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La necesidad de alianzas sólidas que den una mayor estabilidad al Consistorio de Ada Colau, que gobierna Barcelona con una mayoría muy ajustada; y la polémica exposición del fotógrafo Xavier Miserachs que ha organizado el Macba.
BARCELONA celebró sus últimas elecciones municipales el 24 de mayo. La candidatura Barcelona en Comú (BComú), encabezada por la activista social Ada Colau, obtuvo en ellas once concejales, por diez la lista de Convergència i Unió, a cuyo frente se situaba el hasta entonces alcalde Xavier Trias. Colau tomó pues el mando y abrió una nueva etapa en el Consistorio, tras treinta años de gobierno socialista y un mandato convergente.
Dada tan exigua mayoría, y atendiendo a la tradición pactista de la Casa Gran, se supuso que Colau buscaría alianzas para garantizar su estabilidad y poder definir y desarrollar una serie de políticas que caracterizaran su mandato. El hecho de que tanto PSC como ERC propiciaran la investidura de Colau abonó dicha suposición.
Sin embargo, esas alianzas siguen sin concretarse. Podríamos considerar, a modo de explicación, que las autonómicas del 27-S no las han propiciado. Algunas fuerzas han sido muy cautelosas en campaña y no han querido dar pasos que, a su entender, pudieran restarles apoyos más tarde. En consecuencia, hemos seguido sin alianzas. Otro factor relacionado con lo dicho ha sido que a las municipales les sucedió el 27-S, y a esta convocatoria le seguirá en diciembre la de las generales. Ante ellas, de nuevo, ciertas formaciones parecen haber decidido mantenerse a la expectativa y congelar de nuevo posibles pactos. Hay más: no cabe descartar, tras las generales, una nueva convocatoria de autonómicas, en el caso de que el presidente de la Generalitat en funciones no logre los apoyos necesarios para garantizarse una nueva investidura. Dicho de otra manera, esta acumulación de comicios se ha convertido en Barcelona en un factor de pasividad municipal.
No puede decirse, claro está, que este Ayuntamiento, constituido hace ya casi cinco meses, no haya tomado ninguna iniciativa. Tampoco puede decirse que algunas de las principales, como la moratoria de los equipamientos turísticos –en parte anulada después–, no hayan despertado críticas en el sector afectado. Pero sí puede afirmarse que no se han cimentado aún bases amplias para afrontar grandes medidas de gobierno.
Esta demora empieza a ser preocupante. El equipo de Colau tiene por delante un reto mayor, como es la elaboración y aprobación del presupuesto municipal para el próximo ejercicio. Debería aprobarse antes de fin de año y, previamente, someter su borrador a una serie de trámites administrativos, además de al periodo de exposición pública y alegaciones. Pero, hoy por hoy, se ha avanzado poco por esa senda. BComú no ha empezado siquiera a trenzar con otros grupos los acuerdos que le resultan imprescindibles para encararlos con garantías de éxito, dado su gobierno en minoría (dispone sólo de once de los 41 concejales).
La ciudad es un organismo vivo y, como tal, no puede trocar su actividad en inactividad. Puede entenderse el celo de la actual administración para revisar escrupulosamente decisiones, planes y adjudicaciones de sus antecesores. Pero no que se demore en estas tareas más allá de lo razonable. Barcelona precisa políticas y prioridades claras de gestión, debidamente consensuadas para así asegurar el día a día de la ciudad y la estabilidad del gobierno municipal. Y necesita también un proyecto de futuro bien perfilado que, con los acentos debidamente acordados, mantenga y revalide los importantes logros alcanzados por la ciudad desde la recuperación de los ayuntamientos democráticos.