El autoconsumo eléctrico: el decreto del “pañuelo”
Afinales del siglo XIX, a raíz del descubrimiento de la electricidad, tuvo lugar una fascinante batalla tecnológica conocida como la “guerra de las corrientes”: la corriente continua, de Edison, frente a la alterna, de Westinghouse. La batalla fue ganada por la corriente alterna de Westinghouse gracias a sus menores pérdidas en el transporte y sus mayores economías de escala. Los sistemas eléctricos actuales, con unidades de generación de gran tamaño y empresas verticalmente integradas, son consecuencia del triunfo de Westinghouse sobre Edison. Si hubiese triunfado el segundo, hoy tendríamos un modelo eléctrico muy distinto, con pequeñas generadoras en cada barrio, y probablemente sin muchas de las tecnologías actuales, cuyo des- arrollo responde a sus ventajas de escala.
En uno de esos guiños de la historia que a veces ocurren, la generación eléctrica distribuida ha vuelto para quedarse. Gracias a la caída de los costes fotovoltaicos y al elevado precio de la electricidad para los consumidores finales, la instalación de paneles solares en los tejados es ya una realidad en EE.UU. (con 3,5GW instalados en el 2014 es la tecnología que crece más rápido) y en muchos países europeos.
Es difícil exagerar las consecuencias que un desarrollo masivo de los paneles distribuidos (autoconsumo) tendrá sobre el sistema eléctrico: se reducirán las pérdidas de transporte y la inversión para atender la demanda pico, que representa una fuerte ineficiencia en los sistemas eléctricos actuales al ser infraestructuras que no se utilizan durante la mayor parte del tiempo. En paralelo, el desarrollo fotovoltaico facilitará el cumplimiento de los objetivos de energías renovables y de lucha contra el cambio climático.
Y, finalmente, alterará el equilibrio del sistema eléctrico, donde los consumidores han ocupado tradicionalmente el asiento trasero, incrementando la competencia minorista y promoviendo nuevos servicios de gestión de la demanda.
Tras un cambio profundo de paradigma tecnológico, un buen regulador público debería ser capaz de distinguir entre la amenaza para las empresas establecidas (en este caso, las eléctricas tradicionales) y los riesgos para el sistema eléctrico en su conjunto. La fotovoltaica distribuida sin duda constituye una amenaza para el modelo de negocio de las utilities integradas, que se ha denominado espiral de la muerte. Es menos claro, sin embargo, que suponga un riesgo real para la estabilidad del sistema eléctrico, aunque obviamente es necesario preservar la estabilidad financiera y evitar que los consumidores más vulnerables asuman una parte despro- porcionada de sus costes fijos.
La regulación aprobada el pasado viernes por el Gobierno del PP es más una defensa numantina de lo viejo que se resiste a morir que del interés general de los consumidores. Va en contra de las recomendaciones sobre autoconsumo energético formuladas por la Comisión Europea el pasado mes de julio y de las mejores prácticas en los países de nuestro entorno, que promueven el desarrollo del autoconsumo en lugar de obstaculizarlo.
En la Francia de finales de siglo XVIII, la reina consorte María Antonieta persuadió a su marido, Luis XVI, para promulgar un decreto que obligaba a todos los franceses a usar pañuelos cuadrados, porque los consideraba más hermosos que los de otras formas. Auguramos al real decreto de autoconsumo aprobado por el PP el mismo éxito que al “decreto del pañuelo” de Luis XVI. A fin de cuentas, es lo que tiene intentar poner puertas al campo.