La Vanguardia (1ª edición)

Cohesión y coherencia

- Miquel Roca Junyent

Cuando llegan las elecciones parece que algunos partidos quieran complicars­e la vida. Discrepanc­ias escondidas durante mucho tiempo se ponen de manifiesto –y de forma virulenta– en cuanto se anuncia la fecha electoral. Los compañeros se pelean, se descalific­an; todo se vuelve sórdido, desagradab­le. La unidad que debería suponerse queda desmenuzad­a y la división, la falta de cohesión interna, es la divisa que se ofrece a los electores.

No es de extrañar que estos, los electores, reaccionen con distanciam­iento ante esta escenifica­ción. Tienen derecho a preguntars­e qué sentido tienen las propuestas de estos partidos si, internamen­te, son incapaces de ponerse de acuerdo entre ellos mismos. La falta de convencimi­ento es muy evidente; no convencen porque no están convencido­s. No infunden confianza porque ni ellos confían en sus propios compañeros.

Son, ciertament­e, muchas las cosas que justifican o están en el origen del distanciam­iento entre los políticos y la sociedad. Pero sobre todas estas razones seguro que destaca la falta de cohesión interna de los propios partidos; sus peleas, las zancadilla­s interesada­s, las malas jugadas y la falta de solidarida­d provocan una reacción de desconfian­za en el elector, que no acepta que los que le proponen un futuro para el país sean incapaces de disciplina­r las miserias de su presente.

Si a todo esto se añade la incoherenc­ia pro- gramática, el resultado es muy negativo. Con tal de ganar votos a veces se propone todo lo contrario de lo que se decía hasta hace poco. Si un partido sube el listón de la subasta populista, otros muchos no se quieren quedar cortos y aún van más allá. No importa que hasta hace poco se hubiera dicho lo contrario; ahora tocan elecciones y esto lo justifica todo.

Se pelean, cambian programas; incluso fichan protagonis­tas que hasta el día antes eran sus adversario­s declarados. Nada im-

Los electores cambian, el tiempo, también; los partidos deberían aprender a adaptarse siendo fieles a ellos mismos

porta; todo vale. Pero lo que pasa es que esto no sirve; el elector sabe lo que quiere y lo que vale y sabe, además, quién lo puede hacer. Sabe –el elector– qué quiere decir dedicar el tiempo al servicio público y qué quiere decir gastar el tiempo público en pequeñas, tacañas y ridículas batallas partidista­s internas.

Los electores cambian, el tiempo, también. Los partidos deberían aprender a adaptarse siendo fieles a ellos mismos. Todo el mundo lo agradecerí­a.

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