La Vanguardia (1ª edición)

Mariachis en el cerebro

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Quién no ha sufrido, en un momento u otro, la invasión obsesiva de una canción en su cerebro, una tonada –con letra o sin letra– que no podemos quitarnos de la cabeza? Cuando yo era pequeño, recuerdo que los pintores de paredes tenían la costumbre de pasarse la jornada laboral silbando o cantando canciones mientras manejaban la brocha. A menudo eran fragmentos de populares zarzuelas, como aquel que decía “A beber, a beber y a apurar, las copas de licor...”, de Marina, o “Fiel espada triunfador­a ...”, de El huésped del sevillano. En el caso de los pintores, no creo que se tratara de una obsesión, sino sólo de una manera de llenar el tiempo sin quedar atrapado en las preocupaci­ones cotidianas.

Las canciones intrusas (o algunos pegajosos temas publicitar­ios) probableme­nte no son ningún problema importante, aunque a veces llegan a molestar. Nos van taladrando la mente sin que podamos evitarlo. El buen amigo Antonio Fidel, bajista durante años de los grupos musicales Los Rápidos, Los Burros y El Último de la Fila, dice que los culpables de este curioso fenómeno son unos mariachis que todos tenemos alojados en el disco duro cerebral, y que se ponen a cantar cuando menos lo esperamos, sólo para fastidiar. Eso suele pasar cuando estamos realizando actividade­s automática­s y el cerebro empieza a buscar cla- ves para su distracció­n. Entonces aparecen ellos.

Las canciones intrusas acostumbra­n a manifestar­se en los niños que vemos por la calle, mientras van cantando sin descanso La lluna, la pruna, o El gegant del pi. De hecho, en su pequeño magín todavía no tienen grabadas muchas tonadas. En mi ranking de los 40 Principale­s, arraigado en épocas pretéritas, figuran fragmentos desagradab­les y no deseados, que los mariachis resucitan sin permiso: La fiesta de Blas, Eva María, El chico de la armónica o, en el peor de los casos, himnos patriótico­s tan antagónico­s como la Marcha real, Els segadors o La marsellesa. He preguntado a algunos amigos de mi generación cuáles eran sus canciones intrusas, y me han citado, entre otras, Al partir (de Nino Bravo), Chiquitita y Waterloo (de Abba), Changes (de David Bowie), Rosor (canto para varios intérprete­s), Lady Banana (de Tony Ronald), Vivo cantando (de Salomé), Hey Jude (de los Beatles), La tieta (de Serrat), Hotel California (de Eagles), o Ne me quittez pas (de Brel). En cambio, personas más jóvenes que yo han referido canciones de Shakira, Los Morancos, Ricky Martin, Els Pets, Lady Gaga, Beyoncé...

No sé cuál es el mecanismo que provoca esta misteriosa disfunción de la mente, ni cuál es la solución para evitar el embate de los malditos mariachis. A veces he probado a quitarme una canción de la cabeza sustituyén­dola por otra más agradable. Pero no siempre funciona y puedo acabar encadenand­o piezas invasoras, una tras de otra.

Las canciones intrusas nos van taladrando la mente sin que podamos evitarlo

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Toni Coromina

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