La Vanguardia (1ª edición)

Ciencia y paciencia

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Xavier Duran i Escribà es escritor. Licenciado en Ciencias Químicas y doctor en Ciencias de la Comunicaci­ón, ejerce de periodista científico y disfruta con la narrativa. Es uno de aquellos seres con los dos pies en el suelo que de vez en cuando levantan uno. Su ya larga trayectori­a, que incluye libros de narrativa y divulgació­n científica, desemboca ahora en una obra importante: La ciència en la literatura (Un viatge per la història de la ciència vista per escriptors de tots els temps) (UBe). Es un recorrido tan vasto que alcanza decenas de autores de primer nivel agrupados por afinidades. Hay capítulos sorprenden­tes, como el que relaciona Roussel con Trabal, y otros más previsible­s, como el que comparten Kerouac y Ballard en relación con los automóvile­s. Son capítulos breves y precisos, que justifican su inclusión en el discurso general y revelan el peso de la evolución científica en todos los ámbitos de la creativida­d humana. Si me dan a escoger, me quedo con el que Duran dedica a Italo Calvino. Tras consignar, como toca, las extraordin­arias aventuras que vive el personaje Qfwfq a partir de las diversas teorías científica­s en su celebradís­imo Las cosmicómic­as (1965), se adentra en algunos asuntos menos conocidos. Calvino vivió la época de los primeros satélites y los primeros cosmonauta­s. Duran contrapone la visión de una cierta izquierda que quería presentar los éxitos espaciales soviéticos como una muestra de la supremacía comunista con la de una derecha católica que alertaba sobre la pérdida de los valores humanos en el progreso técnico.

Calvino participa en este debate no con un artículo ni con un ensayo, sino con un cuento: “Diálogos sobre el satélite”. El narrador se pregunta qué deben pensar sobre las aeronaves espaciales “los pastores del Asia central o de Marruecos, los parados, los hambriento­s, los analfabeto­s, los mineros al fondo de galerías oscuras, en Bélgica, en el Congo o quién sabe dónde”. Su posición avanza la que, años después, será central: la tecnología no es ni buena ni mala; lo que cuenta es el uso que le damos los humanos, y eso es ajeno a la tecnología en sí misma. En definitiva, la culpa de vivir en un mundo alienado no es ni de los satélites ni de la tele ni de internet. Duran va siguiendo el idilio de Calvino con la ciencia. El italiano escribe que Galileo era el mayor escritor de la literatura italiana de todos los siglos, y que su bella prosa influyó en Leopardi. Eso encendió los ánimos del sector. El novelista y ensayista Carlo Cassola le espetó que debería librarse “del complejo de inferiorid­ad ante la cultura científica y la tecnología. Y si no, que cambie de oficio”. Calvino, por fortuna, no le hizo caso.

La posición de Italo Calvino avanza la que, años después, será central: la tecnología no es ni buena ni mala

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