Camisas y camisetas en campaña
Detesto las campañas electorales. Son el golondrino en el sobaco de la democracia. A muchos nos supura como un grano ese periodo en que parece que los candidatos tengan bula para llenar sus discursos con estimulantes promesas ilusorias, ya que saben de antemano que no podrán cumplirlas. Si el efecto Pinocho fuera real y no ficticio, la mayoría de los políticos arrastrarían por el suelo sus narices, convertidas en largas trompas. Las campañas, además, constituyen un dispendio económico que repercute en los bolsillos de todos. Tal vez los únicos que se beneficien de ellas sean los asesores de imagen y las agencias de comunicación contratadas a tal efecto y desde hace poco los profesionales de esa modernez llamada coaching.
Es posible que los pasos de baile que se marcó Iceta se los hubiera sugerido su coach, sabiendo que el candidato del PSC es de natural bailongo y habría de quedar bien. Igualmente es probable que Mas, al ponerse las camisas blancas con las que apareció a menudo, siguiera los consejos de un asesor que, desconocedor del verso del gran Blas de Otero, “España, camisa blanca”, le persuadió para que tratara de mostrar, con el color de la pureza, su impoluta honorabilidad, su honestidad a prueba de 3%, puestas en duda por muchos ciudadanos, incluso de los que formaban su propio partido, hoy en vías de extinción. Convergència se llamaba, quizá les suene.
En cambio, el que parece considerar que eso de los asesores de imagen es una chuminada de la envergadura de la torre Foster, es el líder de Esquerra. Al no tener que cambiarse de chaqueta se vistió como siempre. Desde su más tierna infancia, desde los ocho años, según puntualizó en unas declaraciones, siente por la Constitución, que los catalanes votaron unánimemente, un terrible rechazo. A los que no tienen la fortuna de gozar de las férreas convicciones del líder de Esquerra, esas cosas del rechazo también les pasan, pero no con la pobre Constitución, necesitada de reformas, sino con algunos alimentos y suele ser producto de un empacho. Quizá al señor Junqueras se lo provocó un exceso de Constitución, como a otros los langostinos o los polvorones. Cualquier día nos enteraremos de que su señora madre, el 6 de diciembre de 1978, puso en la cena, de postre, tras las acelgas y la merluza, en vez de crema catalana, una compota constitucional demasiado compacta y sin duda excesiva para un estómago infantil, delicado de suyo. Y de aquellos polvos esos lodos. De ahí que Junqueras, que siempre ha tenido las mismas ideas sobre la necesaria ruptura con España y nunca ha engañado a nadie acerca de su querencia independentista, no sintiera necesidad de insistir con las camisas blancas del presi- dent. Las de don Oriol, a veces marcando barriguilla, otras más sueltas, a menudo medio salidas del pantalón, eran las mismas que llevaba cuando, y de eso no hace nada, era el jefe de la dulce oposición al Govern, con cuyo president acabaría por pactar una lista única que le colocaría el quinto y no el primero como hubiera ocurrido si se hubiera presentado por Esquerra. Cosas veredes, amigo Sancho, y muchas otras que quedan por ver.
La CUP, igualmente sin asesores, optó por las camisetas. Aunque a veces Baños vistiera camisa o incluso chaqueta y corbata roja, triunfaron las camisetas de Fernández, que Anna Gabriel, en un detalle que no pasa desapercibido a nadie, eso es adoptando esa moda a su particular gusto, las llevaba y lleva superpuestas. Las cami- setas son sintomáticas de los nuevos tiempos y de la nueva manera de hacer y enfocar la política. Las camisetas son, hoy por hoy, a las camisas lo que estas en tiempos de Franco fueron a las chaquetas.
Otros, García Albiol y Antoni Espadaler, por ejemplo, de acuerdo con sus jefes de campaña, tendieron a utilizar una vestimenta masculina tradicional: camisa en el vis a vis con sus seguidores y americana en los debates, en consonancia con los argumentos de sus formaciones. Ciutadans, partido de centroderecha o de centroizquierda, depende de dónde pongan el énfasis de su discurso, el único que encabeza una mujer, fue mucho menos rompedor que cuando inició su salida al mercado electoral con la fotografía de Albert Rivera, desnudo, cubriendo, eso sí, púdicamente sus vergüenzas, algo, imagino, que de ninguna manera Inés Arrimadas hubiera aceptado. Su ropa, en consonancia con los planteamientos de su partido, era discreta pero a la par elegante y sexy.
Me dejo para el final de mis desenfadados comentarios meterme con el líder de Catalunya Sí que es Pot, cuya facha, también alejada de cualquier asesor de imagen, me recordaba a los sindicalistas de mi juventud, aquellos con quienes los estudiantes de entonces teníamos grandes tratos cuando la nit estaba a punto de acabarse y quizá por ello Rabell –estuviera una de acuerdo o no con sus planteamientos–infundía seguridad, la misma que nos infunde el manobre que consigue, finalmente, dar con la causa de una inundación casera y atajarla.
¿Habrá podido influir la manera de vestir de los líderes en el resultado de las elecciones? Esperemos que no. Sin embargo, los especialistas en comunicación aseguran que la apariencia es fundamental, que las prendas que usamos hablan de nosotros y a veces incluso por nosotros, de ahí su importancia e influencia en los electores. Por eso me pregunto: ¿se pondría Mas una camiseta para obtener el apoyo de la CUP o un mono de manobre para atraer a la coalición catalana de Podemos, con tal de ser investido president?