Tres son multitud
La escritora francosuiza Diane Brasseur publica Las fidelidades, una primera novela que presenta un triángulo amoroso en el que el protagonista es un cincuentón que vive una historia de amor con una mujer mucho más joven.
Diane Brasseur, nacida y criada en Estrasburgo, de nacionalidad francosuiza, con estudios en Inglaterra, vive en París, donde estudió cine, en ese distrito nueve que, como a finales del siglo XIX, aloja nuevamente a artistas y ahora
bobos (burgueses bohemios), nuevos bistros de moda. También a treintañeras como Alix, uno de los personajes del triángulo de Las fidelidades, primera novela de Brasseur, que publica Salamandra en castellano y Edicions 62 en catalán.
Muchachas con una vida entre paréntesis porque viven en pareja, pero parcialmente: amantes de un hombre casado. El del libro es un infiel a su pesar. Brasseur lo cuenta sin psicología ni moral ni moraleja. Y con un estilo que fluye. En el bar de L’Hôtel encadena entrevistas. Pero no por Las fidelidades sino por su segunda novela, Je ne veux pas
d’une passion (Allary), que acaba de salir en Francia. A sus 33 años, la escritora, script de cine con once filmes en su haber, parece haber hallado en ese oficio la clave: “Prefiero mostrar a demostrar, las acciones a las explicaciones”. Sin montaje: “El comienzo del libro –revela– es el auténtico principio de la novela. En mi cuaderno escribí, sin saber por qué, ‘no quiero envejecer’. Y con ese hilo desovillé la madeja”.
¿Por qué se metió en la piel de un hombre de 54 años? La frase surgió sola. Fue un acto involuntario. Pero no era yo. Lo de envejecer no está todavía entre mis preocupaciones. Era un hombre, metido en una historia que no escogió. Se ha deslizado en ella y no puede salir. Pero a lo mejor quisiera...
De una edad muy precisa. Sí, lo dice de entrada. “Tengo 54 años y, desde hace uno, engaño a mi mujer con otra, una mujer más joven que yo, una mujer que tiene 23 años menos que yo. Querría que estuvieran equivocados los que piensan: ‘¿Y qué? Son cosas que pasan después de 19 años de matrimonio’”.
¿Ha conocido hombres así? A sus 54 años un hombre tiene muchas bazas en mano. Una posición. Y es guapo. O por lo menos lo son los cincuentones que conozco. Pero sobre todo, tiene la edad justa para esa cosa maravillosa: una segunda oportunidad. Puede irse a vivir con la joven, tener un hijo y hasta cele-
brar con ella las bodas de plata. Una mujer de su edad lo tendría menos claro.
La semana en París, con Alix; el fin de semana en Marsella, con la esposa, que cuida del suegro enfermo que vive con ellos. Y con la hija, de 14 años. Esa mujer aparece como madre y enfermera. Sí, es un poco la visión que él tiene de ella. Por eso se siente un poco acorralado cuando ella le recuerda que llevan meses sin vida sexual y prácticamente lo fuerza, en su despacho.
Si le dicen que su novela se lee de corrido, ¿lo toma como una crítica o como un elogio? ¡Un aplauso! Quien escribe sabe que para llegar a ese resultado, la gravedad sin su peso, hay que trabajar mucho, cortar bastante, olvidar las facilidades del diálogo, de las grandes ideas, que dejo a los sociólogos y los psicólogos.
Después de hacer el amor con su esposa, el protagonista reconoce que ya no sabe a quien engaña, si a la esposa o a la amante. Es un hombre derecho, en la vida. No le gusta mentir. Simplemente se ha dejado ir y ya no sabe cómo cambiar de rumbo. Ni con quién. Pero a su manera es fiel. Por eso me fastidia ese tipo de gente que venía a que le firmara Las fidelidades. En cualquier caso, yo no juzgo.