Un sínodo en busca de síntesis
Los obispos discuten sobre la familia desde visiones ideológicas y culturales que no coinciden
El Vaticano se rige por una especie de monarquía absoluta electiva, con el Papa al frente, pero nadie puede negar que los asuntos se debaten en profundidad y que las voces son muy variadas y vehementes. El actual sínodo sobre la familia es un gran foro de la Iglesia planetaria en el que resulta difícil llegar a una síntesis compartida, quizás no tanto por la dicotomía entre prelados conservadores y reformistas –una simplificación inevitable– sino por la extrema variedad de contextos socioculturales en los que la misma doctrina debe aplicarse.
Si algo ha quedado claro en las animadas discusiones de los 13 circoli minori (los grupos de obispos reunidos por idioma común) es una queja compartida: el instrumentum laboris (documento de trabajo) es demasiado eurocéntrico y da excesiva relevancia a algunos problemas de la sociedad occidental. Este pecado de la asamblea se agrava aún más por el desproporcionado número de medios europeos y norteamericanos que cubren el sínodo desde Roma y que, obviamente, están más interesados por la comunión de los divorciados vueltos a casar que por la poligamia en África.
El riesgo de divisiones en bandos ideológicos, de la creación de partidos, está siempre implícito en un sínodo como el actual, en el que se abordan cuestiones morales relativas a la sexualidad y a la vida en pareja. Lo ha advertido ya varias veces el propio Francisco, con su estilo coloquial. El sínodo no puede ser una asamblea parlamentaria, con transacciones y pactos. Debe ser un “caminar juntos” hacia una síntesis compartida, por el bien de la Iglesia. No es fácil conciliar sensibilidades. Tampoco llegar a un común denominador de prioridades que puedan ser útiles a los pastores de la Iglesia en Norteamérica y en Oriente Medio, en Asia, el África subsahariana y América Latina.
Sí se detecta, por ejemplo, una preocupación muy generalizada y aguda por combatir la pujante “ideología del género”, aquella que sostiene que el sexo de la persona no viene predeterminado por la biología sino que puede ser una opción cultural. Para la Iglesia, en todos los continentes, la “ideología del género” es una amenaza muy grave, un cambio antropológico al que se debe ofrecer resistencia para intentar frenar su avance en los programas educativos y en la conciencia colectiva de las sociedades.
En el sínodo se da la oportunidad a que se planteen todo tipo de temas, de índole ético, sociocultural y también económico que condicio- nan el trabajo pastoral de la Iglesia y la vivencia de la fe entre los creyentes. Aunque la ordenación sacerdotal de las mujeres se considera todavía un tabú infranqueable, hay ciertas aperturas. El arzobispo canadiense Paul André Durocher (de Gatineau, Québec), por ejemplo, planteó la posibilidad de ordenar como diáconos a mujeres. Sería ese un avance extraordinario. El asunto se ha tocado y ha merecido atención, pero parece aún verde.
Quedan dos semanas más de debates y una labor complicada para encontrar fórmulas que satisfagan a la mayoría. Ya no es sólo hallar las ideas adecuadas sino cómo expresarlas. Uno de los círculos en lengua inglesa criticó con dureza la redacción del instrumentum laboris, por el fondo y por la forma, y los obispos alemanes también se han quejado de la deficiente traducción. Al final, las diferencias teológicas y doctrinales pueden exasperarse o diluirse por un mero adjetivo o un matiz del traductor. El éxito del sínodo también depende de ello.