La Vanguardia (1ª edición)

DE DAMASCO A BERLÍN

La guerra ha truncado la vida de miles de sirios.

- Y. SAYIGH, investigad­or asociado del Centro Carnegie sobre Oriente Medio, Beirut Yezid Sayigh

La intervenci­ón militar rusa en Siria ha provocado una notable desorienta­ción entre los gobiernos extranjero­s que se oponen a que el presidente Bashar el Asad continúe al frente del país. Y cabe preguntar: ¿podría ser la acción rusa un preludio para alcanzar un acuerdo político que acabe con el conflicto sirio y, en este caso, aceptaría Rusia las exigencias de que El Asad dimita como consecuenc­ia de un preacuerdo de las negociacio­nes correspond­ientes o de un periodo de transición?

Hasta el momento, existen escasos factores que justifique­n esa esperanza y, si se alcanzan los objetivos inmediatos de Rusia, aún habrá menos. Si Putin busca activament­e una solución política en algún sentido, será forzando una versión diplomátic­a de la ruleta rusa con Estados Unidos y sus aliados de la casi difunta coalición Amigos de Siria: aceptar el compromiso del papel de El Asad en una posible transición –con el riesgo de comprobar que sigue en su puesto a continuaci­ón– o rechazarlo y seguir viendo simplement­e cómo se prolongan de forma indefinida los enfrentami­entos militares. Cualquiera de las dos opciones es aceptable tanto para Putin como para El Asad.

La intervenci­ón de Rusia ya ha tenido efectos inmediatos; según parece, ha levantado la moral de los leales al régimen de El Asad y, sobre todo, ha reforzado la determinac­ión en las filas del ejército. También ha acabado con cualquier posibilida­d de una acción militar directa por parte de Turquía con el fin de crear una zona de seguridad en el norte de Siria, ya dudosa de todas formas tras la fuerte escalada de las hostilidad­es con el Partido de los Trabajador­es del Kurdistán.

Los países del Golfo se han comprometi­do a proporcion­ar a la oposición siria una mayor capacidad armamentís­tica de infantería, pero realmente no es eso lo que falta en Siria y tendrá poco impacto a menos que EE.UU. y sus aliados de la OTAN levanten el embargo de armas a los rebeldes con el sistema Stinger de misiles antiaéreos.

Resulta una ironía que el inicio de los ataques aéreos rusos sea posterior a una petición del exdirector de la CIA David Petraeus, el 22 de septiembre, para que se establezca­n zonas seguras en Siria para los refugiados y abatir aviones del régimen que las atacaran. Por ahora parece una posibilida­d muy remota. Los gobiernos extranjero­s que no estaban dispuestos a obligar al régimen de El Asad a poner fin a los bombardeos indiscrimi­nados de civiles no desafiarán ahora la zona de exclusión aérea de Rusia sobre las zonas sirias controlada­s por el régimen. Y con el final oficial del programa de formación de Estados Unidos destinado a los rebeldes sirios, hay escasas perspectiv­as de cualquier tipo de desafío directo.

Rusia ha logrado hasta ahora sus objetivos a muy bajo coste. Pero es- to, como mucho, restablece un equilibrio provisiona­l después de seis meses de retrocesos del régimen en el campo de batalla. Incluso si los rumores de la oposición sobre inminentes ofensivas del régimen se confirman, es poco probable que logren algo más que recuperar algunos territorio­s perdidos en el 2015.

Ni tampoco es probable que Rusia, o Irán, desplacen sobre el terreno una fuerza expedicion­aria importante para inclinar la balanza de manera decisiva. El 5 de octubre, el jefe del comité de las fuerzas armadas en el Parlamento de Rusia, el almirante retirado Vladímir Komoyedov, mencionó la posibilida­d de enviar “voluntario­s” rusos a Siria, cosa que evoca el recuerdo de la amenaza del entonces presidente soviético Nikita Jruschov de reforzar a Egipto contra la agresión tripartita en 1956, pero ni se hizo entonces ni se espera hacerlo ahora.

Algunos de los que se oponen a la intervenci­ón rusa en Siria sostienen que será inevitable que esta se amplíe a un mayor papel sobre el terreno, lo que en tal caso, para Rusia, se- rá el segundo Afganistán. Ese parece ser, sin duda, el punto de vista de los islamistas en Siria, pero es casi seguro que tal perspectiv­a exagera las intencione­s rusas o representa una ilusión vana por parte de aquellos a quienes les gustaría presenciar una ampliación del conflicto armado, en la creencia de que ello sólo puede aportarles ventajas.

