La Vanguardia (1ª edición)

La hora de los altercados

Las colas ante las oficinas y los albergues repletos hacen estallar peleas entre refugiados de distinta nacionalid­ad o religión

- BERLÍN Correspons­al

Los nervios están a flor de piel, la espera al aire libre se eterniza, y cualquier codazo, incluso involuntar­io, puede degenerar en disputa. Una babel de voces preside la cola apretujada de aspirantes a obtener asilo en Alemania que, como cada mañana, serpentea entre vallas metálicas ante la Oficina Estatal de Salud y Asuntos Sociales de Berlín (Lageso, por sus siglas en alemán). Registrars­e en esta oficiprest­aciones sociales–, pero tamna proporcion­a un estatus provipoco es seguro que su número sea sional de refugiado, que deberá ser llamado hoy. El ritmo de tramitacon­firmado o denegado por la aución de solicitude­s es de un centetorid­ad federal meses –o incluso nar al día, cifra nimia comparada años– después. con las magnitudes reales: a fina

“Hemos venido cada madrugales de septiembre había en Berlín da a hacer cola durante veinte días, 29.000 personas inscritas, pero se y por fin tenemos número”, exulta prevé que a fin de año esa cifra sea el matrimonio sirio formado por de 50.000. Los funcionari­os de la Mohamed Rashid Al Khoja, de 40 Lageso –que hacen horas extraoraño­s, y Bosha Al Hamda, de 30, dinarias durante toda la tarde– esque blanden un folio oficial en el tán desbordado­s. que consta una cifra mágica: BZ36. Mohammed Rashid y Bosha se Es la que hará que un funcionari­o han apartado de la cola principal allá adentro les reciba para formacon sus dos hijas, Manar y Sara, de lizar esa primera inscripció­n –que cinco y dos años. Huyeron juntos les permitirá acceder a ciertas de Raga, ciudad controlada por los terrorista­s de Estado Islámico (EI). “Mi marido tenía un locutorio de Internet y yo soy profesora de árabe, pero teníamos miedo”, explica en un inglés muy primario. En el viaje fueron a Hungría (“Keleti, Keleti”, asienten, evocando la estación ferroviari­a de Budapest donde se produjo el colapso de migrantes en septiembre), pasaron luego a Austria, y después viajaron a Munich, desde donde fueron derivados a Berlín.

Están exhaustos, pero al menos tienen número. En la cola, en cambio, crece la tensión porque la mañana avanza, y muchos se dan cuenta de que no lograrán que les den número hoy. Los refugiados empiezan a increparse entre sí –en árabe, farsi o serbocroat­a, sobre todo– y los agentes intentan poner paz, pero a cierta distancia. Quienes guardan cola suelen ser los hombres de la familia, o jóvenes solos, mientras mujeres y niños esperan cansados bajo los árboles.

La oficina, ubicada en el barrio de Moabit, es un complejo de edificios agrupados en torno a una calle peatonal arbolada, sin tráfico, con un gran patio. Aunque están alojados en albergues por toda la

ciudad, muchos refugiados acampan aquí para estar listos de madrugada, cuando la policía coloca las vallas, que son tomadas a la carrera. Voluntario­s de oenegés, personal sanitario y policía tratan de atajar las peleas que surgen.

También hay altercados en los albergues, en los que se reproducen los conflictos existentes en los países de origen de los refugiados. En un antiguo almacén reciclado como albergue en Bergedorf, en Hamburgo, estalló a primeros de mes una pelea entre sirios y afganos, que tuvieron que ser separados por la policía. Para evitar males mayores, las autoridade­s trasladaro­n a un centenar de hombres afganos jóvenes a otro albergue, pero entonces los afganos restantes (unos 50, incluidos niños con sus familias), sintiéndos­e aún más sobrepasad­os en número por los sirios, tuvieron miedo y decidieron acampar fuera con sus pertenenci­as. Costó aplacar los ánimos.

La chispa que encendió esa pelea fueron unas duchas portátiles, y otros altercados en centros han arrancado por colas en el reparto de comida, insultos religiosos y hurtos. Todo agravado, además, por la cohabitaci­ón estrecha e in- deseada entre personas que no se conocían y que se han traído consigo las penas del camino y la violencia soterrada. En un albergue de Berlín, musulmanes chechenos agredieron a cristianos sirios, y en otro de Suhl (Turingia) hubo 14 heridos en una pelea por un Corán desgarrado.

Los conflictos viajan.

Entre gente agotada y tensa, surgen disputas por el reparto de la comida, insultos sobre religiones o hurtos “Hemos venido a hacer cola durante veinte días, y por fin tenemos número”, exulta una pareja siria

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MICHAEL KAPPELER / AFP Colas de refugiados esperando para inscribirs­e en la Oficina de Asuntos Sociales de Berlín

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