Escalofríos en el poder
De pronto, el vértigo. El octubre terrible en las estancias del poder. En menos de una semana, el sonido del galope de los cuatro caballos sobre los que cabalgan los jinetes del Apocalipsis. Con el número uno, el jinete de la intención de voto: una encuesta anunciaba el final de ciclo; era posible la coalición del Partido Socialista y Ciudadanos, como en la Andalucía de Susana Díaz que hizo sonar su trompeta: “Marca un nuevo rumbo para el país”.
Con el número dos, el jinete de la desafección informativa: en la calle Génova y en la Moncloa no entienden cómo el hecho histórico de un presidente español al frente del Consejo de Seguridad de la ONU fue tan poco destacado por la prensa. A los dos días, la desorientación aumentaba: los mismos diarios, empezando por La Vanguardia, hacían de los roces internos del PP su noticia de primera.
Con el número tres, esos roces internos producidos de golpe: el sartenazo de Montoro, el portazo de Cayetana, la dimisión de Arantza y la consecuente división del PP vasco, la emoción de Feijóo que sonaba a despedida… Y lo más morboso y tentador: en los discursos que acompañaron el vídeo de exaltación de la curación médica de España, 45 minutos, no sonó ni una vez el nombre de Mariano Rajoy. Fue el día que apareció el rumor más desenfocado de los últimos tiempos, pero difundido: sectores del PP quieren que Rajoy renuncie y lo sustituya Feijóo.
Y con el número cuatro, el jinete de la teoría de la conspiración, que acompaña como una pesadilla a todas las decadencias políticas: quién mueve a la prensa para agigantar las dificultades; desde qué centros de decisión económica se quiere presentar a un presidente-candidato débil; cuáles son las tres empresas del Ibex que propugnan, apoyan (¿y financian?) el ascenso de Ciudadanos… Un sinfín de rumores, cábalas y alarmas que hicieron que un escalofrío recorriese la espina dorsal del poder político.
Tesis personal: la situación es difícil, pero no tan alarmante como parece. Producidas las noticias y fabulaciones anteriores en tromba, dan la sensación de que el poderío del PP se agota, de que surgen enemigos fuertes y de que Rajoy no controla los resortes. Aisladas no tienen tanta relevancia. Cayetana Álvarez de Toledo fue estruendosa, pero no tiene seguidores; sólo se representa a sí misma y a sus frustraciones. El caso de Arantza Quiroga se cierra con la rápida designación de Alfonso Alonso, que se enfrentó a Cospedal, pero Cospedal le mandó aceptar la presidencia del PP vasco. La emoción de Núñez Feijóo no es de despedida, sino puro sentimiento en el último gran debate de la legislatura. Y Montoro asustó, cabreó, deslumbró, hizo preguntar por qué, pero no es un conspirador.
Los peligros del PP son otros. En primer lugar, Catalunya: demostrada la capacidad de Rajoy para administrar, Catalunya pone a prueba su dimensión de estadista. Y en segundo lugar, el voto resignado: el que apuntala al PP porque no encuentra nada mejor y más vale lo malo conocido. Ese es el voto menos seguro, porque puede volar ante cualquier seducción. Y es donde Albert Rivera ejerce de seductor.