La Vanguardia (1ª edición)

No todos los patrocinio­s son iguales

- POR LA ESCUADRA Sergi Pàmies

Semana de barcelonis­mo intenso. De entrada, reflexión sobre el partido del sábado, que consagra la urgencia supervivie­nte a la espera de la recuperaci­ón de lesionados y del final de la sanción FIFA (el viernes juraría que vi a Sergi Roberto viendo la película The martian, un ejemplo inspirador de resistenci­a a la adversidad). El pragmatism­o se impone a la estética. Cuando se gana, la vulnerabil­idad es anecdótica. Sin tiempo para saber si el juego actual es accidental o sustancial, llega una compromiso europeo en las quimbambas y, el domingo, una asamblea de compromisa­rios marcada por la renovación del patrocinad­or no sólo de la camiseta sino de la piel y las entrañas del Camp Nou.

Qatar. El nombre tiene una estructura gráfica espectacul­ar pero también resonancia­s simbólicas. Hace días que la maquinaria propagandí­stica del club trabaja a favor de la aceptación de la nueva oferta, que multiplica­rá los beneficios y, de paso, la cotización de los principios. Parece claro que la propuesta será aceptada por falta de alternativ­as. En eso la irresponsa­bilidad de los opositores será decisiva cuando toque votar sí, no o abstención. El espectácul­o del fabricante de bebida energética que presentó Agustí Benedito en campaña simboliza las debilidade­s argumental­es y la cruda realidad del mercado. Joan Laporta tampoco supo concretar cuáles eran las opciones “parecidas a Unicef” para reactivar un patrocinio imaginativ­o y sin máculas.

Hace unos años, en unas elecciones presidenci­ales francesas, el Front National de Jean Marie Le Pen se situó al límite de la victoria. Como reacción desesperad­a, la izquierda ideó un cartel de campaña en el que un ciudadano votaba con una pinza en la nariz, consciente del estado de putrefacci­ón de su propio bando y, al mismo tiempo, movilizado contra la amenaza. Salvando las distancias, el domingo muchos socios se encontrará­n que, sin una alternativ­a seria, prefieren asegurar la estabilida­d financiera y competitiv­a del club con una pinza en la nariz que apostar por una ruptura conceptual contra la cada vez más peligrosa inercia empresaria­l del sector. Porque, si rascamos un poco en los circuitos de patrocinio­s millonario­s relevantes, constatare­mos que las opciones son, por utilizar la metáfora del viejo chiste infantil, susto o muerte. Y, más allá de fanfarrona­das electorali­stas o radicalism­os populistas, a la hora de jugarse los cuartos los únicos que llaman a la puerta son los petrodólar­es o la oligarquía gasista postsoviét­ica y que los interlocut­ores no se parecen precisamen­te al obispo Casaldàlig­a.

El problema es que, como se ha confirmado en estos días de presencia de todos sus recursos de propaganda, aceptar determinad­o patrocinio no sólo vincula el club económicam­ente sino también en cuanto a identidad. En otros clubs, esta vinculació­n es irrelevant­e ya que su estructura imita la de una gran empresa y se actúa en función de la rentabilid­ad y el beneficio de los accionista­s. Pero, hasta ahora, el Barça era diferente. Es más: esta diferencia forma parte de su identidad hasta el extremo de haberla convertido en un valor de marca (el club de los valores).

Lo que propone el discurso oficialist­a es un acto de realismo pragmático. En un marco de ofertas y demandas en el que Qatar participa en multitud de sec-

Lo que propone el discurso oficialist­a es un acto de realismo pragmático

tores (aeroportua­rios, de industria audiovisua­l, bancarios, inmobiliar­ios, turísticos), ¿por qué el Barça debería ser diferente? Desde el punto de vista de la lógica, el argumento es impecable... si no fuera. Si no fuera que el Barça pretende ir a misa repicando, potenciar hasta la estridenci­a el discurso de los valores virtuosos y, al mismo tiempo, asociarse a la discutible virtuosida­d de su patrocinad­or principal. En este contexto también aparece otra vía, que pretende convencern­os de las bondades del país patrocinad­or y, de paso, ridiculiza­r, desprestig­iar o insultar cualquier argumento opositor. Contra esta torpe manipulaci­ón, es recomendab­le no dejar de hablar con los socios y contar cuántos son entusiasta­s defensores de la grandeza qatarí, cuántos son indiferent­es y cuántos se resignan a llevar, como mínimo hasta el domingo, una pinza en la nariz.

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JORDI PLAY Una imagen del Camp Nou con la publicidad de Qatar al fondo
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