El gran empate
Heterogeneidad, y complejidad de la sociedad catalana: esta es la formidable fotografía que las elecciones del 27-S nos han dejado. También podríamos hablar de un gran empate, de un agónico equilibrio de fuerzas, donde los mismos resultados, reforzados por la gran participación, hacen difícil presumir a nadie de una clara victoria sea en términos numéricos, sea en términos políticos. Nadie puede reclamarse ya amo de votos no expresados que habrían cambiado el escenario... La contundente participación lo pulveriza. Naturalmente, los más encendidos seguirán reclamando el brillante éxito de las respectivas tesis, que podríamos esquematizar en esta binaría simplicidad: a) la independencia es el único futuro en Catalunya y los 62+10 escaños disponen de suficiente mandato democrático para intentarlo; b) para el Gobierno español no existe un hecho nacional catalán, sólo una mezcla de votantes, rebeldes, sediciosos y antisistema, engañados por un nacionalismo malicioso, que finalmente han perdido.
Si se quiere una visión más próxima a la complejidad de lo que han dicho las urnas, habría que contemplar simultáneamente tres lecturas posibles y al mismo tiempo no excluyentes de los resultados electorales. 1) Gran triunfo de la hegemonía política del independentismo. Toda la campaña giró en torno al sí o del no. Gran resultado en votos (47,7%), mayoría absoluta en escaños (72). Pero el anhelado plebiscito en votos no se alcanza, se queda corto. El esperado mandato democrático que movería a las cancillerías de la UE a acoger a Catalunya dentro del club no aparece y estas restan mudas. La DUI parece afortunadamente descartada definitivamente. 2) La lectura de los que, desde el miedo, negaban el plebiscito, pero ahora –ya lo sabíamos– esgrimen la suma total de los votos no explícitamente independentistas (51,7%) como la confirmación de que todo está bien y no hay que hacer nada nuevo. 3) Pero también podríamos sumar al 47,7% de los independentistas, el 8,9% de CSQP y el 2,5% de UDC y nos daría una lectura en votos, inequívocamente catalanistas y por el cambio, del 59,1%. Todavía habría que añadir aquí al 12,5% del PSC también dispuesto, aunque más tibiamente, a defender un adecuado reconocimiento de Catalunya. Nos quedaría sólo un 26,4% de voto que podríamos calificar de voto negacionista (17,9% C’s + 8,5% PP).
En resumen, si bien la propuesta rupturista de JxSí y la CUP ha quedado ganadora, pero corta, la respuesta inmovilista es- pañolista ha recibido también una durísima contestación. Dos maximalismos se han enfrentado. Los que ven en la independencia la única salida positiva y los que niegan toda condición de sujeto político en Catalunya. Y en medio de esta bipolarización, completando la pluralidad catalana, tenemos a CSQP, PSC y UDC perdidos –o encontrados— en el hasta ahora incomprendido combate de buscar alguna solución basada en la valoración y peso de cada una de las fuerzas presencia, en la larga tra- dición catalana de la unidad y la acumulación de fuerzas a la hora de pasar el Ebro para no volver escaldados.
Las urnas muestran la emergencia incontestable de la nación catalana y un amplio anhelo popular que solamente serán productivos si las fuerzas políticas, catalanas y españolas, están dispuestas a respetar ciertos principios. Haría falta reanudar el diálogo y empezar la negociación entre los principales actores políticos de Catalunya y de España. Ahora bien, y hasta el 20 de diciembre, eso es una pura jaculatoria. Habría que ampliar la base de acuerdo y negociación en Catalunya con todas las fuerzas inequívocamente dispuestas a promover cambios sustanciales: JxSí/CUP/CSQP/ PSC/UDC. Haría falta un reconocimiento mutuo, explícito y solemne tanto de los principios indeclinables respectivos (nación catalana; nación española; pero también de la UE). La voluntad ideal tanto desde Catalunya como de España tendría que llegar a configurar un acuerdo que permitiera a los catalanes considerarnos “diferentes pero no distantes”. Finalmente, hay que recordar que la instrumentación jurídica de la solución será siempre hija del acuerdo político, nunca al revés. Lo contrario ha significado siempre poner el carro delante de los bueyes.
¿Podemos confiar en la aparición de propuestas y soluciones creativas para construir un nuevo marco de convivencia y concordia? Es muy difícil predecirlo. Pero seguir dando vueltas al gran empate, seguir pensando que cada uno ha ganado, instalarse en la dialéctica de buenos y malos (o peor aún, de vencedores y vencidos) es un camino estéril y frustrante. ¿Qué es mejor, mantener el empate, espalda contra espalda, o volver –por no decir continuar– al trabajo cotidiano de consolidar un solo pueblo, mezclado, integrado, y por eso mismo, bien catalán? En las sociedades modernas, plurales y heterogéneas, sólo el acuerdo de amplias mayorías permite indicar o cambiar el rumbo de la nave. Tenemos esta mayoría catalanista. ¿La sabremos aprovechar?