La Vanguardia (1ª edición)

Marcha fúnebre bajo cazas F-16

- RICARDO GINÉS Diyarbakir. Correspons­al

Los dos féretros son sacados cubiertos por la bandera kurda —rojo, amarillo y verde—con aplausos de la multitud que se ha congregado para darles la despedida. A los tradiciona­les ululares kurdos de varias mujeres se une el estrépito que causan los gritos en kurdo de “¡Los mártires no mueren!” y en turco de “’Erdogan asesino!”, en referencia al jefe del Estado turco. Se trata de dos víctimas de la masacre de Ankara que el sábado costó la vida a 97 personas según fuentes oficiales —el Partido de los Pueblos Democrátic­os, de izquierda y prokurdo (HDP) eleva la cifra a 128— y que fueron despedidas ayer en Diyarbakir, la capital oficiosa del Kurdistán turco.

Una de las víctimas era Meryem Bulut, de 71 años, madre de ocho hijos. La otra era Abdullah Erol, de 43 años, un candidato parlamenta­rio por el HDP.

“Hemos venido en homenaje a los que perecieron en la marcha por la paz de Ankara, los que deseaban la paz y tuvieron que pagar su vida por ello. Para continuar su lucha”, explica un joven sanitario de 26 años, oriundo de Diyarbakir, que desea quedar anónimo. “Abdullah Erol era un simple ciudadano que deseaba la paz, que luchaba por ella”, añade.

“Fueron asesinados con bombas cuando se manifestab­an por la paz, el trabajo y el pan. Todo está pasando porque hay un hombre en este país que no desea abandonar su cetro de poder y debido al miedo que tiene de hacerlo se producen muertes ahora”, asevera Arda Alcu, una colegiala de 16 años. “Pero la situación no puede seguir así porque todos nos reunimos por la paz”, insiste.

Los aquí congregado­s repiten los mismos argumentos: Erdo- gan, al no conseguir una mayoría absoluta en las elecciones generales de junio, ha roto el proceso de paz con los militantes kurdos y ha decidido, para intentar volver a recibir un apoyo mayoritari­o en las urnas, una guerra sucia contra su oposición —pero en especial contra los sectores de izquierdas y prokurdos–.

“El atentado tuvo lugar en el corazón de Ankara, en el centro de la ciudad, donde miles de personas van y vienen cada día, se desplazan a la estación, alrededor de la cual se encuentran todas las institucio­nes oficiales y organizaci­ones de inteligenc­ia. El centro de los servicios secretos está ahí, como el del primer ministro... Hay cámaras que vigilan por todas partes. En este marco es imposible que el Estado no tuviera noticias de lo que iba a pasar”, indica la alcaldesa de Diyarbakir, Gülten Kisa- nak. Sus palabras se ven acompañada­s de gritos de la marcha: “¡El Estado asesino pagará la cuenta!”.

Al poco rato, el cortejo fúnebre se extiende durante cientos de metros bajo el ensordeced­or ruido de varios caza F-16 turcos en vuelo raso de ida y vuelta sobre el cementerio. El camposanto está lleno de jóvenes kurdos que cayeron en la zona de Kobane, norte de Siria, una localidad que se ha convertido en símbolo de la resistenci­a kurda frente al Estado Islámico.

Ayer, el distrito Sur de Diyarbakir, de alto valor histórico y vi- sitado en tiempos de paz por miles de turistas, estaba acordonado por las fuerzas de seguridad, que han impuesto el toque de queda. En cada esquina, varios miembros de las fuerzas de seguridad con rifles alzados, vehículos blindados, tanquetas. En las calles son muchos —no todos— los comercios cerrados. La población sólo puede acceder a la zona con una dirección en regla o un permiso especial. Según varias fuentes ha habido aquí desde el sábado un policía muerto y al menos cinco civiles. Anoche, en el sur, las ráfagas de disparos se sucedían.

“Es imposible que el Estado no tuviera noticias de lo que iba a pasar”, dice la alcaldesa de Diyarbakir

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OZAN KOSE / AFP Un grupo de mujeres lleva el féretro de Fatma Esen, una de las víctimas del atentado de Ankara, ayer en el distrito de Gazi, en Estambul

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