Las otras caras de la suerte
“Tanto dinero puede hacerte muy infeliz”, dice la lotera de Pere IV que selló el mayor premio de la historia de la primitiva
La primitiva repartió el jueves por la noche el premio más generoso de toda su historia: 101 millones de euros. El único boleto acertante fue sellado en una administración ubicada en la calle Pere IV de Barcelona. “Tiene que ser un trabajador de los almacenes de la zona, a un transportista de los que repostan aquí al lado –especuló la lotera Montserrat García junto a su hija Anna Maria Mateu– o cualquiera... la verdad es que no lo sé, y si lo supiera tampoco lo diría hasta que me autorizara. Soy una profesional. Me crié en esta administración. Estamos aquí desde los años sesenta”.
Hace tiempo que los premiados con tantos ceros no suelen dejarse ver por estos escenarios. Tampoco vienen ya los responsables de las sucursales bancarias con sus carpetas atestadas de condiciones ventajosas. Aparte de Glòria, la cocinera de la casa de comidas de al lado, que se enteró de todo a las siete de la mañana y telefoneó a Montse, sólo se acercaron a este rincón del Poblenou dos delegados de Loterías y Apuestas del Estado y Alfredo, un transportista jubilado que acostumbra a dar vueltas por la zona escuchando su transistor. Y después varios cámaras de televisión pidiendo, por favor, que descorchen otra botella de cava.
“La suerte adopta muchas formas –agregó la lotera adoptando un tono filosófico–. Una vez, en los ochenta, un señor que venía todas las semanas llegó con varios quinielas rellenas, y al ver que le faltaban unas pesetas decidió no sellar la que había hecho su nieto. ‘Total’, dijo ‘¡qué sabrá el niño de fútbol!’, la tiró a la basura y se fue... Y una señora que estaba allí la cogió de la papelera y dijo ‘mira, así me ahorro hacerla’, y la selló. Luego le tocaron más de dos millones de pesetas. El señor continuó viniendo todas las semanas, pero nunca le dijimos nada. Creo que nunca le tocó ningún premio importante. La suerte es así”. “Sí –terció Alfredo, el transportista jubilado–, yo una vez me paré entre Cúellar y Baza, en Granada, y compré un boleto del Niño ¡y acerté todos los números menos el primero! ¿eso fue mala o buena suerte?”.
“Yo estoy muy contenta –prosiguió Montse–, porque esta es una administración humilde en un barrio humilde de gente traba- jadora, y lo único que quiero es que al agraciado no se le vaya la cabeza y todo este dinero le sirva además para hacer algo bueno por el mundo. Con tanto dinero se pueden cambiar muchas cosas. A mucha gente le tocan millones y se le va al cabeza y comienza a derrochar en caprichos pensando que el dinero le durará siempre. Pero no es así. Todo se acaba. Siempre. Y mucha gente a la que le sonríe la suerte acaba siendo muy desgraciada”. “Seguro que este ya no tiene problemas con el IBI”, subrayó Alfredo.
A estas celebraciones ya no vienen ni los agraciados ni los empleados de las sucursales bancarias