Ganas de Salón Náutico
El certamen, que cierra hoy sus puertas en el Port Vell, se queda pequeño ante la alta afluencia de público, propia de antes de la crisis
Al mediodía en el Moll de la Fusta, donde se concentran las embarcaciones de menor eslora de las presentes en el Salón Náutico, da la sensación –al menos en algunas zonas– de que ya no cabe nadie más. En medio de esa marea de visitantes, un probador de señuelos de pesca –que los hay– hace una demostración en la piscina de plástico instalada delante del estand de Game Fisher (tienda mítica de este deporte). Y ante él una veintena de personas. “¿Te acuerdas de cuando el salón se celebraba en l’Hospitalet también?”, pregunta un espectador a un amigo. “Allí había hasta un expositor de gusanos coreanos: una granja que me parece que era de Francia”, responde el otro.
Pregunta y respuesta que implican una sensación: la de la añoranza de un Salón Náutico –que cierra hoy sus puertas en el Port Vell– que, antes de la crisis, casi costaba un día recorrerlo. La alta presencia de público ayudaba ayer a rememorar aquellos tiempos y a pensar que puede ser otra vez posible. Y es que, hasta en el estand de la Federació Catalana per la Cultura i el Patrimoni Martítim i Fluvial del espacio Marina Tradicional, había dos filas de curiosos, al poco de abrir, para ver cómo un miembro de la entidad (barba marinera incluida) se dedicaba a enseñar a un grupo de niños a hacer nudos. Pasado el mediodía, seguía habiendo colas (dos de un centenar de personas cada una) para comprar entradas a razón de 12 euros.
Esta semana, apuntaban algunos comerciales de las marcas más exclusivas, han vuelto los grandes compradores –no se habían ido del todo aunque no se dejaban ver tanto– y ayer se volvían a ver compradores locales, nacionales (abundaban los acentos andaluces) e internacionales, sobre todo visitantes franceses e italianos. Eso sí, el público, en general, a partir de los 35 años, y entre este también –confirmado por más de un expositor– curiosos que planteaban la visita al salón como una salida familiar para quienes la náutica es una gran desconocida. “Esto es un cambio también importante”, apunta un expositor.
Entre los visitantes con más veteranía en lo del mar debates entorno a los barcos y sus últimas normas. Afirmaciones tajantes como que los cambios de eslora de las nuevas titulaciones provocarán más accidentes en el mar. “Barcos más grandes con poca experiencia. En cuanto la economía se acabe de animar un poco...”, dice un visitante que confiesa a un vendedor tener un barco de motor de 8,80 metros y nunca se le ocurriría tener uno de quince.
En el Moll d’Espanya, donde están los barcos más caros, los que rondan o superan el millón de euros, también hay curiosos. Aunque pocos son los elegidos para subir a cubierta de los barcos más exclusivos. En esta parte del salón abundan las americanas oscuras y, aunque sea también un tópico, los zapatos náuticos. Una reflexión al aire: “Nunca me compraría un catamarán de menos de doce metros. El problema es que en los de este tamaño las olas rompen justo debajo”, asiente un visitante, mientras que un comercial, al acecho, niega con la cabeza y le invita a subir a bordo de su embarcación. Conversaciones, cazadas al vuelo, sobre barcos, prácticas náuticas o hélices dañadas en un salón lleno, al que el público, al menos parece haber vuelto masivamente y para quedarse.
Regresan los grandes compradores, pero también lo hacen los aficionados e, incluso, los curiosos