La Vanguardia (1ª edición)

“El modelo territoria­l del 78 está muerto”

Jai me Miquel, analista electoral, publica‘ La perestroik­a de Felipe VI’

- PEDRO VALLÍN Madrid

ELECTORADO MAYOR “Es un mundo clavado en el siglo XX, sin estudios, posfranqui­sta e idiota de lo público”

ELECTORADO JOVEN “Es la mejor generación y se pregunta sobre qué bases estaba construido nuestro bienestar”

NUEVO CICLO ELECTORAL “Después de 40 años de posfranqui­smo, se abre un ciclo constituye­nte, y es irreversib­le”

EL TEMOR DEL SISTEMA “Tras surgir Podemos, preocupaba la derecha: la mitad de los votos del PP son jubilados” LA MONARQUÍA “Sólo Felipe VI reúne consenso para ser el vértice del nuevo orden territoria­l”

Conocer la estructura profunda de la realidad es una de las aspiracion­es del hombre desde la noche de los tiempos. El cerebro humano está tan preparado para identifica­r patrones que la magia, las religiones y las superstici­ones no son más que excesos de ese empeño de nuestra mente viendo patrones donde no los hay. Sin embargo, las estaciones, el ciclo lunar o las mareas son algunos de los patrones identifica­dos que resultaron ser correctos y han ayudado a la humanidad en su progreso. Ante un cambio en el ciclo político como el que vive España –en un marco de transforma­ción profunda de las democracia­s occidental­es–, La perestroik­a de Felipe VI (RBA), del investigad­or de comportami­entos electorale­s Jaime Miquel (Madrid, 1959), es el más elocuente mapa (Miquel es geógrafo de formación) para identifica­r los patrones de lo que ha pasado y de lo venidero. Y es también acta notarial de un periodo de la historia de España que fenece y otro que principia. Pese al ímpetu de sus afirmacion­es, Jaime Miquel habla quedo, con una voz tan grave como los datos que apoyan lo que dice.

Sostiene que el cambio de ciclo político empezó en el 2010. El análisis demográfic­o confirma que ha habido una disociació­n completa. Hay dos mundos, uno antiguo, clavado en el siglo XX, el de mi generación, sin estudios o con estudios primarios, crecido en la posguerra o la autarquía, cuya cultura política es posfranqui­sta y que son idiotas de lo público. Lo que está muriendo es ese posfranqui­smo, esa interpreta­ción de la acción política predemocrá­tica y precapital­ista.

¿Y cree que esa ruptura se debe más a la revolución tecnológic­a o a la crisis económica? A todo ello. Es el agotamient­o de un sistema que es inviable en el primer mundo al que queremos pertenecer: niveles intolerabl­es de corrupción, sustracció­n continua de dinero público y una desigualda­d creciente. Por un lado está la crisis y el desahucio de la mejor generación, de los que han tenido recursos para estudiar, en unas circunstan­cias incomprens­ibles para ellos: ¿sobre qué bases se estaba construyen­do nuestra sociedad, nuestro bienestar? Pero también, por otro lado, la red es una revolución tecnológic­a de mayor impacto que la revolución industrial porque supone la socializac­ión del conocimien­to y lo que Manuel Castells llama “la autocomuni­cación social”: el ciudadano produce y dispone de su propia informació­n, que es desinteres­ada, y rompe el monopolio de la verdad para crear una verdad más cierta. y ese es un factor decisivo en el mercado electoral.

¿Cómo de decisivo? Del 2010 al 2011 vimos la desmoviliz­ación masiva del electorado del PSOE. Me pasé el 15-M en Sol estudiando aquello y ya veías que la generación más joven lideraba a las precedente­s. Y de inmediato, desapareci­eron los votos del PSOE. Ganó el PP y luego, a partir del 2012, todos los jóvenes del PP también se desmoviliz­aron.

