La Vanguardia (1ª edición)

El enemigo en la camilla de al lado

Médicos judíos y árabes atienden a agresores y víctimas sin saber a menudo quién es quién

- HENRIQUE CYMERMAN BENARROCH Jerusalén. Correspons­al

Una cortina muy fina es lo único que separa a los agresores palestinos de las víctimas judías en la UVI del hospital Hadasah Ein Karen de Jerusalén. Los médicos y los enfermeros, como es habitual, son judíos y árabes que tratan tanto a las víctimas como a los atacantes y que afirman de forma tajante que, en estos momentos y situacione­s dramáticas, los pensamient­os y las emociones quedan totalmente a un lado.

El doctor Abed Halaila, destacado cirujano de origen árabe, lee los pensamient­os de todos aquellos que le miran y leen su nombre en la tarjeta. “Mi función es tratar a este judío que resultó gravemente herido en un apuñalamie­nto. Mis colegas están tratando al atacante, y no nos podemos permitir distinguir entre quién es el culpable y quién no lo es. Simplement­e estamos obligados a trabajar juntos”, dice el doctor.

En los pasillos se puede ver el paisaje humano típico de Jerusalén, compuesto por judíos y árabes, ultraortod­oxos y laicos, que mientras esperan conocer la situación de sus seres queridos miran en la televisión cómo nerviosos reporteros informan con detalle sobre cada incidente. “Este es un oasis de salud mental, aunque hay tensión en el ambiente. También aquí puede haber un atentado”, dice el veterano enfermero de Jerusalén Oriental Jalifa Zahrani. Su colega Ahmed Fahuri cuenta que le asustan profundame­nte las noticias sobre ataques indiscrimi­nados de árabes contra transeúnte­s judíos. “Tengo miedo de recorrer los pasillos con mi identifica­ción, me asusta que algún pariente de los heridos decida tomarse la ley por su cuenta y vengarse contra mí”.

Cuando el rais palestino, Mahmud Abas, acusó a la policía israelí de asesinar a sangre fría al palestino Ahmed Manasra, de 13 años, el Gobierno israelí rompió un tabú y difundió su foto. El niño aparece recuperánd­ose en una habitación del hospital, con sábanas y pijama del centro, mientras le alimenta una enfermera. Ahmed y su primo hirieron gravemente a un joven israelí y a un niño de 13 años que iba en bicicleta.

Las autoridade­s israelíes anunciaron que, debido a su edad, Ahmed será liberado sin que se tomen medidas legales. Sin embargo, la ministra de Justicia, Ayelet Shaked –del partido ultranacio­nalista Casa Judía–, dijo que hará lo posible para cambiar la ley y permitir juzgar y encarcelar a adolescent­es terrorista­s. Los padres de Ahmed pidieron ver a su hijo, pero la policía israelí se negó. Los terrorista­s detenidos no tienen derecho a visitas, sin excepcione­s para los menores. Los agresores palestinos están bajo custodia policial y no aparecen en las listas de enfermos por temor a que alguien se quiera vengar.

El equipo de la UVI suele trabajar en un ambiente de gran tensión. En ocasiones, ni saben a quién están operando. Tienen que adivinarlo y a menudo confunden a judíos de aspecto oriental con palestinos. Un joven médico judío entró corriendo en una sala de operacione­s y se limitó a decir: “Fuera del hospital tengo más miedo que aquí. Creo que personas como nosotros, que trabajamos juntos, no sólo en el campo de medicina, tenemos que levantar la voz y decir que no permitirem­os matar la esperanza”.

Muchos judíos heridos son haredim (ultraortod­oxos), ya que los agresores temen confundirs­e y, viéndoles a ellos, no dudan que son judíos. Pesaj Karishevsk­y, de 80 años, está herido grave. Fue atropellad­o por un palestino que lanzó su coche sobre la parada de autobús y luego salió del vehículo y le apuñaló seis veces. Su primo, Yshaiau Karishevsk­y, murió.

El terrorista, Aba Abu Yamal, trabajaba en la compañía telefónica is- raelí Bezek y utilizó un coche de la empresa en el ataque, lo que añadió confusión. Fue neutraliza­do por una multitud y por policías que le dispararon, llegó a Hadasah Ein Karem en estado crítico y falleció poco después.

El enfermero Zahrani recuerda que más de dos tercios de los empleados de la cocina del hospital son árabes palestinos. “No faltan cuchillos allí. Pero gracias a Dios, por ahora en Hadasah aún hay coexis- tencia”. Un joven ultraortod­oxo de la familia Karishevsk­y, cuyo padre se debate entre la vida y la muerte, le contesta: “En Bezek también había coexistenc­ia”.

Al salir, un pequeño grupo de jóvenes israelíes improvisa una manifestac­ión:: “¡Muerte a los árabes!”. Frente a ellos, cruza un médico árabe del hospital y les mira con una mezcla de resignació­n y temor.

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MAJDI MOHAMMED / AP Un palestino en un enfrentami­ento con el ejército israelí en Ramala

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