Camellos de Troya
Tres grafiteros árabes han saltado a la palestra por su actitud crítica con la serie Homeland. Fueron contratados por la productora para ambientar con pintadas una recreación de un campo de refugiados. Es el segundo capítulo de la quinta temporada, que se emitió el día 11 en Estados Unidos y la semana pasada en España. El episodio se rodó en Berlín, pero figura que el campo está situado en la frontera entre Siria y Líbano. Heba Amin, Caram Kapp y Stone, los tres grafiteros, atendieron el encargo y, ya puestos, decidieron garabatear mensajes críticos: “Homeland es racista”, “Homeland es una broma que no hace reír”, “Homeland no es una serie de televisión” y “La situación no es creíble”. Como quiera que el árabe es una lengua conocida por millones de terrícolas, el sabotaje trascendió tan pronto como salió por antena. Más allá de otras consideraciones sobre el rigor de los productores de la serie, el mero hecho de que se les haya podido colar algo así demuestra la insensibilidad lingüística que caracteriza a los entornos monolingües y, en especial, al mundo anglosajón. Nunca he podido documentarlo, pero circulaba la leyenda de que los (pocos) diálogos que intercambiaban los nativos africanos en las pelis de Tarzán en la época de Johnny Weissmuller iban llenos de absurdidades. Los expertos africanistas contractados por la productora decidieron colar, entre buanas y angauas, cuatro procacidades en suahili que sólo los espectadores africanos fueron capaces de comprender. El fenómeno atufa a colonia. Como cuando un conocido refresco tuvo que retirar una campaña publicitaria en el mundo árabe consistente en una secuencia de tres viñetas: 1) niño llorando, 2) botella del refresco, 3) niño riendo. Esa chapuza fue más colosal aún que la de Homeland, porque los anunciantes no tuvieron en cuenta una cosa tan elemental como el sentido de la lectura en árabe, de derecha a izquierda, de modo que el efecto buscado se invertía y el refresco provocaba lloros. Eso sí que es mear colonia. Una meada colonial.
Aunque en ocasiones el desconocimiento profundo no es del otro sino del uno. Y aquí los catalanes somos unos verdaderos campeones. Durante años un puñado de escritores barceloneses con fama de exquisitos han frecuentado el excelente bar Bauma, en Roger de Llúria, junto a la Diagonal. Un día, tras la presentación del doble libro de cuentos futbolísticos Quan no perdíem mai / Cuando nunca perdíamos que editamos en Alfaguara, uno de los autores barceloneses explicaba a otro, malagueño, que Bauma era una palabra africana. Y no. En catalán una bauma (o balma) es una roca que sobresale formando una especie de cueva.
El hecho de que hayan podido colar las pintadas en árabe en ‘Homeland’ demuestra la insensibilidad lingüística