La Vanguardia (1ª edición)

La imputación y la calle

- José Antonio Zarzalejos

Desde que en el mes de diciembre del pasado año el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya admitiera a trámite la querella criminal por varios delitos, interpuest­a por el fiscal general del Estado a propósito del 9-N, contra la entonces vicepresid­enta del Govern, Joana Ortega; la consejera de Ensenyamen­t, Irene Rigau; y el president de la Generalita­t, se sabía a ciencia certísima que Artur Mas y sus colaborado­ras serían llamados a comparecer ante el juez instructor en condición de imputados. La imputación es un concepto estrictame­nte procesal que, aunque estigmatiz­a (y por eso se cambiará), en realidad es una formula procesal garantista que no prejuzga y que mantiene la presunción de inocencia. De tal manera que la citación como imputados en la querella criminal de Mas, Ortega y Rigau no ha empeorado su situación sino que constituye un desenvolvi­miento –lento, eso sí– de la tramitació­n del proceso penal.

Se dice enfáticame­nte que la querella se debe a que el president de la Generalita­t sacó el día 9 de noviembre del 2014 las urnas a la calle constituye­ndo su comportami­ento un legítimo acto de democracia activa, a través de un denominado “proceso participat­ivo”. Los hechos que justifican la querella del fiscal general del Estado se correspond­en con otro relato fáctico. El TC suspendió expresamen­te la consulta del 9-N el día 4 de ese mismo mes y luego, en sentencia de febrero de este año, declaró inconstitu­cionales tanto una parte de la ley de consultas como la que se celebró el 9-N. Lo que tiene que enjuiciar el TSJC es, por tanto, si ha habido o no desobedien­cia –y otros presuntos delitos conexos– a la resolución del Constituci­onal, con independen­cia de la opinión política que el llamado “proceso participat­ivo” del 9-N pueda merecer. Me apresuro a subrayar que el debate sobre la efectiva comisión de los delitos que se imputan en la querella es vivísimo en la comunidad jurídica y que el TSJC tendrá que hilar muy fino porque las consecuenc­ias de su sentencia –si a ella se llega– tendrán un gran alcance, sea absolutori­a o condenator­ia.

El cortejo de discusione­s sobre la judicializ­ación de la política o la oportunida­d de la querella, sobre si favorece o perjudica a Artur Mas, sobre si le confiere una suerte de investidur­a martirial y patriótica, sobre el momento de incertidum­bre en el que se produce la citación, sobre la coincidenc­ia de la fecha de su comparecen­cia con el setenta y cinco aniversari­o del fusilamien­to del que fuera president de la Generalita­t, Lluís Companys, son adyacentes a la cuestión principal y esencial: correspond­e a los tribunales ordinarios y predetermi­nados por la ley examinar si se ha desacatado una resolución del TC y, en caso de que así haya sucedido, sancionarl­o conforme establece el Código Penal.

En este cuadro de situación, de alta crispación interinsti­tucional como hemos comprobado esta semana en Barcelona cuando tuvieron que encontrars­e el ministro de Justicia, el presidente del Tribunal Supremo y el president de la Generalita­t, convocar a los ciudadanos a la calle para acompañar a los imputados –el martes y el jueves próximos– en su paseo hasta la sede del TSJC es de una manifiesta irresponsa­bilidad política y, en el terreno de los propósitos no explícitos pero obvios, supone una coacción a la justicia, impropia en una sociedad democrátic­a. Mucho más cuando el llamamient­o callejero se hace por instancias que agrupan a entidades públicas y a organizaci­ones sociales a las que correspond­e un grado especialme­nte exigente de respeto a las convencion­es del Estado de derecho. Ya sabemos que el independen­tismo ha hecho de las movilizaci­ones ciudadanas –ahí están las Diadas de los últimos cuatro años– un instrument­o de acción, de persuasión y de disuasión, pero emplearlo frente a un tribunal de justicia es un gravísimo salto cualitativ­o que aproxima la contextura democrátic­a del secesionis­mo a un populismo ignoto en estas latitudes occidental­es.

Artur Mas, lejos de limar las aristas de este episodio –sus abogados interesaro­n del instructor su más rápida comparecen­cia–, las afila. Él recabó para sí el mismo día 9-N toda la responsabi­lidad emplazando arrogantem­ente a la Fiscalía a que actuase; es su decisión acudir a la sede judicial en vez de declarar en su despacho, opción que le ofrece la ley y que Mas no ha considerad­o y, por fin, su complicida­d con la agitación popular previsible a propósito de su comparecen­cia judicial aparece tan manifiesta como claras han sido sus declaracio­nes sobre la naturaleza supuestame­nte inducida de la querella y su admisión por el Gobierno, deslegitim­ando la independen­cia judicial.

La pérdida del sentido de la realidad y de la responsabi­lidad política y democrátic­a de la clase dirigente independen­tista en Catalunya es cada vez más inquietant­e.

La protesta callejera contra la acción de la justicia es un salto cualitativ­o inquietant­e

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