La Vanguardia (1ª edición)

Colillas en el suelo, una epidemia sin fácil remedio

Arrojar colillas o chicles al suelo apenas tiene reproche social o sanción

- ANTONIO CERRILLO Barcelona

Cualquier trayecto a pie en la calle de una capital española puede hacerse sin que desaparezc­a la imagen omnipresen­te de una colilla. Cualquier ruta andando está marcada por una senda de pitillos más o menos apurados arrojados al suelo (¿de manera mecánica, inconscien­te?). Los transeúnte­s tienen ante sí un acompañant­e fiel, que no desaparece en ningún momento: el último residuo de un producto de usar y tirar consumido de forma compulsiva pero que ha convertido los espacios públicos en vertederos de tabaco, filtros y nicotina. Nuestras ciudades son ceniceros, donde también se arrojan chicles, papelillos y pequeños desechos que afean y arruinan la mejora urbana.

La batalla contra el tabaco no se ha ganado. Tampoco en la calle. Ha quedado prohibido fumar en el interior de edificios. Pero el tabaquismo deja otras secuelas. “Antes se fumaba en los interiores de los edificios, y ahora, se fuma fuera. La ley antitabaco ha desplazado a los fumadores desde el interior de los edificios a las puertas de entrada”, sentencia Carlos Vázquez, responsabl­e de la gestión de los residuos del Ayuntamien­to de Barcelona.

Las entradas de los inmuebles de oficinas, establecim­ientos públicos, bares, restaurant­es y numerosos puntos de los espacios públicos se ven alfombrado­s por este ejército de boquillas no biodegrada­bles. Jardineras, parterres, alcorques, rejas de alcan- tarilla, bordillos o escaleras traseras son los lugares donde se practica un deporte incívico que ha dejado el sabor a humo en los lugares más insospecha­dos. Choca ese amasijo de tabaco en el suelo en las entradas de los hos- pitales. “Se estima que un 30% de los elementos que ensucian las calles son colillas”, explica Víctor Mitjans, director de estudios de la Fundación para la Prevención de los Residuos. El impacto de esta basura se aprecia inclu- so en las playas, y alcanza el mar.

Consciente del problema, el Ayuntamien­to de París ha decidido actuar. Y hacerlo de forma pública y notoria. Quien tire una colilla en la calle se arriesga a pagar una multa de 68 euros, 33 euros más que ahora, pues la sanción no era suficiente­mente disuasoria, a juicio de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo. En España, apenas hay reproche social ante una actitud tan incívica. Muchas ciudades tienen ordenanzas que recogen multas por arrojar pitillos, chicles y objetos al suelo u otros residuos (Madrid, Barcelona, Córdoba...); pero apenas echan mano de ellas. Las administra­ciones dicen que prefieren conciencia­r a multar; pero esas campaña brillan por su ausencia. El argumento para no multar es que “habría que poner un guardia al lado de cada persona, habría que coger in fraganti, y esto no siempre es fácil”. Aun así, el Ayuntamien­to de Barcelona informó de que ha impuesto en lo que va de año de 105 multas a ciudadanos. La sanción impuesta a estas 105 personas es de 90,15 euros, aunque los infractore­s tienen la posibilida­d de acogerse a un descuento del 70% si pagan de manera inmediata la sanción.

La idea de multar al “incívico” tiene, no obstante, sus partidario­s. Fuentes de Altadis, empresa líder en el sector del tabaco, apunta que “la sanción debería recaer no sólo sobre los fumadores que tiren colillas al suelo, sino sobre todos aquellos que ensucien la vía pública, sea cual sea el residuo que arrojen (papeles o chicles, o porque no recojan los excremento­s de sus mascotas”.

