¿Antes rota que plural?
El problema no es la CUP, sexto grupo del nuevo Parlament, con cerca de 338.000 votos y diez escaños. La CUP es previsible: hace lo que dice. El problema es CDC, el partido del president Mas, que parece dispuesto a sacrificar en el altar del proceso –y del poder– su ideología liberal y su perfil reformista. Lo dijo hace una semana Neus Munté: “Hemos pasado muchas pantallas”. Sí, el problema es CDC. En su huida hacia delante ha saltado tantas pantallas que no se sabe si ha entrado en el espacio sideral o en un agujero negro.
Desde esta óptica, en el Madrid reformista se argumenta que ya no hay nada que negociar con Mas porque se ha situado en la lógica del sí o sí. Y citan los riesgos de lo que el federalista Stéphane Dion califica de estrategia del contentamiento, y que resume así: “Puesto que los secesionistas quieren todos los poderes, se les concederá una parte deseando que los menos radicales queden satisfechos. Si no se contentan, quiere decir que no se han transferido todavía suficientes poderes. Por tanto, es preciso agregar otros...”. Y así sucesivamente.
Sin embargo, no se trata de contentar a Mas. Urge rescatar a una ciudadanía que está atenazada entre la pulsión liquidacionista y la quietista, en expresión de Felipe González. Aún es tiempo de acometer una reforma constitucional que pueda ser avalada en las urnas, como en su día lo fue ampliamente en Catalunya la Constitución de 1978. Ya sé que no es tarea fácil, pero tampoco vale el argumento, que se repite a diario en Barcelona, de que en España no hay federalistas. Los hay, y puedo dar fe ello. Pero suponiendo que fueran pocos, ¿es que acaso hay en España más independentistas?
La reforma constitucional es posible. Apuntaré un sucinto temario. Regeneración: sistema electoral, corrupción sistémica, financiación de partidos y democracia participativa. Federación: reconocimiento de las naciones hispánicas –las nacionalidades de 1978–, que no son naciones sin Estado, sino que delegan su soberanía en el Estado compuesto que debería ser España, como España la tiene delegada en la UE; un federalismo simétrico en derechos y deberes, y asimétrico en competencias, sobre todo las que se desprenden de los hechos diferenciales (lengua, cultura, derecho civil…), y la ciudadanía como cimiento del modelo: no se trata de regular lo que los ciudadanos se sienten, sino de que todos compartan las reglas del juego. Financiación: la efectiva aplicación del principio de ordinalidad en la contribución a la solidaridad y la revisión del cupo vasco –no del concierto–. Estado de bienestar del siglo XXI: qué modelo social queremos y qué fiscalidad necesitamos para sustentarlo.
Y queda un último capítulo: la puesta al día de la Monarquía, que debería arbitrar y moderar ese nuevo comienzo. No es tarea fácil –lo repito–, pero quizá las generales del 20 de diciembre contribuyan a ello, con un esquema parecido al de la transición: PSOE-PSOE versión 2.0, AP-PP, UCD-C’s y PCE-Podemos. Si en la II República se dijo aquello de “antes una España roja que una España rota”, ahora –todos ellos– deberán responder a una pregunta: ¿antes rota que plural?
Reforma de la Constitución: urge rescatar a una ciudadanía que está atenazada entre ‘liquidacionismo’ y ‘quietismo’