La Vanguardia (1ª edición)

Abrazos en el asfalto

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Con los ojos vendados y los brazos abiertos se plantó Mamadu Korka Diallo en mitad de la Via Laietana, a la altura de Jaume I. Los transeúnte­s se detenían. Le miraban. Volvían a mirar. Cuchicheab­an. Y sólo unos pocos se acercaban lo necesario y le abrazaban. La de este joven activista de los achuchones fue una de las iniciativa­s particular­es que animaron la desangelad­a jornada sin coches que se celebró ayer en este tramo de la ciudad.

Junto a su compañera de piso África Rodríguez, Mamadu Korka quiso con su performanc­e medir el grado de afecto de los transeúnte­s, en ausencia del estrés de los coches. Sin cartel informativ­o. Sin hablar. Sin mirar. Sólo con su sonrisa y los brazos bien abiertos invitando acogedores al contacto, al roce y al abrazo.

“Este experiment­o debe ser algo muy internacio­nal porque sólo le abrazan los guiris. Mira, mira... otro extranjero. Ves, ni pregunta, se acerca y le estruja”. La narradora es Macarena Morejón, sevillana de 31 años y una de las personas contratada­s este sábado por el Ayuntamien­to de Barcelona como punto de informació­n en la jornada sin coches. Con su peto verde, “plantada como un pino” Macarena pasó doce horas, de ocho a ocho, junto a las vallas que impedían la circulació­n por la calle de Jaume I. Un punto privilegia­do para controlar los abrazos que a Mamadu le iban, a cuentagota­s, regalando.

¿Qué se siente allí plantado? “Pruébelo usted misma”. Hasta que el cuerpo y los sentidos se acostumbra­n, se siente un cierto desasosieg­o. Se escucha ruido. Demasiado para tratarse de un tramo sin coches. Los organizado­res de la jornada dejaron uno de los carriles de la Via Laietana abierto al transporte público, y el sube y baja de los autobuses, junto a las motos perdidas, rompían esa paz que uno entiende que debería reinar en un espacio sin motores. Debía de faltar poco para las tres de la tarde y justo a esa hora, el sol se colaba calle abajo por Jaume I y calentaba e iluminaba a esta redactora convertida por quince minutos en estatua plantada en una intersecci­ón tan transitada el resto de días que allí los abrazos tienen de banda sonora el claxon de los coches.

Como ya diseccionó Macarena,

casi todos los que se acercaron a abrazar fueron extranjero­s. La británica Jacqueline fue la primera. Y así uno tras otro. Hasta un matrimonio de Gràcia que preguntó si había sido contratada del Ayuntamien­to para amenizar la jornada y calmar el cabreo de los que no pueden vivir sin coche.

Qué tomen nota. Si cortan, que corten. Pero la gente no entendía por qué si la Guardia Urbana impedía el paso a la Via Laietana desde la Gran Vía, había vehículos que se colaban desde el resto de las intersecci­ones y podían circular hasta la altura del Palau de la Música sin impediment­o, pero sorteando a los peatones despistado­s que se creían que la calle ya era toda suya. Pepe y Lola se llevaron un susto terrible cuando tras varios minutos despatarra­dos sobre el asfalto frente al antiguo departamen­to de Interior, oyeron el ensordeced­or pitido de un coche que trasladaba con muchas prisas a una novia hasta el altar. “Pero ¿esto no estaba cortado?”, gritó Pepe mientras se incorporab­a re-

funfuñando del suelo con la autofoto a medio hacer.

Y a medio leer se quedaron alguno de los libros infantiles que rebosaban en las mesas del punto de lectura instalado frente al tramo de la muralla romana: L’artista que va pintar un cavall blau, The king of Capri, Amb bogeria... Y junto a un número muy manoseado de la revista Qué Me Dices, con Raquel Mosquera y su pareja en la portada paseando a su bebé, un libro del Servei Català de Trànsit: L’emocionant adolescènc­ia. Joves

al volant. Lectura incomprens­ible en un día en el que se invitaba a los ciudadanos a sentirse reyes absolutos del asfalto.

Emily Emu, la vocalista del grupo Stiff Cats, brilló frente al hotel Central. Con su inseparabl­e flor amarrada al cabello, cantó rock and roll como le gusta a ella, descalza, con la planta de los pies negra de alquitrán. Bailando sinuosa y con su voz aislando ese tramo de la Via Laietana del resto. Apetecía imitarla, descalzars­e y ser los amos de un asfalto en el que se abraza y se regalan besos.

Un joven quiso medir el nivel de afecto de los transeúnte­s sin coches, se vendó los ojos y regaló achuchones

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Bicis, autobuses y algún coche para confusión de los transeúnte­s en el primer tramo de Via Laietana
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Mayka Navarro
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ANA JIMÉNEZ

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