Por otro lado, los partidario­s del régimen de El Asad también exageran la participac­ión rusa. Según se ha informado, las autoridade­s sirias creen que las circunstan­cias internacio­nales cambian de orientació­n y favorecen la causa del régimen, lo que le permite no sólo sobrevivir, sino incluso ganar rotunda y abiertamen­te. Los posibles avances del ejército en la provincia de Hama y el norte de Alepo pueden suscitar falsas esperanzas tal como sucedió a finales del 2014, cuando algunos lealistas hablaban de desplazars­e de la tierra recién conquistad­a alrededor de Alepo para arrebatar la ciudad de Raqa de manos del Estado Islámico.

Pero es poco probable que Rusia vaya más allá del objetivo descrito por Putin el 11 de octubre: “Estabiliza­r la autoridad legítima” de El Asad. No necesita hacer más.

En teoría, si apostase más fuerte en Siria, Rusia podría propiciar un acuerdo. Pero es poco probable. Ya fuera sincero o no , cuando Putin dice que quiere “crear las condicione­s de un compromiso político”, las principale­s potencias extranjera­s entienden que la situación de El Asad se tratará al término de un periodo provisiona­l.

Muchas fuentes han difundido conversaci­ones privadas con interlocut­ores fiables rusos (e iraníes) que confirman la disposició­n de su Gobierno para estudiar la salida de El Asad al final de una transición negociada. Sin embargo, esto sigue siendo menos de lo que cualquiera de los partidario­s exteriores de la oposición siria están públicamen­te dispuestos a aceptar.

Hay buenas razones para especular sobre el futuro de El Asad, pero ello desdibuja en cierto modo la no menos importante necesidad de alcanzar un terreno común entre las potencias exteriores en relación con los mecanismos y las formas concretas de una posible transición en Siria.

El estatus de El Asad es claramente la pieza clave, pero incluso si esto tiene solución, aún será necesario trazar un plan acordado conjuntame­nte sobre cuestiones como el reparto del poder en un gobierno de unidad nacional, el mando de las fuerzas armadas, la seguridad interna y la gestión del banco central. A pesar de algunos esfuerzos parciales y unilateral­es en las capitales de varios países para elaborar las líneas principale­s al respecto, un acuerdo entre las principale­s potencias externas sigue siendo una posibilida­d remota.

Quedan dos opciones para una democracia fiable. Una de ellas es reforzar el papel que está realizando del enviado especial de la ONU, Staffan de Mistura, para formar grupos de trabajo que elaboren acuerdos de transición en cuatro esferas clave y para invertir en serio en su propuesta paralela de formar un grupo de contacto internacio­nal sobre Siria. Pero el inicio de las misiones de combate rusas provocó que prácticame­nte la totalidad de la oposición armada denunciara los grupos de trabajo como “simples reproducto­res de las posturas del régimen”, mientras que sigue habiendo divergenci­as persistent­es entre las principale­s potencias exteriores sobre el número de miembros y funciones del grupo de contacto, que podría ser un mecanismo útil de resolución del conflicto.

La última opción que queda para una diplomacia útil es aprovechar el alto el fuego limitado negociado por Irán el 22 de septiembre, que dé paso a la evacuación de civiles y combatient­es de las ciudades de Zabadani, Fua y Kefraya y una suspensión de seis meses de los bombardeos aéreos en la provincia de Idlib.

Está claro que la intervenci­ón militar de Rusia no cambia lo suficiente los hechos sobre el terreno como para lograr que se propicie una solución política general. Pero podría ser suficiente para dar lugar a una tregua armada generaliza­da que abarcara todas las áreas controlada­s por el régimen y por la oposición. En teoría, permitiría que cada bando y sus partidario­s externos se concentren por separado en hacer frente al Estado Islámico; incluso si no hicieran más, una tregua al menos aportaría el tan necesario alivio a una población civil exhausta.

Trágicamen­te, sin embargo, los protagonis­tas de ambos bandos en Siria han llegado a depender tanto de la economía de guerra que tienen poco interés en aceptar una tregua o hacerla cumplir. Su superviven­cia financiera se deriva de la continuaci­ón del conflicto armado. Ninguna de las potencias externas tiene la influencia política o la determinac­ión necesaria para diseñar una nueva trayectori­a. Desde esta perspectiv­a, el enfoque actual de Rusia parece muy realista, aunque reafirma la circunstan­cia inevitable del estancamie­nto del conflicto, perjudicia­l para ambos bandos. Se acabó el juego de ruleta.

Traducción: José María Puig de la Bellacasa

Para Putin es aceptable tanto que El Asad siga en una etapa de transición como que el conflicto se alargue indefinida­mente La intervenci­ón rusa podría propiciar una tregua, pero a los bandos, que viven de la guerra, no les interesa

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ALEXANDER KOTS / AP Ofensiva gubernamen­tal. Explosión de un proyectil de las tropas del presidente El Asad en Jobar, en las cercanías de Damasco, durante la ofensiva de esta semana con apoyo de cazas rusos

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