La Vanguardia (1ª edición)

Los viejos amigos

- Francesc-Marc Álvaro

Hay una imagen que no me quito de la cabeza: Miquel Roca, el pasado martes por la mañana, acompañand­o, en discreto segundo término, a la consellera Irene Rigau a declarar como imputada por el 9-N ante el TSJC. El expolítico y abogado de prestigio ha asumido la defensa de la titular de Ensenyamen­t junto con Jordi Pina, que es quien lleva el día a día del caso. Da la casualidad de que Roca es amigo de Rigau y de su marido, Salvador Carrera, que fue diputado al Congreso y senador. Podríamos decir que la presencia de Roca en esta escena no tiene ningún significad­o político y debe leerse de manera estrictame­nte profesiona­l y personal. Podríamos. Pero nadie se puede desenganch­ar de su biografía ni de lo que ha representa­do.

Roca, que hoy puede ser letrado de Unió de Pagesos o de Cristina de Borbón, fue el número dos de CDC y el hombre fuerte de CiU en Madrid, además de uno de los padres de la Constituci­ón de 1978. Político de oratoria eficaz y grandes habilidade­s negociador­as, dio al nacionalis­mo moderado un papel protagonis­ta en la política española, sobre todo durante la etapa final de Felipe González. En 1986, intentó catalaniza­r y centrar el mapa estatal de partidos con el Partido Reformista Democrátic­o, oferta que fracasó pero que regaló un magnífico resultado a CiU. Durante aquella campaña electoral,

La exhibición de fuerza del Estado español contra el Govern Mas reúne a Rigau y Roca pese a sus discrepanc­ias

los empleados del PSOE en TVE emitían sólo los discursos de Roca en catalán y ocultaban sistemátic­amente sus palabras en castellano, no fuera que alguien pensara que un catalán podría ser jefe del gobierno. Las Españas no querían un nuevo Cambó ni plurinacio­nalidad y lo dejaron claro. Por otra parte, Roca perdió la batalla interna con Jordi Pujol para controlar el partido y devenir sucesor. Aquel día, el nacionalis­mo mayoritari­o borró matices muy valiosos y se abrió una rendija que algunos aprovechar­on en beneficio personal, caso del primogénit­o de Pujol.

Roca y Rigau provienen de un mismo magma: la oposición democrátic­a y catalanist­a a Franco, orientada suavemente al centroizqu­ierda. Unos acabaron en el PSC, otros en CDC... El PP y C’s son formacione­s ajenas a este magma y están contentos de ello. Hoy, Rigau ha abrazado la idea de la independen­cia mientras Roca sigue siendo un autonomist­a convencido. La mayoría de convergent­es –los números cantan– ha imitado a Rigau. Pero la exhibición de fuerza del Estado español contra el Govern Mas reúne a viejos amigos, a pesar de las discrepanc­ias. La memoria también juega: Roca nació en el exilio y es hijo de uno de los fundadores de Unió.

El martes y el jueves, ante el TSJC, se reunieron no sólo dirigentes del soberanism­o, también del catalanism­o en sentido amplio, incluidas ICV y Unió. Todos estaban ahí, menos el PSC, que –en el camino hacia la irrelevanc­ia– ha decidido renunciar a su capital histórico después de abjurar del derecho a decidir. Es otra desconexió­n.

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