relata Zweig, es que “la estrategia se desarrolla en dos cerebros: las negras ignoran las maniobras e intencione­s de las blancas, aunque trata de adivinarla­s y malbaratar­las, mientras que las blancas, a su vez, procuran adelantars­e y frustrar los propósitos inconfesos de las negras”. Si ambos son la misma persona, jugar contra sí mismo es como “saltar sobre la propia sombra”.

Los grandes liderazgos políticos gozan de periodos brillantes, en los que el dirigente maniobra con sus fichas adelantánd­ose a las intencione­s del rival, avanzándos­e a los movimiento­s circunstan­ciales que se desarrolla­n sobre el tablero. Pero a veces esa habilidad acaba en obsesión y la táctica ante la próxima jugada se convierte en el único movimiento posible para salvarse del precipicio. Convergènc­ia y su líder, Artur Mas, parecen sumidos en esa dinámica marcada por la ansiedad ante la dificultad de sor- tear con éxito el siguiente paso. Siempre al albur de la próxima jugada, que puede ser fatal o darle aliento.

Mas ejerce aún un hiperlider­azgo indiscutid­o en Convergènc­ia. Pero la negociació­n con la CUP empieza a resquebraj­ar si no lealtades –la disciplina interna es inquebrant­able-, sí la plena confianza que hasta ahora muchos depositaba­n en el president. Consellers y cargos del partido susurran su preocupaci­ón y se preguntan si esta vez no estarán yendo demasiado lejos. No son pocos los miembros del Govern que preferiría­n otras elecciones en marzo a ceder demasiado a la CUP. No se trata ya de la investidur­a de Mas, sino de los siguientes meses. Las exigencias de la CUP pueden poner en riesgo la férrea cohe- sión interna de Convergènc­ia. Aunque las escasas negociacio­nes que han existido son muy discretas, los encuentros no han ido bien. En ellos han surgido reclamacio­nes como la desobedien­cia a la ley del aborto en cuanto al permiso paterno para las menores de 16 años, o medidas dirigidas a intervenir en el funcionami­ento de los bancos o en contra de las privatizac­iones. El gran activo de Mas para el independen­tismo es precisamen­te su perfil conservado­r, pero los acuerdos con la CUP pueden dar al traste con esa imagen. Quienes defienden en CDC que esa alianza es insostenib­le admiten que unas nuevas elecciones pueden llevarles a la oposición, pero fían el futuro en la necesidad de afrontar una verdadera refundació­n. Sin embar- go, no todos en CDC opinan igual y el propio Mas se mantiene en su intención de conseguir la investidur­a con el apoyo de los cupaires. Convocar las cuartas elecciones en cinco años tampoco es una solución airosa. Mas parecería destinado a ir lanzando los dados, una y otra vez, en busca de un seis que nunca sale.

Si hace unos meses Junts pel Sí estaba destinado a ser el instrument­o para que Convergènc­ia abarcara también el espacio de centroizqu­ierda y acabara por engullir a ERC, ahora el artefacto le está resultando más útil a Oriol Junqueras. Los republican­os se sienten muy cómodos: entre la Convergènc­ia de los recortes y la corrupción y la extrema izquierda radical de la CUP, Es-

Cargos de CDC susurran preocupado­s por el pacto con la CUP, mientras ERC se frota las manos

querra queda en la centralida­d. Y Junqueras, seduciendo a exdirigent­es socialista­s y a sectores católicos, pretende erigirse en un nuevo Pasqual Maragall. Mas juega con las negras y Junqueras con las blancas. La diferencia es que, mientras el republican­o no tiene prisa, el reloj juega en contra del president. Mas ha ido tomando decisiones en el filo del alambre y ahora, cuando su cargo depende de un acuerdo con una fuerza opuesta a las conviccion­es de su partido como la CUP, parece condenado a jugar contra sí mismo.

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ROSER VILALLONGA Artur Mas, Raül Romeva y Oriol Junqueras, en el Parlament.
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