Empecinado hijo de su padre
Después de ser bandolero y rey, Rodolfo Sancho es un policía de desiertos en ‘Mar de plástico’, de Antena 3
Nacido en Madrid el año que murió Franco, Rodolfo Sancho es obstinado, terco y pertinaz, tal y como define la palabra empecinado la Real Academia Española. Tal y como su padre, Sancho Gracia alias Curro Jiménez, el bandolero más televisado de España. El padrino de su bautizo fue el presidente Adolfo Suárez. Y a ellos dedica Rodolfo sus premios y su carrera, “porque los dos lucharon por la libertad de este país, cada uno a su manera”. Como a su manera luchó por la libertad Juan Martín Díez, el Empecinado, militar, guerrillero y héroe que causó estragos a Napoleón en su penetración transpirenaica, y luego fue ahorcado por Fernando VII, rey de España. Un personaje histórico que ha encarnado Rodolfo en la pantalla con tanto arte y maestría como lo pintó Goya y lo escribió Pérez Galdós. Después de ser también Fernando II de Aragón, rey de Sicilia, Castilla y Nápoles, se pone ahora en la piel de un policía traumatizado en Afganistán que persigue a los malos en Mar de plástico, nueva teleserie de Antena 3.
Antes de dejarse ver rebozado de polvo de desierto afgano y andaluz para cumplir y hacer cumplir la ley, ya había dado vida a muy diversos personajes televisivos en Los desastres de la guerra, Colegio Mayor, Curro Jiménez el regreso de una leyenda, Al salir de clase, Policías en el corazón de la calle, Amar en tiempos revueltos, Hospital Central, La Señora, Isabel, El Ministerio del Tiempo y otros que le han convertido en el actor más significado y significativo de esta década. Si se suman sus actuaciones en películas dispares como Taxi, Muertos de risa, La comunidad, Qué puta es mi hermana, Mucha sangre, Las llaves de la independencia, Los muertos van deprisa, La bicicleta o La corona partida, entre otras, su meteórica y muy bien trabajada y galardonada carrera demuestra que de casta le viene al galgo. Por eso le gusta tomarse whiskies con su padre, echarse unas risas y hacer lo que les da la gana, como siempre han hecho.
Esa indómita gallardía familiar da credibilidad a todo personaje que encarne. Sonriente y socarrón, no le gusta ser el centro de los focos, ama el género de aventuras con humor, cree en la inteligencia de los espectadores, quiere ser didáctico y le preocupa más el rigor de la historia y del guión que el índice de audiencia. Crítico incómodo para el Ministerio de Hacienda por la mala ley de Mecenazgo, y para los productores talibanes de lo comercial, prefiere trabajar solamente en lo que le gusta: “Para no venderme a bajo precio y llegar a casa cabreado por una chapuza o defendiendo lo indefendible”.
Coherente con su rebeldía social y particular, no le interesan las redes sociales, ni la publicidad y la mercadotecnia. Y le atrae la historia de un país de bandoleros, guerrilleros, ladrones, policías, santos, militares, aventureros, traidores y reyes. Tal vez porque le acunaron con aquella canción que proclamaba “libertad sin ira, libertad”.
Empecinado como su padre y su padrino. Empecinados de una libertad con más risa y menos ira.