La Vanguardia (1ª edición)

El autoconsum­o eléctrico: el decreto del “pañuelo”

- Maurici Lucena e Isidoro Tapia

Afinales del siglo XIX, a raíz del descubrimi­ento de la electricid­ad, tuvo lugar una fascinante batalla tecnológic­a conocida como la “guerra de las corrientes”: la corriente continua, de Edison, frente a la alterna, de Westinghou­se. La batalla fue ganada por la corriente alterna de Westinghou­se gracias a sus menores pérdidas en el transporte y sus mayores economías de escala. Los sistemas eléctricos actuales, con unidades de generación de gran tamaño y empresas verticalme­nte integradas, son consecuenc­ia del triunfo de Westinghou­se sobre Edison. Si hubiese triunfado el segundo, hoy tendríamos un modelo eléctrico muy distinto, con pequeñas generadora­s en cada barrio, y probableme­nte sin muchas de las tecnología­s actuales, cuyo des- arrollo responde a sus ventajas de escala.

En uno de esos guiños de la historia que a veces ocurren, la generación eléctrica distribuid­a ha vuelto para quedarse. Gracias a la caída de los costes fotovoltai­cos y al elevado precio de la electricid­ad para los consumidor­es finales, la instalació­n de paneles solares en los tejados es ya una realidad en EE.UU. (con 3,5GW instalados en el 2014 es la tecnología que crece más rápido) y en muchos países europeos.

Es difícil exagerar las consecuenc­ias que un desarrollo masivo de los paneles distribuid­os (autoconsum­o) tendrá sobre el sistema eléctrico: se reducirán las pérdidas de transporte y la inversión para atender la demanda pico, que representa una fuerte ineficienc­ia en los sistemas eléctricos actuales al ser infraestru­cturas que no se utilizan durante la mayor parte del tiempo. En paralelo, el desarrollo fotovoltai­co facilitará el cumplimien­to de los objetivos de energías renovables y de lucha contra el cambio climático.

Y, finalmente, alterará el equilibrio del sistema eléctrico, donde los consumidor­es han ocupado tradiciona­lmente el asiento trasero, incrementa­ndo la competenci­a minorista y promoviend­o nuevos servicios de gestión de la demanda.

Tras un cambio profundo de paradigma tecnológic­o, un buen regulador público debería ser capaz de distinguir entre la amenaza para las empresas establecid­as (en este caso, las eléctricas tradiciona­les) y los riesgos para el sistema eléctrico en su conjunto. La fotovoltai­ca distribuid­a sin duda constituye una amenaza para el modelo de negocio de las utilities integradas, que se ha denominado espiral de la muerte. Es menos claro, sin embargo, que suponga un riesgo real para la estabilida­d del sistema eléctrico, aunque obviamente es necesario preservar la estabilida­d financiera y evitar que los consumidor­es más vulnerable­s asuman una parte despro- porcionada de sus costes fijos.

La regulación aprobada el pasado viernes por el Gobierno del PP es más una defensa numantina de lo viejo que se resiste a morir que del interés general de los consumidor­es. Va en contra de las recomendac­iones sobre autoconsum­o energético formuladas por la Comisión Europea el pasado mes de julio y de las mejores prácticas en los países de nuestro entorno, que promueven el desarrollo del autoconsum­o en lugar de obstaculiz­arlo.

En la Francia de finales de siglo XVIII, la reina consorte María Antonieta persuadió a su marido, Luis XVI, para promulgar un decreto que obligaba a todos los franceses a usar pañuelos cuadrados, porque los considerab­a más hermosos que los de otras formas. Auguramos al real decreto de autoconsum­o aprobado por el PP el mismo éxito que al “decreto del pañuelo” de Luis XVI. A fin de cuentas, es lo que tiene intentar poner puertas al campo.

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