La derrota del conocimiento
LAS políticas de austeridad, aplicadas para afrontar la crisis, también han pasado factura en el ámbito de la investigación científica. Así lo ponen de manifiesto los datos más recientes facilitados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), según los cuales el gasto total en I+D en el 2013 fue un 2,8% menor que el registrado el año anterior (13.012 millones de euros en el 2013, comparados con los 13.392 del 2012 ), aunque lo más inquietante es que la cifra del 2013 fue la más baja desde el 2006. Y con el retroceso en gasto y financiación ha llegado también el descenso, considerable, de profesionales dedicadas a la investigación. Según el INE, desde el 2010 hasta el 2013 se perdieron 11.000 investigadores, pero es que si en el 2013 había 203.302 profesionales dedicados a las actividades de I+D a jornada completa, ahora sólo contamos con 123.225 científicos e investigadores, de los cuales el 64% trabaja en el sector público. Son cifras que nos hablan también de una pérdida de capital humano, más difícil de restituir que el capital financiero, y de una década perdida en crecimiento y convergencia con Europa en ciencia y tecnología.
Esta situación, denunciada en vano por científicos e investigadores, viene ejemplificada por el colosal edificio del Instituto de Medicina Molecular Príncipe de Asturias, impulsado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que se construyó en terrenos del campus de la Universidad de Alcalá de Henares. Con una inversión de casi 50 millones de euros y las obras terminadas en el año 2011, sus 32.000 metros cuadrados siguen a día de hoy vacíos. Los 600 investigadores que tenían que utilizar sus laboratorios y dependencias y que debían dedicar sus esfuerzos al conocimiento de enfermedades inmunológicas, inflamatorias, tumorales y al envejecimiento humano, ni están ni se les espera.
Reducciones presupuestarias, públicas y también privadas, edificios vacíos, plazas de investigadores por cubrir, atrapados a menudo en una avara burocracia, pérdidas de profesionales con alta formación, que acaban por marchar a otros países, son las líneas que dibujan un panorama declinante, que pone al país ante un futuro de dependencia y atraso científico y tecnológico. Las dificultades económicas, traducidas en recortes presupuestarios, no pueden esgrimirse como excusa suficiente para que la resignación y el abandono en la investigación ocupen el lugar de los científicos e investigadores.
Aceptarlo sería una derrota que tendría graves consecuencias.