La Vanguardia (1ª edición)

¿Hay que acabar con las suegras?

- Joaquín Luna

De todos los amores, el más interesado, mercenario e inexplicab­le es el amor a las suegras. Yo les hablaría bien de la mía si estuviera casado, convencido de que la señora siempre tendría en la boca: –¡He ganado un hijo! A uno le gusta –y se acuesta– con una mujer y llega un día en que esa mujer se siente obligada a presentart­e a su madre (al padre también, pero es pan comido). El trance te transforma en un miserable, dispuesto a todo con tal de caer bien a la señora y, de paso, conseguir que te prepare arroz con bacalao algunos días festivos.

Yo sostengo que los hombres somos unos canallas que entre esforzarno­s por construir una relación profunda con la suegra y mentir como bellacos y guardar las apariencia­s, optamos por lo segundo al grito cínico de “máximo respeto, máxima distancia”.

Afortunada­mente, las mujeres son más afectivas y se molestan en desarrolla­r una relación sincera, profunda y humana con las suegras. Nada de cumplidos ni distancias: las quieren conocer no porque a ti tu madre te cai-

Los hombres somos unos miserables: antes mentir que construir una relación sincera con la suegra

ga bien sino para descubrir por sí mismas lo maravillos­a que es su suegra (cosa que la mayoría de los hombres, por si acaso, tampoco piden).

La construcci­ón de esa relación es, naturalmen­te, variable.

–¡Es mona esta niña! ¡Se le nota personalid­ad! ¡Si te hace feliz!

A su vez, las candidatas a nuera tienen detalles tiernos, de esos que los hijos ni imaginan, y les regalan artefactos del hogar vistosos, repostería de Madagascar y revistas que te avergüenza comprar en el quiosco.

Con el tiempo, la relación entre pareja y madre evoluciona hasta ese día en que del cielo cae la frase: –No la soporto cuando... Aquello es Yalta: hay que repartir las áreas de influencia, pero una cosa es extender un mapamundi, tirar de líneas y mirar de reojo a Stalin, y otra es pasar a vivir en tierra de nadie y hacer el Don Tancredo. –¿Y tú no dices nada? –Que tengo prisa por llegar puntual al dentista. Ya hablaremos con calma.

“Hablar con calma” en el argot conyugal masculino es un decir para cuando no se quiere decir nada.

Yo creía que en el siglo XXI desaparece­rían las suegras, a las que nadie se le ocurre llamar ya “madres políticas”, pero el progreso es lento. ¡Si ni siquiera hemos erradicado a los cuñados! Cada día miles de personas se siguen enamorando, sin saber que cada enamorado tiene una madre y esa mujer, sin comerlo ni beberlo, adquiere el derecho vitalicio a ser una suegra.

Muchas mujeres no tienen vocación de suegras ni eligen serlo aunque se cansen de decir:

–No me presentes a más parejas que les cojo cariño y luego...

El asunto está complicado, y ni el divorcio ni las parejas de hecho han logrado acabar con las suegras, manantial de alegrías conyugales.

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