El enemigo en la camilla de al lado
Médicos judíos y árabes atienden a agresores y víctimas sin saber a menudo quién es quién
Una cortina muy fina es lo único que separa a los agresores palestinos de las víctimas judías en la UVI del hospital Hadasah Ein Karen de Jerusalén. Los médicos y los enfermeros, como es habitual, son judíos y árabes que tratan tanto a las víctimas como a los atacantes y que afirman de forma tajante que, en estos momentos y situaciones dramáticas, los pensamientos y las emociones quedan totalmente a un lado.
El doctor Abed Halaila, destacado cirujano de origen árabe, lee los pensamientos de todos aquellos que le miran y leen su nombre en la tarjeta. “Mi función es tratar a este judío que resultó gravemente herido en un apuñalamiento. Mis colegas están tratando al atacante, y no nos podemos permitir distinguir entre quién es el culpable y quién no lo es. Simplemente estamos obligados a trabajar juntos”, dice el doctor.
En los pasillos se puede ver el paisaje humano típico de Jerusalén, compuesto por judíos y árabes, ultraortodoxos y laicos, que mientras esperan conocer la situación de sus seres queridos miran en la televisión cómo nerviosos reporteros informan con detalle sobre cada incidente. “Este es un oasis de salud mental, aunque hay tensión en el ambiente. También aquí puede haber un atentado”, dice el veterano enfermero de Jerusalén Oriental Jalifa Zahrani. Su colega Ahmed Fahuri cuenta que le asustan profundamente las noticias sobre ataques indiscriminados de árabes contra transeúntes judíos. “Tengo miedo de recorrer los pasillos con mi identificación, me asusta que algún pariente de los heridos decida tomarse la ley por su cuenta y vengarse contra mí”.
Cuando el rais palestino, Mahmud Abas, acusó a la policía israelí de asesinar a sangre fría al palestino Ahmed Manasra, de 13 años, el Gobierno israelí rompió un tabú y difundió su foto. El niño aparece recuperándose en una habitación del hospital, con sábanas y pijama del centro, mientras le alimenta una enfermera. Ahmed y su primo hirieron gravemente a un joven israelí y a un niño de 13 años que iba en bicicleta.
Las autoridades israelíes anunciaron que, debido a su edad, Ahmed será liberado sin que se tomen medidas legales. Sin embargo, la ministra de Justicia, Ayelet Shaked –del partido ultranacionalista Casa Judía–, dijo que hará lo posible para cambiar la ley y permitir juzgar y encarcelar a adolescentes terroristas. Los padres de Ahmed pidieron ver a su hijo, pero la policía israelí se negó. Los terroristas detenidos no tienen derecho a visitas, sin excepciones para los menores. Los agresores palestinos están bajo custodia policial y no aparecen en las listas de enfermos por temor a que alguien se quiera vengar.
El equipo de la UVI suele trabajar en un ambiente de gran tensión. En ocasiones, ni saben a quién están operando. Tienen que adivinarlo y a menudo confunden a judíos de aspecto oriental con palestinos. Un joven médico judío entró corriendo en una sala de operaciones y se limitó a decir: “Fuera del hospital tengo más miedo que aquí. Creo que personas como nosotros, que trabajamos juntos, no sólo en el campo de medicina, tenemos que levantar la voz y decir que no permitiremos matar la esperanza”.
Muchos judíos heridos son haredim (ultraortodoxos), ya que los agresores temen confundirse y, viéndoles a ellos, no dudan que son judíos. Pesaj Karishevsky, de 80 años, está herido grave. Fue atropellado por un palestino que lanzó su coche sobre la parada de autobús y luego salió del vehículo y le apuñaló seis veces. Su primo, Yshaiau Karishevsky, murió.
El terrorista, Aba Abu Yamal, trabajaba en la compañía telefónica is- raelí Bezek y utilizó un coche de la empresa en el ataque, lo que añadió confusión. Fue neutralizado por una multitud y por policías que le dispararon, llegó a Hadasah Ein Karem en estado crítico y falleció poco después.
El enfermero Zahrani recuerda que más de dos tercios de los empleados de la cocina del hospital son árabes palestinos. “No faltan cuchillos allí. Pero gracias a Dios, por ahora en Hadasah aún hay coexis- tencia”. Un joven ultraortodoxo de la familia Karishevsky, cuyo padre se debate entre la vida y la muerte, le contesta: “En Bezek también había coexistencia”.
Al salir, un pequeño grupo de jóvenes israelíes improvisa una manifestación:: “¡Muerte a los árabes!”. Frente a ellos, cruza un médico árabe del hospital y les mira con una mezcla de resignación y temor.