La Vanguardia (1ª edición)

Gaspar Noé deja indiferent­e a Sitges con su porno en 3D

El director argentino había creado falsas expectativ­as con ‘Love’

- SALVADOR LLOPART Sitges

Hay un momento en el festival de Sitges no por repetido menos esperado. Bueno, dos en realidad. Uno es cuando el muy admirado Jaume Figueras se lanza a la piscina del Meliá, el hotel donde transcurre buena parte del certamen. El tradiciona­l baño del veterano cronista, brille el sol, como ayer, o diluvie, como en otras ediciones, nos habla a la vez de fidelidad a la tradición y de rebeldía (no sólo a los elementos). Y en eso Figueras se suele quedar solo, en el desafío en medio de la piscina.

El otro gran momento es cuando la polémica llama a las puertas del festival, también como ayer. Entonces la terraza del hotel, que es como el ágora del certamen, empieza a vibrar. A favor y en contra. De lo que sea.

A favor o en contra, por ejemplo, de Love, el porno de Gaspar Noé, porno en 3D. Por fin llegaba a Sitges, en medio de la expectació­n de una platea llena, precedido de su recepción en la pasada edición de Cannes. Historia de pasión y decepción con escenas explícitas de sexo. En tres dimensione­s –3D malo cabe añadir– como se ha dicho.

Y de nuevo la expectació­n, como tantas otras veces, se quedó en decepción. Un director inquieto, como Noé, capaz de agitar su audiencia, y por momentos ultrajarla, con títulos como Irreversib­le (2002) y Enter the Void ( 2009), se queda en Love en una historia sin fuerza, donde la emoción no pasa de ser epidérmica, nunca mejor dicho. Con momentos a lo Tinto Brass, cabe añadir, por el valor central del sexo, pero sin aquellos culos inmensos. Aunque Love esté bien dotada de todo lo demás.

El filme de Noé pasará a la posteridad, si pasa, por el curioso efecto de ver caer sobre los espectador­es, como lluvia inesperada, las consecuenc­ias del amor. Gracias al 3D. Y poco más. Se puede decir que este Love es un gatillazo. Largo, eterno.

El otro momento, por llamarlo de alguna manera, fue la escena de necrofilia de El cadáver de Anna Fritz, con una violación por partida doble de un supuesto –sólo supuesto– cuerpo sin vida de una mujer. ¿Escándalo? ¿Es un escándalo? (que di- ría Raphael). Más bien no; es un recurso dramático. Propio del género de terror, donde el tabú no se discute: se transgrede.

La ópera prima del director mallorquín Héctor Hernández, habitual guionista de televisión ( Los Lunnis), resulta un estimulant­e filme, donde la necrofilia es el detonante de la tragedia. El recurso para encerrar a tres personajes en un espacio único: los sótanos de un hospital. Un espacio agobiante que se erige por derecho propio en un personaje más. Un desafío que, en este caso, acaba en un ejercicio de buen cine. “La necrofilia no me interesaba. Es la situación extrema que desencaden­a”, subraya Hernández. El cadáver de Anna Fritz resulta, así, una película de tensión creciente, donde cada fotograma cuenta.

Pero la noticia del día llegó por la tarde: Sitges crece. De nuevo. De momento 51.882 entradas vendidas hasta el domingo pasado; entradas a las que hay que sumar 14.882 abonos. Por comparar con la anterior edición: el mismo día de hace un año se habían vendido 46.145 entradas en total. El incremento se cifra en un 12,43 por ciento respecto a la anterior edición.

Tan contento con la noticia parecía Xavier Duran, flamante director general del evento, que uno diría que hubiera invitado a esos 50 mil espectador­es que lleva Sitges –hasta el momento– a meterse todos en la piscina. Con Figueras. Para celebrarlo.

La escena de necrofilia en ‘El cadáver de Anna Fritz’ resulta un efectivo recurso narrativo

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SUSANNA SÁEZ / EFE Gaspar Noé fue uno de los protagonis­tas de Sitges

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