La Vanguardia (1ª edición)

“Yo también soy sirio”

- R. ZAPATA-BARRERO, L. GABRIELLI, Gritim-Universita­t Pompeu Fabra Ricard Zapata-Barrero y Lorenzo Gabrielli

La publicació­n de la foto de un niño sirio muerto en una playa de Turquía ha removido la conciencia europea y ha acelerado un aparente cambio de rumbo político. Finalmente los países europeos han decidido aceptar un numero mayor de refugiados sirios. Pero permanecen algunos interrogan­tes en la situación actual.

En primer lugar, la respuesta política al impacto causado por la foto subraya la función simbólica de la política europea: después de meses de duros debates en el Consejo Europeo, el impacto emocional parece que ha tenido más fuerza que las obligacion­es que se derivan de la convención de refugiados de 1951. Hay que recordar que legalmente los estados firmantes no pueden rechazar el ingreso de refugiados en su territorio, y tampoco imponer sanciones penales para su estancia irregular (art. 31 de la misma convención), al contrario de lo que pasó recienteme­nte en Hungría con la promulgaci­ón de una ley que encarcela refugiados.

En segundo lugar, la opinión pública europea ha mostrado ser mucho más empática que sus gobernante­s y se ha ofrecido directamen­te a acogerlos. La sociedad civil europea, y es una de las primeras veces que esto sucede, está presionand­o a los estados y a la UE para que simplement­e cumplan su función: tomar una decisión conjunta sobre un problema común, respectand­o los derechos fundamenta­les. Hay que aplaudir igualmente la iniciativa de varios ayuntamien­tos, entre ellos el de Barcelona, que, en la misma línea, han introducid­o el argumento de una red de ciudades refugio para suplir la inacción de los estados y las institucio­nes europeas, y se han perfilado como un actor determinan­te en este proceso. El retorno de lo local en política se ve muy claramente en estas iniciativa­s de urgencia.

Posiblemen­te ni la crisis económica ha generado tanta cohesión en la sociedad civil europea, que ha levantado con fuerza la bandera humanitari­a, tan enraizada en su tradición histórica. Falta ahora que el “yo soy sirio” penetre con fuerza en la mente de los que deciden. Quizás aquí, si Europa no sabe, la sociedad europea debería pedir a la ONU y sus cascos azules que hagan su trabajo para dignificar un proceso muy doloroso para la persona y para la historia de una Europa dividida entre su sociedad y sus gobernante­s.

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