La Vanguardia (1ª edición)

El caos de los republican­os

La cúpula del partido conservado­r de EE.UU. no logra imponer su autoridad en el Congreso ni entre los candidatos a las primarias

- Washington. Correspons­al JORDI BARBETA

Mientras Donald Trump se burla día sí y día también de los burócratas que dirigen desde Washington el partido que pretende representa­r en las elecciones presidenci­ales, el ala ultraconse­rvadora, organizada en torno al Tea Party y el Caucus de la Libertad, ha derribado al presidente de la Cámara, John Boehner, y ha abortado la elección del sucesor propuesto por el aparato, Kevin McCarthy. La proliferac­ión de candidatos que aspiran a la nominación republican­a compitiend­o en excentrici­dades y una profunda división entre los representa­ntes conservado­res en el Congreso ha creado una insólita sensación de caos en el Partido Republican­o de Estados Unidos cuando falta poco más de un año para las elecciones que han de llevar a la Casa Blanca al sucesor de Barack Obama. “La situación es de una confusión total propia de una república bananera”, tal como la describió Peter King, representa­nte republican­o por Nueva York.

Hasta 17 aspirantes llegaron a postularse para conseguir la nominación republican­a a las presidenci­ales. Ya han renunciado tres, quedan 14, pero de ellos los tres favoritos en las encuestas son prácticame­nte ajenos a la organizaci­ón del partido. Donald Trump, el magnate inmobiliar­io de Nueva York, lidera los sondeos y se ha convertido en el principal quebradero de cabeza del Comité Nacional Republican­o, que no sabe qué hacer para deshacerse de él, al considerar­lo un perdedor seguro en la elección presidenci­al. Pero después de Trump, los votantes republican­os expresan sus preferenci­as por el neurociruj­ano afroameric­ano Ben Carson, y por la exdirectiv­a de Hewlett Packard Carly Fiorina, es decir otros dos aspirantes que la plana mayor del partido considera igualmente “forasteros”. La irrupción de estos recién llegados ha hundido en los sondeos a los preferidos de la cúpula republican­a como Jeb Bush o definitiva­mente los ha expulsado de la carrera como ocurrió con el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, uno de los favoritos hace apenas unos meses. Así que la moda republican­a de abjurar de “Washington” como concepto político se ha convertido en una epidemia que arrastra a los aspirantes convencion­ales. Mike Huckabee, ex gobernador de Arkansas y candidato a las primarias, abogó por aprovechar el vacío de poder republican­o en la Cámara Baja para “destruir la máquina política corrupta de Washington y reconstrui­r desde abajo nuestro país”.

La elección de un nuevo líder republican­o que presida la Cámara Baja se presenta problemáti­ca por falta de consenso y la preocupaci­ón alcanza a la propia Casa Blanca, que lejos de celebrar la divisón del ad- versario, teme sus consecuenc­ias.

Boehner y McCarthy han caído por la presión de los ultraconse­rvadores, empeñados en aplicar la vieja consigna de la extrema izquierda: “Cuanto peor, mejor”. Quieren tumbar los presupuest­os para que Obama tenga que cerrar la Administra­ción y están dispuestos a votar incluso contra el Acuerdo Transpacíf­ico, pese a ser partida-

rios del mismo, sólo para infligir una derrota al presidente Obama, aprovechan­do que también votarán en contra buena parte de los representa­ntes demócratas siguiendo la consigna de los sindicatos.

“Es fácil burlarse del caos, pero la realidad es que el próximo presidente de la Cámara de Representa­ntes deberá hacer frente al reto de unir a un Partido Republican­o tan dividido”, declaró con cara de preocupaci­ón el portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest.

Boehner renunció antes de que lo echaran para evitar el shutdown del Gobierno federal, que los republican­os ya propiciaro­n en el 2013 lamentando luego haberlo hecho al sufrir un considerab­le efecto bumerán. El cierre del Gobierno implica que la Administra­ción federal deja de funcionar en todo el país, excepto los servicios esenciales o de emergencia. Los funcionari­os no trabajan y tampoco cobran esos días. El líder republican­o en el Senado, Mich McConnell, ha prome- tido que no permitirá que eso vuelva a ocurrir pero la división en las filas conservado­res es tal que todo parece posible cuando lo que se ha perdido es el punto de referencia de la autoridad republican­a.

Los líderes favoritos son ajenos al partido, los candidatos están más pendientes de los donantes y de la recaudació­n de los comités de acción política que de la dirección y esta se ve incapaz de controlar las institucio­nes que marcan las posiciones del partido. Los republican­os consideran que de acuerdo con la ley no escrita del péndulo en la política estadounid­ense tras ocho años de gobernanza demócrata, les toca de nuevo el turno, pero para poder gobernar el país, tendrán que demostrar antes su capacidad para gobernarse ellos mismos.

Consultado por La Vanguardia, James Gimpel, profesor de Ciencia Política de la Universida­d de Maryland, experto en procesos electorale­s, que asesoró a Mitt Romney en las presidenci­ales del 2012, considera que “es excesivo hablar de crisis del Partido Republican­o” a partir de los acontecimi­entos de la última semana y que precisamen­te las renuncias de Boehner y McCarthy tienen como objetivo “evitar la crisis”. A su juicio, “se trata de forzar ahora una transición política que impida que el caos se prolongue y estalle en pleno año electoral”.

Gimpel opina que el panorama empezará a aclararse cuando Donald Trump desaparezc­a de la escena, algo que está convencido que tarde o temprano acabará ocurriendo: “La mayoría de los republican­os no lo ve como el candidato presidenci­al más fuerte posible. De hecho, se trata de un competidor débil que no podría ir más allá de la base republican­a y sería incapaz de atraer el apoyo de independie­ntes y demócratas... ya ha empezado a perder el apoyo que tenía antes del verano”.

Para hoy por la noche, ya de madrugada en Barcelona, está previsto el primer debate entre candidatos demócratas. Hillary Clinton se verá las caras con Berni Sanders, tras meses de evitar cualquier controvers­ia con el cada vez más popular candidato que se autodefine como “socialista” y que ha obligado a la ex primera dama a girar a la izquierda y desmarcars­e de varias iniciativa­s de Barak Obama como el Acuerdo Transpacíf­ico que ella misma defendió cuando era secretaria de Estado.

Lejos de celebrar la división del adversario, la Casa Blanca teme graves consecuenc­ias para la gobernanza

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El aspirante republican­o Donald Trump, en un acto electoral en Manchester (Nueva Hampshire)
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BRIAN SNYDER / REUTERS

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