Llull: las palabras
Conmemoramos el séptimo centenario de su muerte y todavía tenemos un Llull bastante fosilizado en la apologética tradicional. Cuando su obra ofrecería muchas posibilidades de comentarios que osen ir más allá de la minucia filológica o la casuística teológica. Tal como está trabado el poder de las cátedras, ¿es planteable, por ahora, que algún doctorando se atreva a saltar los márgenes académicos establecidos para la interpretación de nuestro gran escritor medieval?
En este sentido, serían interesantes trabajos sobre campos hasta ahora inexplorados o poco explorados. Como las influencias que sobre Llull ejerció el sufismo, tan evidente en el Llibre d’Amic e Amat. O sobre su controversia con musulmanes y judíos, tan presentes en la Mallorca que durante siglos ha estigmatizado a los chuetas. Y también podrían dar mucho de sí algunas tesis sobre aspectos hoy del mayor interés, como la visión luliana del medio natural, etcétera. ¿Quien escribirá, por ejemplo, la sugerente tesis que se podría hacer sobre El tratamiento de la mujer en el Blanquerna? Quiero decir no sólo sobre la sublimación quintaesenciada del amor cortés que es también para Llull la Madre de Dios, sino también sobre las mujeres sometidas al patriarcalismo de aquel mundo feudal que van saliendo en la narración: las mujeres que se pintan y que, así, excitan a lujuria; la joven casada con un viejo celoso que es exhortada a no enseñarse para no provocar su ira; la raptada por un caballero armado que desiste convencido por infalibles argumentos de bondad, etcétera.
Llull plantea la resolución de conflictos me-
La mayor grandeza del sabio mallorquín es su fe, una fe inmensa en la superioridad del mensaje cristiano
diante la aplicación casi mecánica de su “arte”, que es una técnica de argumentación basada en los valores y las virtudes cristianas.
Hay dos maneras, cree Llull, de vencer el error: “por armas” o “por razones”, que es como él quiere ganar. Y para ello utiliza comparaciones y ejemplos, parábolas, para hacerse entender mejor. Y silogismos maquinales que a veces parecen un poco demasiado forzados por el apriorismo de la previa creencia. Y es que la suya es una lógica fundamentalmente verbal, como la de la escolástica.
Llull parece confiar a ciegas en el poder de la palabra, dicha o escrita. ¿No es este poder de la palabra lo que fundamenta también el psicoanálisis de Freud? Buscando hacer razonar, las palabras, en Llull, modifican las conductas y devienen realidad. “Monaguillo del Entendimiento” (que es “hermano de Fe y de Verdad”, como escribe), Llull categoriza siempre. Todo en él tiende a lo que se podría decir la “reductio ad veritatem”. Pero la mayor grandeza de Llull es su fe, una fe inmensa en la superioridad del mensaje cristiano. Es una convicción tan firme que a menudo recuerda la obsesiva cruzada de don Quijote a favor de los ideales de una caballería que, tres siglos antes, impregnaba el mundo mediterráneo, aquel espacio de frontera por donde Llull se movió tanto, escribiendo mucho, para convertir a impuros e infieles.