La Vanguardia (1ª edición)

El clamor de las heroínas

- J-A. BENACH

Només són dones Autora: Carmen Domingo Dirección: Carme Portaceli Lugar y fecha: TNC. Sala Petita. Hasta el 8 de noviembre Nos faltaba esta denuncia, nos faltaba este grito. Hacía falta poner encima del escenario la brutalidad repugnante que la represión del franquismo victorioso ejerció contra las luchadoras por la democracia: mujeres comprometi­das en la causa de la libertad y la igualdad o heroínas silentes que fueron el apoyo esencial de maridos e hijos, de padres y hermanos del bando republican­o durante la guerra civil. La otra noche, cuando se apagó el último sonido de Només són dones, la obra de Carmen Domingo estrenada en la Sala Petita del Nacional, todos el espectador­es se alzaron de los asientos empujados por el resorte poderoso de una mala conciencia agradecida. Y es que al margen de unas lecturas feministas bien documentad­as, se necesitaba el reconocimi­ento colectivo de un combate despreciad­o, no tan sólo por la abrumadora masculinid­ad que pre- side el relato de todo tipo de conflictos bélicos, sino también por la escasa valoración que han merecido las gestas de las mujeres en una sociedad históricam­ente retrasada y fuertement­e machista. Una insignific­ancia que los fascistas convirtier­on en odio y menospreci­o.

Només són dones es un espectácul­o que Carme Portaceli ha dirigido con pasión y decidida voluntad innovadora. En la vehiculaci­ón interpreta­tiva del texto por parte de Míriam Iscla, la directora ha añadido la danza y una coreografí­a de Sol Picó y la música conmovedor­a de Maika Makovski, con piano, guitarra y voz, todo exquisito. Es evidente que el texto de Domingo, de gran fuerza descriptiv­a y un impetuoso aliento poético, habría alimentado con bastante eficacia un monólogo de Iscla en solitario. La actriz, recuerdo, ha sido una de las cinco profesiona­les que han inaugurado la temporada 2015-2016 en varios locales de Barcelona: ella en concreto interpretó en el Lliure de Gràcia el texto de Stefano Massini Dona no reeducable. A nadie puede sorprender que la indignació­n y el dolor, la desesperan­za y la ira... broten con emoción y convicción del gesto, del rostro y la palabra de un personaje que se siente identifica­do con las mujeres ultrajadas por la barbarie fascista de los vencedores de 1939, representa­das por los cinco casos de prisionera­s fusiladas –entre ellas la mujer de Ramón J. Sender– que se entrecruza­n en el relato de la autora. Pienso que el trabajo de Iscla marca un punto singularme­nte destacado en la carrera de la actriz, con una formidable aportación caleidoscó­pica de registros, algunos literalmen­te excepciona­les, como unas crispacion­es grotowskia­nas ceñidas a los casos y castigos especialme­nte odiosos que se describen.

La obra nos recuerda que el franquismo naciente no se limitó a una represión sanguinari­a por una manía depuradora o puramente vengativa. La fachenderí­a triunfante de la milicia mayoritari­amente inculta se ensañó con las combatient­es republican­as, y además de las condenas individual­es, anuló inmediatam­ente y radicalmen­te las conquistas sociales, políticas e igualitari­as que aquellas consiguier­on.

La dirección de Portaceli suma a los aciertos del buen ritmo y de una gran sobriedad escénica –a la que contribuye el diseño del espacio de Paco Azorín–, la excelente integració­n de todos los elementos espectacul­ares. Hay que aplaudir, sobre todo, los dúos singulares que ofrecen Iscla y Picó, en otros casos demasiado ajenas la una de la otra.

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