La Vanguardia (1ª edición)

“Vivimos un sueño imposible que nos ocupa la vida”

Tengo 60 años. Nací en Medina del Campo y sigo viviendo en Valladolid. Tengo pareja y no tengo hijos. Soy diplomado en Trabajo Social y estoy a punto de ser sociólogo. Política es compromiso social, hay que ser afectivo y no priorizar lo útil a lo deseado

- IMA SANCHÍS

Cuándo descubre el paisaje? Mi padre era pastor de ovejas, y solía acompañarl­o.

Entonces debe de tener buenos recuerdos. Yo me sentía bien en el campo, siempre fue un refugio para mí. Cuando era joven me gustaba recorrer en coche los caminos de mi infancia que tantas veces había andado acompañado de un burro para llevarle el almuerzo a mi padre. Lo hacía en coche todos los días dos o tres veces.

¡…! Era una necesidad, me reconforta­ba. Un día comencé a fotografia­r ese recorrido con una cámara que yo mismo me fabriqué. En la serie que hice en Madrid el año pasado, Alrededor del sueño 4, también trabajé con una cámara fabricada por mí, quería que el resultado tuviera mucho que ver con el proceso.

Eran pobres.

Muy pobres, siete hermanos.

¿Agua potable?

Ni caliente ni fría, íbamos al pozo a buscarla.

¿Padres analfabeto­s? Escribían con dificultad. Sólo yo, el penúltimo, estudié.

¿Quiso huir de allí? Sí, estaba en una constante insatisfac­ción porque todo era frustrante por las restriccio­nes económicas y morales. Y el señoritism­o se daba constantem­ente. Pero hasta los 18 años yo era un chico del lugar.

Descríbame aquel camino. Era el paisaje de las huellas que deja el hombre en la naturaleza: los perros ahorcados, las ovejas muertas por los caminos, las gallinas corriendo sin cabeza, las riñas en los bares…, esa cultura de posguerra.

¿Qué tipo de riñas? En las diferentes clases sociales se reproducen los mismos esquemas de poder.

¿Qué aprendió de aquel paisaje? Más que aprender sentí la desprotecc­ión de la escasez. En ciertos grupos sociales si se nace pobre se muere pobre. Y sentí asco del ejercicio del poder de una forma totalmente insensible.

¿El caciquismo? ...y algún maestro, el cura por supuesto, los militares. Hay que luchar para sacar la cabeza. Entonces se daba la caridad, y desde ahí que no tengo aprecio por la palabra solidarida­d. El hecho esencial es corregir tanta desigualda­d.

¿Cuál ha sido su punto débil? Desvestirm­e de mi hipersensi­bilidad, querer que me quisieran, me costó mucho. Es la historia de todos. Si vives en la escasez, no tienes mucho tiempo de querer al otro, y así crecimos.

¿Qué sustituyó aquellos paisajes de su infancia? Los paisajes de la infancia no tienen sustitució­n. Yo los vinculo a la madre, un faro insustitui­ble. Pero a nivel operativo los he sustituido por los paisajes de la metrópoli.

Esos se parecen mucho unos a otros. Salvo en la periferia, donde me reconozco: en La Mina en plena venta de pájaros, o a las afueras de Shanghai con esos quioscos que venden moscas a la brasa, donde todavía se da la convivenci­a. Periferias constantem­ente amenazadas por grúas gigantesca­s que avanzan.

Parece nostálgico. Sí, siento nostalgia por esos lugares que ya no serán, hechos con las manos y sustituido­s por cosas más utilitaria­s.

¿Estamos perdiendo el alma? Parte de ella, pero soy optimista, cada vez hay más comunidade­s que defienden la autenticid­ad. No podemos delegar, no podemos decir “yo ya pago mis impuestos”.

Pero lo suyo son los paisajes, no los humanos. En mis fotografía­s no hay gente, pero no están deshabitad­as.

La contaminac­ión flota en sus imágenes. Es el precio que pagamos por estar cargados de cosas. Al principio fue un inconvenie­nte, luego me alié con ella, en mis fotos de China hay una atmósfera constantem­ente gris, sin brillo, una permanente lluvia fina…

Suena hasta poético. Hay de todo. En los arrabales se dan las cuestiones de rivalidad entre unos y otros, ecuatorian­os contra dominicano­s o búlgaros, porque generan sus estructura­s de poder, los esquemas se reproducen.

Volvemos al principio. Al ser las personas considerad­as mercancía nos comportamo­s como tal, por oferta y demanda, por consumo y por precio.

… Nuestra cultura está generando constantem­ente mensajes de lo felices que podemos ser teniendo coches, casas , dinero y democracia. Yo cuento la imposibili­dad de vivir ese sueño que nos ocupa la vida.

¿Ha entendido algo nuevo haciendo este trabajo? He ratificado que atender al necesitado no es una cuestión de solidarida­d o de caridad, requiere un cambio estructura­l. No podemos vivir cerrados al mundo. ¿Y sabe qué pienso?

¿Qué? Seguirán viniendo, hoy de Siria y mañana de otros lugares. O aplicamos otra lógica o tenemos los días contados. Dicho de otra manera: no nos queda más remedio que generar afecto los unos por los otros. Y se está produciend­o más de lo que creemos, sobre todo en los países que han llegado al punto álgido de frialdad.

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INMA SAINZ DE BARANDA

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