Deberes de la movilidad
Barcelona volvió el sábado a celebrar el día Sin Coches con cortes de calles principales en todos los distritos de la ciudad. Hacía doce años que no se realizaba una acción de estas características, aunque sería injusto afirmar que desde entonces no se ha hecho nada al respecto de la reducción de la movilidad motorizada. Los distintos gobiernos municipales que han administrado Barcelona en la última década han avanzado en este sentido de forma clara y con un gran consenso político. Hay muchos ejemplos. Desde la ampliación de las aceras en detrimento de los carriles de circulación en grandes avenidas (Meridiana, Aragó, paseo de Gràcia, Diagonal, por citar las principales), pasando por la creación de decenas de miles de zonas verdes de aparcamiento sólo para vecinos, la subida de la tarifa de la zona azul a niveles de récord mundial, la limitación de velocidad a 30 km/h en numerosos barrios o el último invento de las supermanzanas. Sin olvidar el incremento espectacular de carriles bici, la consolidación del tranvía y la mejora de la red de autobuses con la red ortogonal.
Quizás no se ha trabajado tan rápido como muchos querrían, pero la ciudad hoy es más sostenible en materia de movilidad que hace diez o quince años. Si sumamos la gente que a diario se desplaza a pie o en transporte público, nos encontramos con que la inmensa mayoría de los barceloneses no usa el coche para moverse. En cambio, el tráfico sigue intenso, el repunte de la actividad económica lo está
Barcelona ha trabajado en la reducción del tráfico, pero fracasa por la mala planificación del transporte metropolitano
aumentando y la contaminación se mantiene en niveles muy altos. ¿Cómo se explica esta situación?
La razón hay que buscarla en la pésima planificación de la movilidad metropolitana. Mientras Barcelona ha hecho los deberes y se ha vuelto más hostil a los coches, desde los gobiernos catalán y estatal no se ha procurado habilitar una alternativa eficaz a la movilidad forzosa que realizan centenares de miles de conductores a diario. Si mañana todos los conductores y sus ocupantes que entran y salen de la ciudad cada día decidieran dejar el coche en casa y se desplazaran en transporte público, el sistema sería incapaz de absorber esa demanda y se colapsaría.
De hecho, tanto Rodalies como Ferrocarrils de la Generalitat ya están actualmente al borde del colapso. Además, no se ha abordado con seriedad la conexión de numerosos núcleos de población con las estaciones y, en muchos casos, al conductor le sale más a cuenta coger el coche que iniciar una peregrinación incierta y poco fiable en transporte público. La configuración radial de la red de transporte y carreteras en torno a la capital catalana es uno de los males de esta situación.
Barcelona no se entiende sin su área metropolitana y por eso, la ciudad debería liderar la apuesta por un plan de transporte público regional eficaz que resuelva de una vez un grave problema que le sigue afectando a pesar de haber realizado grandes esfuerzos urbanísticos y de concienciación entre su población.