El Museo del Hombre de París entierra el colonialismo
Las preguntas clave: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y ¿adónde vamos?”
El Museo del Hombre, el gran museo-laboratorio de antropología, etnología y prehistoria, un clásico de la visita parisina desde su fundación en 1937, reabre sus puertas tras un largo cierre de seis años en el que tanto su exposición permanente como su emblemático edificio, sobre la colina de Trocadero y frente a la torre Eiffel, han sido renovados por completo.
Ubicado en un ala del enorme Palais de Chaillot, arquitectónicamente este museo es el resultado de la simbiosis de dos feos edificios que se erigieron en la emblemática colina con motivo de las exposiciones universales de 1878 y 1937. En su última versión, su mole tiene como principal virtud una posición abierta en el remate del gran eje ajardinado que cruza visualmente el Sena, pasa por la torre Eiffel y el campo de Marte y acaba en los Inválidos, una de las vistas más grandes y magníficas de París.
Sólo la carcasa del edificio, por cuya explanada pasan diariamente decenas de miles de turistas, estaba catalogada, así que “por dentro lo hemos podido rehacer todo”, dice el arquitecto Emmanuel Nebout. El Estado se ha gastado 96 millones de euros en esta renovación. El edificio original era oscuro. “Nuestro trabajo ha consistido en respetar la herencia de nuestros colegas del XIX y transformarla con la mayor elegancia hacia el siglo XXI, haciendo entrar la luz en el lugar”, explica el arquitecto en el Atrium Paul Rivet, el mayor espacio interior de la casa, transformado por el procedimiento de anular el piso superior y hacer entrar directamente la luz por una enorme claraboya.
El médico y etnólogo Paul Rivet (1876-1958), un humanista universalista, fue el creador de este museo que aborda al hombre total, como ser biológico, cultural y social, y de su innovador concepto de museo-laboratorio, es decir, no sólo lugar de exposición sino también de investigación, con 150 científicos trabajando en su tercera planta.
“Hemos intentado renovar ese concepto de Rivet, conciliándolo con la ciencia y la técnica de hoy”, explica Bruno David, presidente del Museo Nacional de Historia Natural, del que este museo forma parte. Evidentemente, pese al espíritu avanzado de Rivet, la concepción del museo, con sus colecciones de antropología, etnografía y prehistoria compartimentadas, ha sido superada.
“El museo se creó en un contexto colonial, con vitrinas geográficas”, dice la autora de la renovación, Cecile Aufare. Todo eso se ha modernizado, las colecciones se han integrado y se ha añadido el descubrimiento del antropoceno, en línea con la conferencia del clima de las Naciones Unidas que se abre en noviembre en París. El resultado es que “la relación del hombre con la naturaleza y el impacto de la especie humana en el medio ambiente es la gran innovación res- pecto a los años treinta”, explica la comisaria científica del museo, Evelyne Heyer.
En cifras, el Museo del Hombre es una superficie total de 16.000 metros cuadrados, con más de 3.000 de exposición, otros 3.000 para la investigación y la enseñanza, 700.000 objetos de prehistoria, 30.000 piezas de antropología y 6.000 objetos que ilustran la apropiación de la naturaleza por las especies humanas. La colección incluye 30.000 esqueletos y huesos de 23.000 individuos, incluido el cráneo de René Descartes, y de algunos jefes indígenas ejecutados o trasladados a Francia desde las colonias, lo que hoy plantea demandas de restitución, como la que conclu- yó el año pasado con el regreso a su tierra de los restos de un jefe insurgente de Nueva Caledonia. El museo contiene fósiles originales del hombre de Cromañón y Neandertal, los extractos y registros de las fascinantes pinturas rupestres de Tassili y Hoggar, en el sudeste de Argelia, entre otras joyas, y también es historia, en sí mismo: el nombre de Claude LéviStrauss (19082009), el antropólogo más famoso del siglo XX, está asociado a la casa, y durante la ocupación alemana esta institución parisina albergó a un conocido grupo de resistentes.
La visita al Museo del Hombre plantea las tres preguntas existenciales, que, literalmente, dan nombre a sus tres secciones: “¿Quiénes somos?”, “¿De dónde venimos?” y “¿Adónde vamos?”. Desde que somos factor geológico como especie, la última pregunta suena mucho más inquietante que las otras dos.
Cuando algunos políticos plantean, hoy, este mismo mes, la cuestión de Francia como “país de raza blanca” y estigmatizan al emigrante, ignorando que el 25% de la población francesa es de origen emigrante, el recorrido museístico permite recordar nuestro largo transcurso como especie; los primeros homínidos hace 25 millones de años, los primeros Homo habilis, entre 2,8 y 1,5 millones de años, ambos en África.
“Los europeos son africanos blanqueados por la falta de sol”, explica humorísticamente el antropólogo Alain Froment, junto a un panel que registra al Homo antecessor de Atapuerca. En el año 1937, cuando el museo se inauguró en el apogeo de las doctrinas racistas más criminales, su observación no habría sonado bien.
“Los europeos somos africanos blanqueados por la falta de sol”, bromea el antropólogo Alain Froment