Bruselas y la crisis de Gobierno
Cristóbal Montoro, el ministro de Hacienda, anda con el amor propio herido. Justo cuando pensaba que debería recoger los frutos políticos de su labor, se ha encontrado con un toque de atención sin precedentes de Bruselas a cuenta de la maniobra política, de política electoral para ser totalmente precisos, más audaz del tándem Mariano RajoyCristóbal Montoro durante toda la legislatura que está a punto de expirar: tramitar en pleno verano los presupuestos del Estado del 2016, que se aprueban definitivamente el próximo martes, y presentarlos en los comicios del 20 de diciembre como una especie de programa electoral cargado de promesas que sus patrocinadores iban a presentar como si ya estuviesen vigentes. El jarro de agua fría de Bruselas viene a decir algo así como “no se crea usted mucho las rebajas fiscales, la de julio pasado y las que contienen los presupuestos, porque el próximo Gobierno vendrá con las rebajas”.
Montoro está convencido, según aseguran sus próximos, de que la posible desviación de déficit público que dice temer la Comisión Europea (4,5% del PIB en lugar del 4,2% pactado para este año), no se producirá, o en el peor de los casos sería de una décima (1.000 millones de euros en números redondos). Las cuentas del ministro parten de la positiva evolución de la recaudación fiscal, al alza en IRPF y sobre todo en sociedades, que compensaría el descuadre en la Seguridad Social, en su opinión será menor de lo que se dice, y de las comunidades autónomas.
Cuanto más seguro está de sus ideas y de sus cálculos, mayor irritación alberga ante el escepticismo de Bruselas. La Comisión Europea ha añadido al siempre desagradable mensaje de cuestionar unas cuentas generales que ni tan siquiera se han acabado de votar en las cortes, el encargo inusual de rectificar- las al Gobierno que tras las elecciones asuma el poder. Un dictamen que ha dejado prácticamente roto a efectos electorales el juguete presupuestario.
Nadie en el Gobierno se ha tomado el asunto a broma o a intentado reducirlo a una cuestión menor. Sin caer en la insolvencia de Jorge Fernández Díaz, el ministro del Interior, que atribuyó las críticas europeas a “algún sesgo político ideológico”, es evidente que se están dibujando movimientos en pos de nuevas alianzas en Europa que, sin despojar a Mariano Rajoy del apoyo de Angela Merkel, la canciller alemana, sí le han dejado sin la complicidad de la Francia de François Hollande y Manuel Valls.
Es curioso que cuando el consenso en la eurozona es que la anorexia fiscal alemana ya es una receta política y socialmente insostenible, el eje París-Bruselas sustente su rebeldía hacia Berlín sobre la petición de más ajustes al Gobierno español (a la diferencia sobre el cálculo de déficit para el 2015 hay que añadirle otras siete del 2016) del orden de los 10.000 millones de euros.
Pese a la oposición del severo Wolfgang Schäuble, el ministro alemán de Economía, el dictamen patrocinado por el comisario europeo de Asuntos Económicos, el francés Pierre Moscovici, obtuvo la luz verde, indicando que, o bien los consensos en Europa están cambiando en busca de un nuevo pacto político para la gestión de la eurozona, con una Alemania menos hegemónica, tendencia que alimentan los fiascos de Volkswagen, el del banco Deustche Bank y lo que pueda arrojar la investigación sobre el Mundial de fútbol del 2006; bien que Merkel no se ha tomado muy en serio el expediente español y su apoyo al presidente gallego no ha ido más allá de las declaraciones testimoniales de su ministro de Economía.
En cualquier caso, el Gobierno Rajoy se acerca al final de sus días bastante descuadernado, y en el ámbito económico las tensiones son evidentes. El presidente del Gobierno optó por operar sin vicepresidente económico, la única vicepresidencia, política, quedó en manos de Soraya Sáenz de Santamaría, y Rajoy anunció que él controlaría directamente la política económica. Se ungía de Napoleón para arbitrar las diferencias entre Montoro y Luis de Guindos, el ministro de Economía. Todo apuntaba a que la tensión entre los dos ministros elevaría la posición de Álvaro Nadal, el jefe de la Oficina Económica del Presidente, con despacho en el complejo de La Moncloa, acceso al oído de Rajoy y rango de secretario de Estado, recuperado después de que el socialista Rodríguez Zapatero lo jibarizara a director general tras la marcha del fallecido David Taguas. Pero Nadal ha formado parte lealmente del clan que dirige la vicepresidenta y del que forma parte Montoro, con lo que la presión entre los dos ministerios quedó sin vía de escape.
Sin vicepresidencia económica, el resto del equipo campó a sus anchas, en parte gracias al silencio de Rajoy. José Manuel Soria, el inoperante ministro de Industria, ponía los pelos de punta a sus colegas cada vez que abría la boca –la última, sus constantes errores en la crisis de Volkswagen–. En este cuadro, José Manuel García-Margallo, el expansivo ministro de Exteriores, también jugó a adentrarse en expedientes que otros consideraban propios, tal vez porque, aseguran algunos, su aspiración es ser titular de Hacienda. En suma, el lío con Bruselas echa sal en la herida de un Gobierno bastante desnortado.
El dictamen de la Comisión ha dejado prácticamente roto a efectos electorales el juguete presupuestario