¿De verdad ‘volem pa amb oli’?
A Barcelona le urge renovar su proyecto de cultura urbana y sustraerse a la inercia. La cultura de base requiere referentes actualizados. La inacción conlleva el riesgo de que resurja una ciudad que parecía superada por Cobi y La Fura dels Baus.
Como cada año, la gala del premio Planeta reunió el jueves en una mesa a políticos de diferentes afinidades. Artur Mas, que había arrancado el día imbuido del espíritu de Companys en el Fossar de Santa Elena, se sentó junto a Pedro Sánchez y el presidente del grupo editorial, José Creuheras. En la mesa principal, donde cenaba también la ministra Ana Pastor, no había nadie del gobierno municipal. Ada Colau había delegado en el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, quien a su vez delegó en la concejal de Ciutat Vella, Gala Pin. A Pin la sentaron en la mesa 4, donde también estaban Miquel Iceta y Jaume Collboni.
Los responsables de B Comú consideraron que no había que implicarse más en una fiesta donde los focos suelen acapararlos los poderes tradicionales y una inminente millonaria aturdida por los flashes. Es una lástima que lo valoraran así. Porque la gala del Planeta es también una ocasión única para tomar el pulso al ambiente literario. Además de políticos y empresarios, acuden decenas de escritores, editores, agentes literarias y periodistas culturales de toda España. Auténtica cultura de base, en la terminología municipal al uso.
La aproximación del nuevo Ayuntamiento a la Barcelona de los libros es similar a la que practica con otros sectores culturales. Deja hacer y cumple con los compromisos heredados, como lo demuestra que Jaume Asens, teniente de alcalde multitarea que figura como responsable de Cultura, viajara hace unas semanas a París para defender la candidatura de ciudad literaria de la Unesco. Pero, por ahora, poco más. Ninguna iniciativa de ca- lado que eleve la autoestima de los letraheridos barceloneses, temerosos de perder su capitalidad editorial. Ninguna opinión formulada desde el lado mar de la plaza de Sant Jaume, por poner un ejemplo, sobre la pérdida para la ciudad del archivo Balcells. La dinámica Pin fue también la encargada de representar a la alcaldesa en la inauguración de la temporada del Liceu (que al menos sí está ubicado en Ciutat Vella). Con el Gran Teatre y otras instituciones culturales podría acabar sucediendo lo que apuntábamos: el Ayuntamiento respetará los compromisos adquiridos, pero sin mayores alardes. No va a ser el municipio el que dé un paso al frente para liderar la recuperación del Liceu ante la pasividad de la Generalitat y el ministerio. Y eso que a este teatro le urge alcanzar la estabilidad financiera para poder atreverse otra vez con las producciones de riesgo, las que crean debate y ponen una plaza lírica en el mapa.
Es cierto que la cohesión social es objetivo prioritario, como debe serlo la cultura de base. Pero esta, para avanzar, necesita referentes del máximo nivel. Hace falta un tejido cultural sólido que compita para mantenerse en los circuitos internacionales de programación del talento. Hay que intentar que la ciudad siga siendo una pasarela continua de escritores, pintores, músicos, cantantes o estrellas del teatro. Sería el mejor estímulo para la formación de los creadores locales.
De otro modo, se incurre en situaciones de riesgo. Falta de aquella excitación que propiciaron la cultura underground de los 70-80 o el diseño y el teatro de vanguardia –procesos que cristalizaron en las ceremonias del 92– la Barcelona de las tradiciones anacrónicas amenaza con resurgir. La ciudad pre Cobi.
Ya estamos recibiendo avisos. El Volem pa amb oli de la renacida Trinca, entonado en los mítines de la Meridiana y Maria Cristina por miles de soberanistas, nos hace viajar en el tiempo. Nos lleva décadas atrás, a aquellas tardes de domingo en las filas traseras del autocar, de regreso de excursión junts picant de mans. Los artistas corrían entonces sus riesgos, es cierto. Pero la estética era la que era. Se llevaban la rotllana, la chiruca y el foc de camp, y en los restaurantes había manteles con cuadraditos rojos y blancos... ¿De verdad queremos que Barcelona baile a ritmo de revival, por mucho que en escena, junto a los trincos, aparecieran la otra noche músicos ataviados con camisetas de los Clash?
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