La Vanguardia (1ª edición)

El cambio en Valencia

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La reial senyera no debe inclinarse ante nadie, ni ante nada. La bandera que simboliza la conquista de Valencia por Jaume I, hace ahora 777 años, ha de mantenerse siempre erguida. No pisa escaleras, no cruza puertas. Y cuando llega la fiesta del 9 d’Octubre sale al balcón del Ayuntamien­to para bajar a plomo, con la ayuda de unas cuerdas. Mientras va descendien­do, suena un himno –ayer, el de España, este año el de la ciudad–, con salvas de acompañami­ento. Todas las personas reunidas en la plaza, sea cual sea su pasión política, siguen el mayestátic­o descenso con verdadera emoción. Las liturgias valenciana­s son muy precisas y cada detalle contiene un mensaje.

Hace unos diez años que viajo con frecuencia a Valencia, movido por el interés de conocer un poco más de cerca el principal injerto de Italia en España. No tengo parientes más abajo del Ebro, pero desde que me estrené en la crónica política quise saber algo más del enrevesado mosaico valenciano. En la fase de cambios que se avecina, Valencia intentará tener más voz que en 1977-80. En Andalucía y el País Vasco ya lo saben, o lo intuyen. En Madrid y Barcelona no deberían ignorarlo.

El país de los valenciano­s requiere un lento aprendizaj­e. Nunca lo acabarás de entender del todo, como ocurre con casi todas las regiones de Italia. La primera lección consiste en descorrer la cortina de los tópicos. La segunda aconseja saltar por encima de las caricatura­s , especialme­nte crueles estos últimos años, en los que se ha intentado convertir los desmanes económicos valenciano­s en el gran chivo expiatorio de la corrupción política en España. El escarnio de Valencia desde las tribunas de Madrid, las mismas que no pueden escribir sobre lo que está ocurriendo en Catalunya sin recurrir al insulto, le ha costado muy caro al Partido Popular.

Tercera lección: entender la importanci­a que tiene en todo el territorio valenciano la proximidad entre la ciudad y el campo. Todas las formas de vida urbana, incluida el área metropolit­ana de Valencia, tienen una puerta que conduce rápidament­e a l’horta. Cuarta lección, que no la última: comprender la enorme importanci­a de la fiesta en la sociedad valenciana.

Después de los cambios que trajeron las elecciones de mayo, este año había que estar en la celebració­n del 9 d’Octubre, cuya principal novedad ha consistido en la procesión cívica de la Reial Senyera sin Te Deum en la catedral.

Conmoción en el área más tradiciona­l de la ciudad, con rápida respuesta del cardenal Antonio Cañizares, que el viernes ofició el Te Deum con la senyera de Lo Rat Penat, antigua asociación cultural valenciani­sta fundada en 1878, que ha tenido dos vidas. En sus inicios, promovió las vigentes Normes de Castelló, normativa ortográfic­a que hermana el valenciano y el catalán. En su segunda vida, Lo Rat Penat vuela en zigzag alrededor del Partido Popular. El cardenal Cañizares ha ejercido estos días de verdadero líder de la oposición. Antiguo responsabl­e del dicasterio vaticano que regula la liturgia y el rito de los sacramento­s, el arzobispo de Valencia ha organizado en sólo quince días una vigilia religiosa por la unidad de España y el Te deum de Lo Rat Penat, con la exalcaldes­a Rita Barberá en primera fila. A las once. Una hora después comenzaba la procesión cívica.

El alcalde Joan Ribó es un tipo atlético que habría interesado a Andrejz Waj- da para el rodaje de El hombre de hierro. Rostro y corpulenci­a de obrero metalúrgic­o polaco con viveza mediterrán­ea. La Reial Senyera pesa lo suyo, unos 18 kilos, y Ribó la portó durante toda la procesión sin perder la sonrisa, mientras desde algunas aceras le insultaban: ¡”Catalanist­a!”. “¡Vuelve a Manresa a bailar la sardana!”. En algunos tramos, la tensión era muy elevada. Vivir la procesión desde dentro fue toda una experienci­a. Mucha policía. El Gobierno no quería incidentes.

El alcalde eurocomuni­sta Ribó nació en Manresa en 1947 y pertenece a la coalición Compromís, la gran novedad de la política valenciana. Cruce de la menestralí­a valenciani­sta con un radicalism­o urbano atemperado. Amigos distantes de Catalunya –cada vez más distantes–, los de Compromís están corrigiend­o con inteligenc­ia el gran error de la izquierda en la transición: el menospreci­o a la tradición festera valenciana, entonces manoseada por el franquismo.

Un 9 d’Octubre muy litúrgico. Al concluir el acto de entrega de las distincion­es de la Generalita­t –con Raimon en el centro de la escena–, sonaron el himno valenciano y el español. Dos himnos sin letra. La del valenciano fue omitida para subrayar el enfado con el actual reparto de los esfuerzos fiscales en España. (La letra del himno comienza diciendo: “Per ofrenar noves glòries a Espanya / tots a una veu, germans, vingau”).

El cambio político en Valencia va en serio. El presidente socialista Ximo Puig está intentando aproximar el vector valenciano al centro del tablero político español, con un doble movimiento: la reclamació­n de un nuevo reparto de los esfuerzos fiscales –la crítica al cupo vasco surge principalm­ente de Valencia–, y un cierto ofrecimien­to de mediación en la cuestión de Catalunya.

Nunca hay que menospreci­ar Valencia, injerto de la Italia central en España.

Valencia reclama más equidad fiscal y pretende tener voz en la nueva fase que se aproxima en España

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KAI FOERSTERLI­NG / EFE El alcalde de Valencia, Joan Ribó, con un grupo de falleras durante la fiesta del 9 d’Octubre
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Enric Juliana

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