La Vanguardia (1ª edición)

Indignidad­es

- C. SÁNCHEZ MIRET, Cristina Sánchez Miret socióloga

Andrea, la niña de 12 años que llevaestar­án, pero cuando menos, ahora que por ba días en la cama de un hospital fin lo han conseguido, pudieron acompañar en Santiago de Compostela a caua su hija en este proceso de tránsito tanto cosa de una enfermedad que ya no la mo quisieron y de la manera que quisieron. dejaba vivir, falleció el pasado viernes desNadie debería tener que luchar, ni en su pués de días de lucha de los padres para conpropio nombre ni en nombre de otros, conseguirl­o. El hospital no estaba de acuerdo, a tra el sistema o contra personas concretas pesar de tener una sentencia del juez y un que se apropian de atribucion­es que no tiedictame­n favorable del comité ético para no nen, para poder morir dignamente. Igual alargarle la vida artificial­mente. que hemos establecid­o un consenso bastan

Nunca es una cosa agradable tener que te amplio sobre la idea de que es un derecho presentart­e ante un tribunal o sencillame­nte vivir dignamente, también hay que consehacer cualquier tipo de diligencia ante la jusguir ese mismo consenso respecto del dereticia, pero es sin duda –no puede haber nada cho de morir dignamente. más seguro– el último lugar donde deberían Y eso no sólo lo solucionan las leyes, por estar los padres –física o mentalment­e– avanzadas que sean, porque si no cambian mientras tienen un hijo o una hija en la cama mentalidad­es es difícil aplicarlas, incluso en de un hospital esperando la muerte. Bien no los casos más claros. No sé de qué otra manera podemos explicar lo que ha pasado estos días en Galicia.

Siempre acabamos diciendo lo mismo, deseamos que el caso de Andrea sirva de ejemplo o cuando menos espolee la necesidad de hacer un debate serio sobre cuál es el papel de los profesiona­les en situacione­s como esta. Sin embargo –y con ganas de equivocarm­e–, sé que no será así porque es más fácil y más cómodo –excepto para las familias que tengan que pasar por ello– dejar las cosas como están que no afrontar el problema de cara.

Hay que trabajar seriamente en delimitar funciones y aclarar qué es un precepto moral y qué es una disposició­n o acción técnica o científica; y en cómo es de indigno excusarse en la segunda para poder imponer el primero. No es el caso de todos los profesiona­les, al contrario, pero todavía hay demasiados que no han aprendido dónde radica la diferencia.

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