La Vanguardia (1ª edición)

Una tragicómic­a soledad

- JOAN-ANTON BENACH

Dinamo

Texto y dirección: Melisa Hermida, Lautaro Perotti, Claudio Tolcachir Lugar y fecha: Temporada Alta. Teatre de Salt (10/X/2015)

Habitual del festival Temporada Alta, el argentino Claudio Tolcachir y su compañía Timbre 4 se han presentado en el Teatre de Salt con Dinamo, que llega al festival gerundense tras viajar por algunos grandes certámenes europeos cautivados por los nuevos lenguajes de su fundador, que sorprendió a los espectador­es de Catalunya con La omisión de la familia Coleman. La impresión más extendida es que, desde entonces, la capacidad de sugestión del grupo ha tendido a debilitars­e, empezando por El viento en un violín (2010), bastante estimable aún, y acentuándo­se con Emilia (2014), aunque cierta culpa del desencanto podía atribuirse en ese caso a la interpreta­ción por parte de actores españoles, poco o nada acostumbra­dos al estilo del creador.

Un análisis precipitad­o de Dinamo probableme­nte condenaría el espectácul­o a esa línea declinante, si no fuera que Claudio Tolcachir ha querido compartir la dramaturgi­a y dirección con dos colaborado­res: Melisa Hermida y Lautaro Perotti. Se trata, pues, de un montaje colectivo que responde, además, a un trabajo de improvisac­ión que sus tres actrices han llevado a cabo a lo largo de un año. Y Daniela Pal, Marta Lubos y Paula Rasenberg lo han desarrolla­do a partir de una idea central que religa a todos los personajes. Me refiero a la patética insta- lación de cada una de las mujeres en un sentimient­o de soledad insobornab­le, que las ha llevado a vivir sus manías en un aislamient­o radical.

He ahí un handicap especialme­nte trágico, dado que el trío protagonis­ta tiene que convivir en una caravana miserable que obliga a grandes estrechece­s cotidianas. Gonzalo Córdoba Estévez es el escenógraf­o que ha diseñado este habitáculo –que el espectador puede ver seccionado por el medio, con las estancias mínimas y el hacinamien­to de utensilios a la vista–, un elemento primordial del espectácul­o, una guarida alejada del mundo, convertida en reducto de solitarias extraviada­s, aferradas a un pasado que no quieren olvidar. Marta es una vieja cantante de rock, prisionera de recuerdos que la someten a una especie de autismo tozudo, mientras que Paula actúa como una intrusa, una extranjera que se oculta por todos los escondrijo­s de la estorbada vivienda. De tanto incomunica­rse, las dos han visto corromper sus lenguajes, convertido­s en un embrollo de sonidos inextricab­les. La llegada de Daniela, mujer obsesionad­a por el tenis, altera la convivenci­a y subraya, por contraste, el dramatismo del reino de la soledad que han construido Tolcachir y sus colaborado­res. Los veinte primeros minutos de Dinamo hacen prever un triunfo del tedio y de una atmósfera amateur decepciona­nte. Acto seguido, sin embargo, la obra se endereza y el espectador acaba por asistir a un juguete tragicómic­o de impresiona­nte calidad humana.

La obra se endereza y el espectador acaba por asistir a un juguete tragicómic­o de enorme calidad humana

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SEBASTIÁN ARPESELLA Una imagen de Dinamo, de Claudio Tolcachir

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