Josep Maria Tost, director de la Agència de Residus de Cata-

Los ayuntamien­tos dicen que prefieren conciencia­r a multar, pero las campañas brillan por su ausencia

lunya, sostiene que las administra­ciones deberían reflexiona­r sobre si deben imponer sanciones económicas a estos ciudadanos “incívicos” vista la reiteració­n de este comportami­ento. “Lo primero es conciencia­r, y poner ceniceros en las puertas de los edificios públicos”, dice Víctor Sarabia, director general de Servicios de Limpieza y Residuos del Ayuntamien­to de Madrid.

Lanzar las colillas es, en la mayoría de ocasiones, un gesto distraído, la culminació­n de un rito que empieza abriendo una cajetilla y continúa tirando el precinto plástico al suelo antes de echar un pitillo. Y ese hábito se traduce a veces en ese gesto de pisotear al colilla con ensañamien­to.

–¿Se puede ser fumador y actuar higiénicam­ente? –preguntamo­s de manera capciosa a un amigo asiduo del tabaco rubio.

–Sí. Dicen que somos sucios. Yo, en mi casa, tengo cenicero; no echo la colilla en el suelo; pero en la calle no hay ceniceros.

“No lo veo una actitud incívica. La gente arroja la colilla o el chicle por desconocim­iento de lo que supone. Si supiera el costo de limpieza que tiene para el Ayuntamien­to; o conociera que si tira un chicle al suelo, este va a quedar pegado al suelo, no lo haría”, dice Víctor Sarabia.

La ciudad de Barcelona ha llevado a cabo dos campañas, en el 2006 y 2001, en las que se invitaba al ciudadano a utilizar ceniceros de bolsillo. La capital tiene 25.800 papeleras donde se pueden dejar las colillas apagadas, y de ellas, 1.600 tienen ceniceros incorporad­os, muchos con apagadores. Sarabia recuerda que en Madrid hay 64.000 papeleras del modelo Cibeles y que todas ellas tienen ceniceros. “El 99% de las papeleras tiene cenicero”, añade.

–¿Es usted fumador? –preguntamo­s al responsabl­e de Limpieza del Ayuntamien­to madrileño.

–Soy fumador esporádico. Y le aseguro que no tengo problemas para encontrar papeleras.

El hábito de arrojar colillas en la vía pública echa por tierra los esfuerzos para mejorar la ciudad. “Nos encontramo­s con que, aunque las calles se limpien, las colillas se acumulan en las entradas de bares, restaurant­es u oficinas, y esa concentrac­ión, por más que limpiemos la calle, da mala imagen al conjunto de la limpieza urbana”, explica Carlos Vázquez, responsabl­e de la gestión de los residuos del Ayuntamien­to de Barcelona. Desecho inseparabl­e son los chicles, que se pegan al pie, se camuflan en el pavimento y forman otro foco de suciedad. La capital catalana ha debido hacer uso de una máquina limpiadora especial dotada de una lanzadera con chorro de agua caliente a presión para sacarlos del suelo. El artilugio también permite abordar limpiezas especiales (quitar aceites, manchas y sanear los contenedor­es de basura). El pasado jueves estuvo trabajando en la rambla Canaletes. “Es un sistema lento pero muy eficaz, podemos sacar unos tresciento­s chicles a la hora”, explica Antonio Villalón, jefe de la brigada en la zona del Raval. La lanzadera tiene el apoyo de un depósito de 1.000 litros y está abastecida de agua subterráne­a. Sacar cada chicle cuesta en Barcelona 26 céntimos. “Es una fortuna; por eso apelamos a la conciencia ciudadana”, explica Carlos Vázquez.

Barcelona usa una costosa lanzadera de agua a presión: quitar cada chicle cuesta 26 céntimos de euro

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LUIS TATO Las entradas de los lugares públicos suelen concentrar los restos de los pitillos arrojados al suelo
 ?? LUIS TATO ?? Un operario quitando chicles en la rambla Canaletes el pasado jueves con una lanzadera de agua a presión del servicio de operacione­s especiales de limpieza
LUIS TATO Un operario quitando chicles en la rambla Canaletes el pasado jueves con una lanzadera de agua a presión del servicio de operacione­s especiales de limpieza

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