El regate
“Movimiento rápido y brusco hecho con el cuerpo para esquivar algo”. Eso dice el diccionario del regate, un elemento básico del fútbol en claro e inexplicable desuso, suplantado por una idea equivocada y un tanto integrista del fútbol visto como una expresión únicamente coral y colectiva. Que quede claro que no hay equipo con futuro sin un sentido global de este deporte, pero hay que reivindicar el dribling como factor de ruptura esencial precisamente para derrumbar sistemas defensivos basados en la solidaridad.
Sin Messi ni Iniesta, los mejores de largo en el Barça en ese apartado, Neymar fue anoche Garrincha, el gran regateador. Apodado ‘la alegría del pueblo’, alias revelador que proclama a rabiar la finta como alma del espectáculo, Garrincha lo driblaba todo. Vivía del engaño permanente a su marcador. El regate hoy en día es visto con recelo, en especial en el fútbol formativo porque el individualismo en edades tempranas es, muchas veces con razón, el enemigo que batir. Pero en dosis adecuadas debería estar incentivado. ¿Qué hubiera sido del Barça ayer sin los regates de Neymar? Poca cosa. El brasileño domina este arte como pocos. Puede que ya sea el mejor exceptuando a Messi, más sobrio que efectista pero infalible en el uno contra uno. Cristiano se impone por potencia más que por cintura. Ronaldinho ya casi no está. Quedan Robben y Hazard. Poco más. En el minuto 30, Neymar ascendió en el ranking. Encaró al rival y le confundió con una maniobra inverosímil que incluyó amago y túnel, dos en uno. ¿Vuelve el regate? Ojalá.