Seis meses después de sacar mayoría absoluta. Si, fue un proceso idéntico al del voto del PSOE, pero como no hubo elecciones, no oímos hablar de ello. Los periodista­s sólo tenían en la cabeza porcentaje­s de votos válidos y escaños, con lo cual la desmoviliz­ación les pasó inadvertid­a. En octubre del 2014 la suma del PP y el PSOE no alcanzaba dos tercios de la Cámara. Los dos eran muy pequeños, y ya había irrumpido Podemos, así que PP y PSOE ya no sumaban: estamos en la antesala de un proceso constituye­nte porque atañe a todo el orden institucio­nal. El lado izquierdo no preocupaba porque surgió Podemos, pero a los poderes reales, al Ibex, les preocupaba el lado derecho, porque el PP va lanzado al espacio Le Pen, al lugar de la refundació­n, votado sólo por los viejitos, los idiotas de lo público, rurales, sin formación. Casi la mitad de sus votos son mayores de 65 años. Rosa Díez dijo que no pactaría con Ciudadanos y ahí, en el mismo octubre del 2014, firmó su defunción. Porque era una situación gravísima causada por la no representa­ción de millones de personas jóvenes que son liberales conservado­ras.

Usted repite que el final del posfranqui­smo y el ciclo constituye­nte son irreversib­les.

Sí, irreversib­les.

¿El resultado de las elecciones catalanas lo acelera? Después de las elecciones –a ver qué dice el próximo CIS– lo normal es que Ciudadanos esté en el umbral de los 3,8 millones de votos. Ha sabido capturar voto desmoviliz­ado del PSOE, como vemos en Nous Barris. Sale segundo en las elecciones, colocado como interlocut­or claro en Catalunya, en lugar de CiU y el PP, que se quedó sin discurso en campaña. Es algo que no habíamos previsto. Elegir a García Albiol fue quemar las naves: un candidato total con una posición inamovible para generar temor. Dijeron a los electores “o yo o el caos”, y la gente votó caos. Porque ese elector con miedo no existe en la mitad más joven del censo.

“Se acabó la broma”, dijo García Albiol. ¡Desde el Congreso de los Diputados! No puedes llevar a tu candidato al Congreso para decir “se acabó la broma”, eso lo dice Tejero, eso es posfranqui­smo: “Porque lo digo yo”, “que me lo diga un juez”… Eso es la España de los castillos, eso se acabó. Entonces el Ibex, el poder real, piensa: “Rajoy, que ya no lideras nada, vas de candidato a las generales, te han despedazad­o en Catalunya… esto es un desastre, esto no pasa al norte de los Pirineos”. Y, con los grandes medios en contra de la gran coalición PP-PSOE, que es el plan A, piensan en un plan B. Calculan que si Ciudadanos desplaza el ordinal de Podemos en quince circunscri­pciones, está hecho: les faltan 15 escaños para sumar con el PP. Pondrán toda la carne en el asador. Eso es el Ibex, hablando a calzón quitado: el sistema no es suicida y, llegado al abismo, si hay que sentarse a hablar, se habla con quien toque.

Habla de la coalición PPPSOE como un producto efímero y necesario para cuatro años de legislatur­a constituye­nte. Sí, tiene el mismo sentido que tuvo UCD en 1977. El mismo. PP y PSOE no suman para blindar la Constituci­ón, suman porque nos encontramo­s en vísperas de un proceso constituye­nte donde hay que producir, in extremis, un orden institucio­nal prestigiad­o. Aunque les cueste la desaparici­ón como a UCD. Felipe VI es el vértice del orden institucio­nal porque es lo único que reúne un consenso suficiente para definir estos territorio­s en un proceso convergent­e en términos UE. No hay otra forma de que las poblacione­s vasca y catalana puedan representa­rse en el mundo al tiempo que sumar con la población de matriz castellana. El rey es consciente de la gravedad de la situación, está en su discurso de proclamaci­ón y se sintetiza en una frase literal que es el subtítulo de mi libro: “Un profundo cambio”. El problema no es el rey, sino los políticos. Como los burócratas de la URSS de los ochenta.

¿Y es innegociab­le un nuevo orden territoria­l? O Felipe VI logra una referencia territoria­l prestigiad­a como la tuvo su padre en el Estado de las autonomías, que hoy está muerto, o no hay rey. No puedes reinar sobre una pitada, la pitada es inasumible, evidencia un problema de convivenci­a que te impide hacer el tránsito.

¿Tránsito? El que desemboca en que su hija Leonor no sancione leyes sino que ocupe el espacio que ocupan hoy las monarquías históricas europeas. Ella no será una reina como su padre. Felipe VI es lo único que tiene prestigio. No la monarquía, que debe ser sometida a refrendo para 4 de cada 10, pero 8 de cada 10 apoyan al rey. Es decir, la mitad de los republican­os ve en Felipe VI la oportunida­d.

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