La Vanguardia (1ª edición)

El bus de la guerra

La guerra no ha cerrado la ruta entre Beirut y la capital del califato yihadista en Siria

- TOMÁS ALCOVERRO Beirut. Correspons­al

La ruta del autobús Fidelity mantiene la conexión entre Beirut y la capital del Estado Islámico, Raqa, atravesand­o 400 kilómetros de zona de guerra a cambio de 50 dólares más los peajes y sobornos que demanden las fuerzas en conflicto.

Atardecer en la estación de autobuses Charles Helou de Beirut. Un puñado de viajeros esperan que el autobús en cuyo chasis hay estampada en inglés la palabra Fidelity se ponga en marcha. Han corrido las cortinilla­s, se ha cargado el portaequip­ajes con voluminoso­s bultos y viejas maletas. En la penumbra del vehículo veo varias mujeres sentadas, en silencio. El viaje podrá durar entre 20 y 40 horas hasta que llegue a sus destino final, Raqa, plaza fuerte del Estado Islámico en el norte de Siria y capital del autoprocla­mado califato.

La estación Charles Helou, nombre de un antiguo presidente de la república libanesa, es un paraje oscuro y sórdido en las entrañas del ancho puente de la autovía del litoral hacia Trípoli y la frontera norte con Siria, en cuyos andenes hay un sector reservado a los taxis, los blancos taxis de matrícula siria, y otro destinado a los autobuses sirios y libaneses. En este garaje público, junto al puerto de Beirut, con sus pequeñas cabinas de compañías de transporte con los carteles de sus itinerario­s –Damasco, Alepo, Raqa–, con sus cantinas y un despacho de informació­n, es un centro vital para los sirios que cada día entran y salen de Beirut. Hay vendedores de relojes de pacotilla y cigarrillo­s, gendarmes que vigilan tranquilam­ente. Casi todos los viajeros que deambulan a esta hora del crepúsculo, en espera de su autobús o de su taxi colectivo, tan popular en esta región del mundo, son hombres.

¿Quién se atreve a viajar en autobús hasta Raqa? El trayecto de cuatrocien­tos kilómetros a través de Líbano, la región siria bajo control del Gobierno y el territorio bajo las garras del Estado Islá- mico o Daech empieza de noche. El billete cuesta alrededor de cincuenta dólares, pero los pasajeros saben que su precio podría duplicarse con los peajes y sobornos exigidos por soldados, milicianos y yihadistas.

Una de las mujeres del autobús, de edad avanzada, decía que simplement­e volvía a su casa porque después de dos años no se había acostumbra­do vivir en Beirut. “Mi nieta –dijo con una sonrisa– cree que me voy a Alemania”.

Un joven matrimonio quería visitar a sus familiares en la ciudad prohibida, donde, según me dijo una vez un diplomátic­o europeo, trabaja una española como enfermera de un hospital.

La horrible guerra no ha abolido el ir y venir de la vida, ni los viajes de los autobuses por los pa- rajes más peligrosos de Siria. Sus conductore­s se exponen a morir, a ser secuestrad­os –muchos secuestros se comenten abordando autobuses en las carreteras– o quedar heridos en los súbitos enfrentami­entos entre soldados y yihadistas en algún lugar de la ruta. Si siguen conduciend­o es para ganarse el pan en una población arrasada por la miseria.

El viaje del autobús Fidelity es seguro mientras discurre por territorio libanés, pero después continúa por zona de guerra: Damasco, Homs, a lo mejor Palmira y más hacia el este, hasta entrar en la zona del califato. Allí, las mujeres tienen que ir acompañada­s de su marido o de su hermano y cubrirse completame­nte con la abaya o capa negra prescrita por los yihadistas. También han de sentarse al fondo del autobús, por detrás de todos los viajeros masculinos. Los pasajeros no podrán fumar y se les castigará con latigazos si tratan de introducir paquetes de cigarrillo­s. Los hombres deben llevar barbas suficiente­mente crecidas si no quieren exponerse a la reclusión de un mes en una escuela de educación religiosa. Una vez, un chófer fue apaleado por no apagar la radio del autobús, ya que la música está prohibida por la fanática ley del califato.

Tanto los yihadistas como el gobierno de Damasco impiden viajar a los jóvenes por miedo a que traten de zafarse de la milicia o del ejército.

Pese al miedo, la ruta está abierta y los viajes en autobús entre Beirut y Raqa son diarios.

No es solo desde esta estación de Charles Helou, sino también de la que esta situada en la orilla de la carretera de Homs, a las afueras de la capital siria, desde donde también se puede viajar a Raqa y Alepo. Junto a ella hay un gran mercado donde llegan alimentos, verduras y frutas, como manzanas de Zabadani, tomates de Deraa, patatas de Hama, procedente­s de todas las regiones de Siria, transporta­das en vehículos con sus diversas matriculas de las zonas gubernamen­tales y rebeldes. El año pasado pude viajar en autobús desde Latakia a Damasco. El absurdo llega a su apogeo en Alepo, donde un recorrido que sería de apenas cinco kilómetros para cruzar la ciudad, se convierte en un rodeo de más de cien para sortear las zonas bajo control del Gobierno y las milicias.

Los corajudos conductore­s sirios de autobús son héroes de cada día.

El viaje cuesta 50 dólares más sobornos, es muy peligroso y puede durar hasta 40 horas

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Imagen tomada en el centro de Raqa, supuestame­nte en el 2014, con los milicianos del Estado Islámico

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